jueves, 22 de noviembre de 2012

Capítulo 22. Primera Parte.



Es una tarde solitaria, una más, en mi habitación, pensando en él. Me molesta. Me molesta no poder controlar todo lo que pasa a mi alrededor y no poder ser capaz de enterrar en lo más profundo de mi ser todos estos sentimientos crecientes para evitar que afloren. Sólo quiero seguir con mi vida como hasta ahora. Porque se me hace raro despertar, y aunque jamás haya estado en ella, sentir su ausencia en mi cama. Y ahora puedo comprender que también se extraña lo que no se ha tenido. Y sé, porque cada noche lo comprendo, que si pudiese dormir con él tras de mí, sintiendo su abrazo, y su respiración en mi nuca, nada podría hacerme daño. Incluso el dolor por la pérdida de mi hermana se haría invisible. Él me daría la felicidad plena, y me estoy negando, una vez más, a ser feliz.

Fuera, en el salón, Ari y Joss ven la televisión. Él no deja de acariciarle la barriga dulcemente, jugueteando con su ombligo. Ella le sonríe, feliz. Joss se acerca más a ella y comienza mordisquear la oreja de Ari. Ella gira su rostro hacia el de él, y le da un suave mordisco en los labios. Joss gira su cuerpo de forma que queda sobre el de ella, y comienza a besarla de una forma cada vez más apasionada. Joss siente un fuerte deseo de poder disfrutar de su cuerpo, recorrer cada milímetro de su piel y hacerla suya.
Ariela comienza a dejarse llevar. Ella también lo desea. Sus entrañas se remueven y el calor y la pasión comienzan a invadirla. La voz de su conciencia está muda, o más bien, amordazada por la voz de sus deseos, hasta que una rápida conexión de su cerebro manda una señal a esa conciencia que, de repente, la mira seriamente y le pregunta “¿Es esto lo que quieres, Ari?”. Ariela duda, abre los ojos que hace un instante cerraba para experimentar todas estas nuevas sensaciones que la hacen sentirse viva, sentirse mujer.
Lentamente, la mano de Ari, como puede, se introduce en el espacio que queda entre su cadera y la de Joss, y con una mínima fuerza hacia arriba, él comprende lo que ocurre.

-          Nada, ¿no?.- Le reprende. - ¿No te apetece?, ¿no estás segura? ¿qué es lo que ocurre?
-          No sé, Joss. – Contesta suavemente la venezolana. – Tengo la sensación de que no te conozco lo suficiente como para mostrarme ante ti de ese modo. Me gustaría esperar un poco más.
-          En resumen… no te fías de mí. –Ariela baja la mirada hacia sus piernas, confirmando con su silencio la pregunta de Joss.- ¿Pero por qué, Ari?. – Joss apoya la palma de su mano en la cara de Ari, quien lo mira a los ojos mientras siente sus caricias.-  Me encantas… y no porque nos acostemos voy a dejarte, quiero seguir conociéndote, y lo poco que conozco de ti me encanta. No te preocupes, todo va a ir bien.
-          Entonces, si te encanto, y quieres conocerme, puedes esperar un poco más.- Sentencia.
-          Está bien. Veamos la tele. – Responde seriamente, produciendo de nuevo en Ari, una mezcla de sensaciones. Esta vez, la tristeza que le supone saber que Joss no está contento, junto con la agradable sensación de la victoria, de haber hecho lo que desea, y de no haber actuado de forma que luego tuviese que arrepentirse. Sonríe, sabiendo que él no puede verla.



A la mañana siguiente, como siempre, oigo cómo Ari desayuna y se prepara para marcharse a la compañía. Pero sólo hoy, se ha asomado a la puerta de mi habitación para comprobar si estaba despierta.
-          Buenos días. ¿Puedo pasar?
-          Claro.- Ariela entra a la habitación y se sienta en mi cama frotándose las manos como signo de nerviosismo.- ¿Pasa algo, Ari?
-          No. Bueno, sí. Bueno… no sé. – Dice dejando de frotarse las manos para pasar a tocarse el cabello.
-          Dispara.- Le digo mientras me incorporo en la cama y me dispongo a escucharla con atención.

Ariela comienza a relatarme la presión que siente al no verse capaz de complacer a Joss. Los ojos se le llenan de agua en algunas ocasiones mientras me cuenta que tiene miedo a perder la oportunidad de conocerle por comportarse como una niña, pero que al mismo tiempo el no conocerle demasiado es lo que le hace dudar.

-          Verás… no quiero dar ese paso con una persona que no sé realmente si responderá después. ¿Entiendes? Necesito hacerlo con una persona que esté a la altura y que después no me haga arrepentirme de nada.
-          Ari. – Le digo mientras apoyo mi mano sobre las suyas, que en este caso se frotan contra los vaqueros. – No eres ninguna niña por comportarse así. Al contrario. Una niña estaría tan ciega que lo haría sin pensar y probablemente sin desearlo realmente, lo que le llevaría a arrepentirse.
-          ¿Tú crees?- Responde con una diminuta sonrisa y unos ojos inocentes que me hacen recordar que realmente sí es una niña.
-          ¡Claro! – Respondo tranquilizadora. – Estás actuando de una forma muy madura. Eres muy consciente de lo que significaría para ti hacer algo así sin desearlo, y nada ni nadie tiene que presionarte para hacer algo que tú no quieres. ¿Vale? Nadie.
-          Lo sé, pero tengo tanto miedo a estropearlo solo por esto…- Dice mientras agacha la cabeza y la apoya sobre sus manos.
-          Ari, si se estropea por esto, no es tu culpa. Sería la suya.
-          Pero esta sensación es tan desagradable… Quiero complacerlo a él, pero también a mí… Y yo nunca había sentido miedo a perder a alguien.
-          Ari, sentir miedo está bien. – La tranquilizo mientras le toco el pelo.-  El miedo es bueno, te hace estar alerta. Sólo un loco no lo sentiría. Pero piensa en algo: quizá no sólo sientas miedo. Quizá hay algo dentro de ti que te está indicando que él no es la persona correcta. No luches contra lo que sientas, déjate llevar por tus sensaciones, y si el deseo no es mayor que el control de tus impulsos, jamás lo hagas. Además, y lo más importante, aunque sea lo típico que se dice: Si no es capaz de esperar, ese tío no merecería la pena. – Ariela no responde.- ¿Lo tienes claro, Ari? Tienes que hacerlo cuando tú quieras de verdad.
-          Sí. Gracias. – Y después de darme un beso fugaz en la mejilla, se marcha.

Mientras, yo tengo que quedarme en casa. La verdad, Joss nunca me gustó. No me dio buena impresión la primera vez que lo vi, y ya nunca, a pesar de su generosidad y simpatía, ha logrado caerme bien. Espero otra hora tumbada en la cama entre adormecimiento y despertares sucesivos hasta que Enrique llega para la rehabilitación.

Llevamos ya más de un mes con esta situación y sigue tan encantador como siempre, a pesar de mis negativas constantes, y  de que el día después de ese maravilloso paseo por Candem hablara con él para decirle que no estaba preparada para tener una relación. Utilicé todas las excusas que se me ocurrieron: que no quiero sufrir por amor, que no me fío de él, que no quiero enamorarme… Todo falso.

Incluso sin entender mi decisión la ha aceptado y sigue tratándome como  una reina. Me da el mismo cariño que hasta ahora dejando claro que puede conformarse con tenerme cerca al menos como amiga. Cada día me es más difícil verlo y no poder tocarlo, no poder besarlo y decirle cuánto lo deseo. Día tras día bromea diciendo que esta tontería mía se pasará con el tiempo porque tiene claro que conseguirá conquistarme.

Y es que Enrique es una de esas personas que te hace feliz sólo con su presencia. Sólo con su sonrisa es capaz de detener el tiempo de mi reloj y hacer que desee que sus agujas no vuelvan a ponerse en funcionamiento nunca. Sé que sería completamente feliz a su lado, y eso es a lo que me niego: a la felicidad. Si soy feliz, si me enamoro, si me despisto… ya no seré capaz de mantener mi mente fría. No podré concentrarme en lo verdaderamente importante.

-          ¿Cómo está hoy mi princesa? – Dice mientras me besa dulcemente en la frente.
-          Bien… ¿Hoy que toca?
-          Un poco de ejercicio y salimos a pasear. Mi tía te invita a comer.
-          Vale.

Así lo hacemos. Después de flexionar y estirar mi pierna unas cuantas veces, presionar y golpear las manos de Enrique, y no sin antes mantenerme en equilibrio sobre una pelota, riendo cada vez que caigo al suelo, y viendo resplandecer la sonrisa de Enrique cuando logro mis objetivos, me arreglo y damos un paseo en coche hasta llegar a Notting Hill. Enrique estaciona en la puerta de la compañía,  me ayuda amablemente a subir cada escalón, me deja en la puerta de clase, y con un suave beso en la mejilla, se marcha a realizar sus tareas. Me quedo en el pasillo, apoyada en el marco de la puerta, observando la escena de los maravillosos cuerpos de bailarines y bailarinas moviéndose al unísono.


Mi móvil vibra en el bolsillo trasero del pantalón. Es mi madre. Mientras hablo con ella escucho unos gritos en el interior de la clase de ballet. Le digo a mi madre que hablaremos luego y con toda la rapidez que puedo entro al aula.

Ari y María Isabella, quien como castigo se encuentra en clase sin poder bailar, ocupándose de tareas tales como arreglar las zapatillas de baile de los compañeros o poner la música, están discutiendo a voz en grito y dándose empujones continuamente.

Nadie hace nada al respecto, así que, aun cojeando un poco, me sitúo entre ambas:
-          ¡Eh! ¡Vale ya! ¿Qué pasa aquí? – Grito mirando a Ariela.
-          ¡Me tiene harta! Tengo que soportarla todos los días con las miradas, las risas y los comentarios sobre Joss, los insultos y su prepotencia… ¡Déjame que le de un par de guantazos y verás como le quito la tontería!- Dice alterada mientras trata de quitarme de en medio.
-          Ariela. – Le digo mientras trato de contenerla. - Basta, escúchame.- Susurro mientras apoyo mi mano sobre su mejilla. – No merece la pena.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 21. Segunda Parte.


El beso acaba lentamente, como si nuestros labios se resistieran a separarse. Se hace un silencio que esconde miles de sentimientos. Nuestras bocas, simultáneamente, se tornan en una sonrisa. El marrón de sus ojos, ahora brillantes de emoción, miran a los míos.
-          ¿Estás lista, pitufa?- Dice mientras apoya su mano en mi cintura.
-          Casí, grandullón.- Respondo antes de darle un fugaz beso.

Con un poco de crema hidratante y algo de colorete estoy lista. Mientras, Enrique ha preparado la silla de ruedas. Ahora es mi turno. Vuelve a tomarme y una vez en la calle me sienta en la silla.

En seguida comienzo a ver la aglomeración de gente en las calles, y sobre todas ellas, allí, en lo más alto, el puente que anuncia la entrada a Camden Lock. A ambos lados de la calle, puedo ver las increíbles fachadas que decoran las tiendas. Una zapatilla enorme, unos pantalones, un dragón chino… todo sobresale de la pared llamando la atención a los transeúntes, anunciándoles lo que el establecimiento ofrece.  Lo fotografío todo.
Recorremos cada parte, cada rincón del mercadillo, cada puesto, feliz sobre mi silla de ruedas, empujada por él. Comemos una lasaña, yo sobre mi silla, y él sobre un asiento con forma de moto frente  a una barra. Le saco una foto. Después, otra foto en la que sale tras de mí un león gigante como los de Trafalgar Square. Seguimos paseando entre puestos, oímos música en un viejo tocadiscos, nos transportamos al futuro en Cyberdog, y volviendo a casa, descansamos frente al riachuelo. Él, tumbado en el suelo. Yo, frente a él, sigo en mi silla, mirando el río.
Me mira, sonríe, y se levanta. Me da un suave beso en la frente y se sitúa tras de mí para empujar la silla. Me dejo guiar por él apoyando mi barbilla sobre la mano, y observando la multitud de gente que camina por las calles de Camden. Caminamos en silencio, supongo que él igual que yo, pensando cada uno en sus cosas.

Volvemos a casa, y una vez me ha dejado en la cama para descansar, se sienta a mi lado y se despide mientras me acaricia el pelo:

-          Bueno, pitufa, yo me voy, voy a ver el trabajo que tengo para mañana y a organizarme para venir a empezar la rehabilitación en serio ¿Vale?
-          Vale. – Se acerca para besarme, pero apoyo mis dedos en sus labios y lo detengo.- Gracias, Enrique.
-          ¿Gracias? ¿Por qué? – Pregunta sorprendido.
-          Por este día tan bonito, por hacerme compañía, por divertirme…aunque me ha faltado volver a bailar contigo, ha sido un día perfecto.
-          No te preocupes, cuando vivamos juntos bailaremos todas las noches.

Suelto una carcajada, especialmente por lo surrealista que me parece hablar de algo tan serio con alguien a quien conozco unos días, pero luego pienso durante un segundo, y me doy cuenta de que nada me gustaría más, así que mirándolo fijamente a los ojos, le pido:
-          Promételo.
-          Lo juro. – Contesta a menos de un centímetro de mi rostro justo después de situar sus manos alrededor de mi cuello.

Sonrío, y mis ojos se humedecen.
-          En serio, Enrique, Gracias.- Susurro.
-          No digas tonterías, lo hago porque me apetece estar contigo. Soy yo el que te tiene que dar las gracias.
-          ¿A mí? Anda, ¿Y por qué?- Pregunto mientras río sorprendida.
-          Por aparecer en mi vida.- Susurra junto antes de besarme y de decirme adiós al marcharse.


Sonrío y me recuesto en la cama, enamorada. Giro la cabeza hacia un lado fijando la vista en la mesilla. Me incorporo y abro el cajón de la mesilla en busca de ella… ahí está, la alcanzo y la uno a mi pecho. Mi hermana…. Y me vuelvo a recostar mientras las lágrimas inundan mis ojos, pues me prometí no volver a ser feliz sin ella… y no puedo evitar sentirme culpable por serlo.  No es justo. Esto debe acabar. Jamás seré feliz si ella no está conmigo. Punto. 

Capítulo 21 Primera parte.


Hemos pasado abrazados toda la noche. Apenas hemos dormido. Supongo que le ocurre lo que a mí, no queremos desperdiciar ni un segundo del momento que estamos viviendo. Los rayos de sol me acarician las mejillas. Amanece. Enrique está de espaldas a mí. Le observo por un segundo.

-          Enrique… ¿Estás dormido?- Susurro. No hay respuesta.- Enrique…- Repito mientras le toco la espalda. Silencio.-¡Enrique!- Digo algo más fuerte.

De repente, Enrique se gira gritando y se abalanza sobre mí para comerme a besos. Yo grito, en principio por el susto y después entre carcajadas.

-          ¡Déjame! – grito entre risas.- ¡Me vas a matar! ¡Que pares!

Se detiene de repente. Mira al frente. Lo miro fijamente sin saber qué va a ocurrir.

-          Aguafiestas. – Dice serio.

Se levanta bruscamente y se marcha, dejándome allí. Cierra la puerta tras de sí.

-          ¿Enrique? – Silencio. – ¡Enrique! – Más silencio.

Sin entender nada,  miro al frente y sitúo cada mano a un lado del suelo para tratar de levantarme. Imposible. No puedo doblar la pierna. Es increíble que me haya dejado aquí. ¿Qué voy a hacer si no puedo levantarme? No lo puedo creer. ¿Pero por qué se ha ido? En ese instante, oigo la puerta abrirse y cerrarse tras de mí. Apenas me da tiempo a girarme, oigo unos pasos veloces y para cuando he mirado, Enrique me levanta de golpe y me sitúa sobre su hombro derecho, dejando mis piernas y mi cabeza colgando hacia abajo, las primeras hacia delante y quedando mi cabeza justo tras su trasero.

-          Ya es hora de que te dé la luz del sol. Vamos a dar un paseo. ¡Es domingo! – Dice gritando mientras baja las escaleras.
-          ¿Pero qué dices?- Contesto yo con la voz aún más elevada.- Yo no voy a salir a ningún sitio.

Ante la persistencia de Enrique, que sigue bajando por las escaleras del edificio sin detenerse, comienzo a golpearle las piernas gritando que se detenga. Ante su ignorancia, como último recurso, le muerdo en el culo.

-          ¡¡¡ Ay!!! – grita mientras se detiene en seco. – Joder, te has pasado. – Dice mientras se frota el lugar donde le he mordido.
-          Lo siento… - Susurro mientras trato de contener la risa.- ¡Que no quiero salir a ningún sitio con esta pinta! - Exclamo.
-          Eso tiene solución. – Enrique sigue bajando escalones, pero entra en casa. Me deja cuidadosamente sobre mi cama y se detiene frente al armario. Lo abre. – Veamos… ¿qué te quieres poner?- Dice mientras se lleva la mano a la barbilla haciéndole tener  aspecto de pensador. No puedo contener la risa, se le ve tan faliz, tan joven… tan él.
-          No sé… Hace buen día, shorts y otra camiseta.

Así lo hace. Saca un pantalón vaquero cortito y una camiseta rosa de manga corta. Se va al baño y vuelve con un cepillo para el pelo, y varios productos de cosmética entre los que ha traído, por equivocación, algunos de Ari. Sonrío. Se sale de la habitación y entorna la puerta tras de sí para esperar a que me cambie.

Con algunas dificultades, consigo sacarme el pantalón que llevo puesto, y gracias a mi flexibilidad, consigo comenzar a ponerme el otro. Sin embargo, una vez que ha llegado a la altura de las rodillas, no puedo hacer la fuerza suficiente con una pierna como para levantar el resto del cuerpo y poder subirlo hasta las caderas. Lo intento varias veces pero es imposible.

-          ¡Enrique!  ¿Está Ari en casa?
-          No.- Responde.- ¿Por?
-          Necesito ayuda. ¿Puedes venir?
-          Claro. – Se dirige a la habitación. Puedo ver como comienza a abrir la puerta.
-          ¡Espera!- Grito. Se detiene.- Antes de entrar, tienes que prometerme que no te reirás, que no vas a mirar más de lo necesario, y que después olvidarás este momento.
-          ¡Buf! Demasiadas cosas, no te prometo nada.- Contesta mientras entra en la habitación decidido.

Al verme, se detiene de nuevo. No puede evitar recorrer con su mirada la piel que queda entre el pantalón y las braguitas, de color azul marino con puntitos blancos. Le miro, aunque no le digo nada. Tímidamente intento subir el pantalón, con lo que reacciona. Se acerca a mí, me ayuda a ponerme en pie, y suavemente coge el pantalón por la cinturilla y tira hacia arriba, rozando con sus manos el exterior mis muslos y la parte inferior de mis nalgas. Termina de colocarlo en su sitio aunque ya no fuese necesario. Después, sonríe, y comienza a levantarme la camiseta.

-          Creo que esto ya puedo hacerlo yo. – Le interrumpo dulcemente a la vez que sonrío.
-          Por si acaso. – Me dice mientras me dedica una de sus mejores sonrisas.

No puedo resistirme. Levanto los brazos y lo miro fijamente. Sus ojos me responden, hasta que mi camiseta se interpone entre su mirada y la mía. Cuando volvemos a vernos, mi sujetador, del mismo estampado que las braguitas que ha visto unos segundos antes, también está a la vista. Su mano baja rozando mi espalda con varios dedos. Sin decir nada, Enrique se acerca cada vez más a mí, sus labios están de nuevo cada vez más cerca de los míos, pero para cuando parece que va a besarme, y mis ojos ya esperan, cerrados, se desvía y alcanza la camiseta. Vuelve a mirarme, subo de nuevo los brazos, y me viste. Finalmente, hace lo mismo con la sudadera de Pitufina. Sin dejar de mirarnos, me retoco el pelo y vuelvo a hacerme la coleta. Enrique parece extasiado, apenas parpadea. Sus ojos están clavados en los míos de tal forma que parece haber llegado a mis pensamientos. Lo miro. A sus ojos, a su nariz, a sus labios. Y al verlos, recuerdo lo irresistibles que son, por lo que, sin poder remediarlo, le beso. Y aunque siempre dicen que el primer beso es el más especial, cada vez que la boca de Enrique y la mía se encuentran, el beso que surge de ese momento me parece aún mejor que el anterior. 

jueves, 25 de octubre de 2012

Capítulo 20. Segunda parte.


Unos pisos más abajo, Ari y Joss se besan en el sofá con el sonido de una serie de televisión de fondo a la que no están atendiendo. La temperatura de sus cuerpos va haciéndose cada instante más elevada. Joss pasa su mano por detrás de la nuca de Ari e introduce sus dedos bajo su cabello, mientras comienza a besar su cuello. Ariela sonríe y le devuelve cada beso en los labios como si del último que fuese a darle se tratara. La mano de Joss que quedaba libre se introduce bajo la camiseta de su acompañante, quien comienza a encontrarse incómoda aunque él no lo note. Disimuladamente, y con algo de miedo, Ariela empuja con su codo la mano de Joss hacia abajo, quien insiste y continúa su camino hacia el pecho de Ari.
-          Joss… - Interrumpe tímida y mirando hacia abajo.- hay algo que tengo que decirte.
-          Dime.- Contesta él sin dejar de besarla.
-          Yo…- Duda.- Yo nunca lo he hecho con nadie. – Dice con algunas dificultades, y teniendo que liberarse de los besos de él.
-          No importa cariño, me encantaría ser el primero. – Contesta Joss sin mirarla y siguiendo más a sus impulsos que a su razón.

Ariela continúa siguiendo los besos y las caricias de Joss, hasta que decide hacer caso a sus sentimientos y ser firme a sus valores.

-          No, mi amor, no lo has entendido. – Dice mientras saca las manos de él de debajo de su camiseta.- Quiero decir, que creo que aún no estoy preparada para hacerlo.

Joss la mira un instante. Rodea su cuello con ambas manos y mirñandola cariñosamente a los ojos, le susurra:
-          Tranquila, Ari. Todo va a ir bien.- Comienza a besarla apasionadamente de nuevo. Ariela se separa de él, evitando sentirse presionada.
-          Joss… - Dice suavemente.- Que no quiero.

Joss se detiene en seco. La mira un instante para rápidamente sentarse de frente a la televisión y pasarse la mano por el cabello.
-          Está bien. No hay problema. – Dice de una forma demasiado seria como para que la venezolana no se preocupe.
-          Pero cariño,- Dice mientras se acurruca a su lado y lo rodea con sus brazos.- no quiero que te enfades, me gustaría que comprendieras que…
-          No pasa nada, en serio. Además, me he dado cuenta de que es muy tarde y tengo que irme ya. - Ariela guarda silencio. Lo observa con tristeza.- Mañana hablamos.

Joss se levanta del sofá y comienza a ponerse el abrigo sin haberle dado un beso, sin haberse despedido.

-          Te has enfadado, ¿Verdad?
-          No. De verdad, tranquila. – Le dice mientras la besa en la frente.

Joss se marcha cerrando la puerta tras de sí, y dejando a Ariela una sensación amarga y una lucha entre sus sentimientos y temores, y el deseo de hacer feliz a esa persona que tanto le gusta. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 20. Primera Parte.


Al borde del naufragio. Tocada, y prácticamente hundida. Llevo ya muchos días de fisioterapia con Enrique y dentro de mí, un torbellino de sentimientos pelea por salir a flote. No sé si estoy obrando bien o mal. Generalmente hago lo que me apetece sin más dilaciones.  Después de actuar, en ocasiones, pienso. Tampoco lo hago siempre. De todas formas, nunca me arrepiento de nada de lo que haya hecho. Sin embargo, en esta ocasión es diferente. No me detengo, y sigo actuando sin pensar demasiado previamente, pero estoy pensando más de lo normal después de actuar. Además, ya estoy cansada de estar aquí encerrada, y me deprime más aún pensar que pasará mucho más tiempo hasta que vuelva a salir. Con ayuda de Ari he podido llegar en silla de ruedas hasta el sofá. He pasado toda la tarde frente a la televisión y apenas he visto nada. Estoy tendida en el sofá con varios cojines bajo mi pierna y llevo casi toda la tarde comiendo directamente de la caja de cereales. Cuando me introduzco la mano a la boca para comer el último puñado, Ari abre la puerta de casa.

-¡Cielo! Ya estoy aquí. Traje unas pizzas para cenar. – Se detiene frene a mí con las bolsas en las manos.- ¿Qué pasa?
- ¡Buf! Estoy amargada. Quiero salir ya de aquí. Parece que se me cae la casa encima.
- ¡Pero si sólo llevas aquí dos días!- Ariela ríe. – Si sigues así te amargarás de verdad. Además, puede que te lleves una sorpresa esta noche y venga alguien a cenar.
- ¿Qué?- Pregunto incorporándome rápidamente. - ¿Viene Enrique?- Grito mientras me llevo las manos al pelo, recogido todo en una cola de caballo despeinada.
- Eh… sí. – contesta Ari extrañada. – Aunque no supuse que te afectara tanto…- sonríe.
- Cállate y ayúdame a poner esto en condiciones. ¡Rápido!

Las dos reímos mientras yo me arreglo un poco el pelo y Ari corre hacia la habitación para coger algo de maquillaje en polvo, brillo de labios y máscara de pestañas. Mientras me maquillo un poco, Ari me mira sonriente.
-          ¿Qué miras? – Le digo.
-          Nada. Sólo que… podrás ir muy bonita pero sigues vistiendo el chándal. – Una carcajada. Esta vez son mis ojos los que casi salen de sus órbitas.
-          ¡Mierda! ¿Qué hago?
-          Nada. No puedes ponerte ningún pantalón con ese aparato en la pierna. – Me miro pensando que es verdad, ese pedazo de trasto no entra en ninguno de mis vaqueros.- Además, estás preciosa.

Preciosa. Precisamente es lo que menos estoy, llevo una camiseta blanca de manga corta y un enorme pantalón ancho y de tiro bajo azul marino. No podría haber nada menos sexy. Toc, toc. Llaman a la puerta. ¡Joder! Ariela va corriendo para abrir mientras yo escondo todas las pinturas y que he utilizado, haciéndole señales a Ari para que espere un poco antes de abrir. Me retoco el pelo por última vez y me recuesto en el sofá disimulando y haciendo como que veo la televisión. Ari sonríe y abre la puerta.

-          ¡Hola princesa! – Dice Joss con su acento anglosajón.
-          ¡Hola mi amor!- Contesta la venezolana mientras se dan un enorme abrazo.- Voy a poner unas pizzas en el horno para que cenemos los cuatro.
-          Bueno…- Interrumpe Joss mientras me mira sonriente.- Haz cena solo para dos.
-          ¿Cómo? ¿Enrique no viene?
-          Bueno… más o menos, ahora veréis.
-          ¡Eh! ¿Qué pasa?- Protesto.- En todo caso, y aunque Enrique no venga, yo sigo aquí… Me iría si pudiera, pero no puedo. ¿Hola? Voy en silla de ruedas, y os guste o no, estaré aquí con vosotros.
-          Bueno… eso ya lo veremos.- Responde Joss con una pícara sonrisa.

Para cuando voy a preguntar el porqué de tanto misterio, suena el timbre. Ari abre, y esta vez, sí es Enrique.
-          Perdón por tardar, estaba haciendo unas cosas.
-          Vamos a ver, entonces, ¿hago cena para dos, tres o cuatro? ¡Me vais a volver loca!- Grita Ari mientras camina hacia la cocina.
-          Para dos.- Contesta Enrique.- Nosotros nos vamos.- Dice mientras se acerca a mí con una bolsa en la mano.
-          ¿Nosotros?- Contesto alarmada. – Yo no voy a ningún sitio con estas pintas.
-          Eso tiene solución. Cierra los ojos.
-          ¿Qué?
-          Que cierres los ojos.- Le hago caso. – No los abras hasta que yo te diga.
-          Eso va a ser imposible, espera.- interviene Ari, que va a mi habitación y vuelve divertida con el antifaz que uso para dormir. Con él, Enrique cubre mis ojos.
-          Levanta los brazos.- Lo hago. Saca de la bolsa algo con lo que me viste. Parece una sudadera.- ¿Ves? Te lo dije. Solucionado. Estás perfecta.
-          En primer lugar, no, no veo. Y en segundo, dudo que esté perfecta con una sudadera o lo que sea que me has puesto.
-          Eso es porque no sabes a dónde vamos.
-          ¿Y dónde vamos si se puede saber?- Contesto con intriga.
-          No, no se puede saber. Aún no.

Noto cómo uno de sus brazos bordea mi espalda, y el otro pasa bajo mis piernas. Me toma, y noto como va andando. Noto cada vez que sus pies se levantan y vuelven a pisar con firmeza el suelo. Parece que recorre el espacio entre los sofás y se dirige a la puerta. Alguien le abre. Va subiendo escalón a escalón, de forma interminable. Parece que no vamos a llegar nunca.
-          ¿A dónde vamos? – Pregunto inquieta.
-          Ya lo verás.
-          ¿Queda mucho?
-          No, estamos llegando. – Se detiene, suspira, cansado, y sigue subiendo escalones. – Si quedara mucho más no podría llegar, recuerda que te pesa mucho el culo.
-          Tonto. – Río.
-          Que pasión por insultarme tienes, oye.

Pasados unos segundos, se abre otra puerta. Noto el frío golpearme en la cara. Aprieto los ojos y los labios con fuerza. Unos metros más, y Enrique me deja suavemente en el suelo, sobre algo blandito y agradable. Noto cómo se sienta a mi izquierda, se acerca a mí y me destapa los ojos. Dios mío, había olvidado lo bonita que es su mirada.

-          Sorpresa. – Me dice invitándome con los brazos a mirar a mi alrededor.

Es increíble. Sacos de dormir y cojines por el suelo,  dos mantas para protegernos del frío y comida china para cenar. Además, hay un pequeño ramito de flores decorando la pequeña mesita sobre la que cenaremos y varias velas.

-          Gracias.- Sonrío, sin poder decir nada más.
-          Espero que digas lo mismo cuando te mires la sudadera, pitufa.

Así lo hago. Es azul marino y lleva una imagen de Pitufina con un ramo de flores. Comienzo a reír.
-          ¡Me encanta! Muchas gracias, en serio.
-          Me alegro de que te guste, la vi en un puesto al pasar y no pude resistirme.
-          No, en serio, Enrique. Gracias por todo. Sé que he sido un poco borde algunas veces, y tú estás siempre aquí… Lo siento.
-          Cállate. – Dice.- Sólo quería que salieras a despejarte un poco. Nada más. – Me guiña un ojo.- No te pongas romántica.
-          ¿Más que tú? No, no lo creo.

Usamos los palillos entre risas para cenar arroz tres delicias, pollo con almendras, rollitos de primavera, caricias, cariño y mucha ilusión naciente.  A penas siento dolor en la pierna, ni siquiera me acuerdo de ello, y ni si quera me acuerdo de ella, mi hermana.

La cena pasa casi tan rápida como lo hace una estrella fugaz, pero a mí me parece estar guardando cada momento, cada palabra, cada parpadeo de Enrique, en lo más profundo de mi memoria, de donde nunca puedan escapar. Después de charlar un buen rato tras la cena, nos tumbamos uno frente al otro y nos miramos durante unos segundos.

-          ¿Cómo se te ha ocurrido todo esto?
-          Bueno…- contesta algo tímido.- Sinceramente, no pensé en ti. Sólo me apetecía estar así contigo, y lo hice.- Sonrío. Él mira hacia abajo.- Hoy sólo me apetece estar aquí.

Mi mano derecha acaricia su rostro con cariño. Noto cómo su expresión se entristece.

-          ¿Pasa algo?- Pregunto.
-          No. No te preocupes, no es nada.
-          Enrique, sabes que si hay algo que te preocupe, puedes contármelo. Si hay algo que pueda hacer…
-          Tranquila, - interrumpe.- nadie puede hacer nada.
-          Seguro que sí, va. ¿Qué pasa?
-          Es mi tía. Ya saben qué tiene.- Para hablar levanta la mirada y enfoca directamente a mis ojos. Los míos, pacientes, esperan su respuesta.- Es un tumor cerebral. Demasiado avanzado y arraigado tanto como para tratarlo como para operar. Ni siquiera le van a poner tratamiento.

Creo que la sangre se ha paralizado dentro de mis venas.  

-          ¿Cómo que no le van a aponer tratamiento?
-          No. Está demasiado extendido, no tiene solución. Le han dado unos meses.
-          ¿Cómo no va a tener solución?- Comienzo a ponerme nerviosa.- ¿Pero cómo estáis? ¿Cómo se lo ha tomado ella?
-          Ella no lo sabe, Alba. Y no lo va a saber. No queremos que pase el tiempo que le queda pensando que va a morir.
-          Lo siento mucho.- Le digo al oído mientras lo abrazo.
-          Tranquila. Aún no me he hecho a la idea. Pero supongo que de aquí a poco, no tendré más que mirar al cielo para recordarla.

Ambos guardamos silencio y nos tumbamos boca arriba para mirar el cielo. Está precioso, repleto de luceros que brillan decorando la manta negra de la noche que cubre la ciudad.

-          Pero cambiemos de tema, te he traído aquí para pasar un momento alegre.
-          Vale. – Pienso un instante sobre un nuevo tema de conversación. Lo tengo.- ¿Cuál es tu estrella favorita?
-          Mi estrella… no sé. Nunca lo había pensado. – Me mira con una dulce sonrisa en los labios.- ¡¿Tú tienes una estrella favorita?!
-          Sí. Es esa. – Señalo una estrella alta, firme, la que más brilla.- La que se ve desde todos los lugares del mundo, inconfundible. Elige tú otra.
-          Vale… A ver, ¡ya sé!- Exclama. – Esa. – dice señalando a la lejanía.
-          ¿Cuál? – Contesto entusiasmada.
-          ¡Esa! – Dice señalando en la dirección contraria a la vez anterior.
-          ¡Ay! ¿Cuál es?
-          ¿No la ves? ¡Esa!- Dice riendo y volviendo a señalar en otra dirección distinta a las otras.
-          ¡Eres tonto!- Le digo fingiendo estar enfadada.
-          Es broma, sí que sé cuál es mi estrella favorita. – Dice mientras se acerca a mí lentamente.
-          ¿Cuál? – Susurro.
-          Tú.- Pronuncian sus labios a medio milímetro de los míos para un segundo después no dejar distancia alguna y besarme suavemente hasta hacerme olvidar el frío de la noche.

lunes, 22 de octubre de 2012

Capítulo 19.


Paola lleva varias noches sin dormir. Está atada al cabezal de una cama y apenas recibe atención. Siempre come manjares, eso sí, debe estar alimentada y con aspecto sano por si alguien se muestra interesado en ella. Es de las pocas que queda en la mansión arábiga. Debido a las lesiones, nadie la presentó en sociedad, al igual que ocurrió con otras chicas. Las demás, todas vendidas. Ahora cada una de ellas sirve a jeques, grandes empresarios y diversos multimillonarios de varios países árabes. Por suerte, o por desgracia, ella sigue allí. Lo bueno es que nadie ha vuelto a tocarla.

Paola pasa las noches llorando pensando en muchas cosas, pero sobre todo, recordando a su padre. La relación entre ellos es muy fuerte, difícilmente comprensible por muchos. Una relación de confianza y amor inmenso que le hace tener la certeza de que su padre debe estar destrozado, más incluso que ella. Las noches en vela le hacen maquinar diferentes planes de huída, todos en vano. Las ideas se desvanecen en su mente debido a la desesperanza. Reza cada día implorando salir de allí y recuperar su vida, pero las horas corren en su contra, y cada día un rayo de luz se apaga y algo muere dentro de ella haciéndole creer que nadie podrá encontrarla jamás.

La mansión que habita también tiene siervas. Mujeres bellas que cubren su cabello con pañuelos de colores que le dan de comer, la asean y la tratan amablemente. La comprenden. Algunas de ellas abandonaron su hogar forzadamente siendo unas niñas y no conocen vida más que esa. Servir a su hombre. Un hombre que quizá sea servido por más de cinco mujeres, tantas como pueda mantener. Y a juzgar por la apariencia de este palacio, deben ser decenas. Maldita poligamia. Maldita lujuria. Malditos los que creen que el dinero lo compra todo. Malditos los que consiguen comprarlo.

A miles de kilómetros en dirección Noroeste, Cayetana pega suelas a zapatos. Tiene las manos destrozadas. A veces cree que jamás logrará escapar de allí. Recuerda como la engañaron. Cómo truncaron sus sueños. Cayetana un día fue estudiante de arte dramático. Dos años después de comenzar su carrera profesional, consiguió gracias a su talento una oportunidad en los Ángeles. Una academia le hacía un hueco debido a las recomendaciones de sus profesores. Si estudiaba en América tendría muchas más posibilidades de triunfar. Y así fue en un principio. Debido a su belleza rodó varios Spots publicitarios para cadenas locales. El brillo de su cabello castaño, sus grandes ojos y su piel morena eran un buen reclamo. Su cara aparecía en carteles y vallas publicitarias como imagen de moda. Pronto captó la atención de los más osados. Un caprichoso millonario movió los hilos necesarios como para que un día, al salir de casa, alguien la sujetara por el pelo y la introdujese a un coche. Con una bolsa cubriendo su cabeza gritó y forcejeó hasta que no tuvo más fuerzas. Le vendaron los ojos y los labios y un avión privado la condujo a una villa sobre el mar que bordea Gan, la más importante de las Islas Maldivas. Un supuesto paraíso que no fue para ella más que un infierno. Allí tuvo que servir a un gran representante de la política asiática, que aspiraba en sus mejores sueños a adquirir el liderazgo de su partido comunista chino.

Durante un tiempo, tuvo que actuar como esclava, bañando a su amo, sirviéndole la comida y satisfaciendo sus deseos sexuales. En ocasiones, cuando le enjabonaba, lloraba pensando cómo podía ahogarlo en la bañera. Pero sería imposible debido a su gran corpulencia. Pero por suerte, si algo caracterizaba a Cayetana es que nunca se rendía. Tan sólo unos días después de permanecer en la villa, mientras se dejaba amar, alargó la mano hacia la mesilla de noche y golpeó a ese hombre con la lámpara en la cabeza. Tuvo el tiempo justo para salir de la casa. Sólo había recorrido unos cincuenta metros cuando la alcanzaron. Su resistencia no obtuvo como respuesta más que golpes.  Quedó destrozada física y psicológicamente, tanto, que ningún hombre estuvo interesado en ella, por lo que la destinaron a una fábrica de explotación humana donde se trabaja de sol a sol sin descanso y nada a cambio, excepto la supervivencia.

-          Eh, tú, española. – Escucha mientras restriega las yemas de sus dedos en los pantalones para tratar de quitar de ellos los restos de pegamento.- ¿Qué pasa? ¿Estás sorda?- Dice una de las mujeres encargadas de la supervisión del trabajo.

Cayetana levanta la vista y mira a la cara a esa enorme y sudorosa mujer de unos cincuenta años.

-          Llévales la comida a las putas de abajo.

Cayetana cierra los ojos mientras un escalofrío le recorre la espalda. Recuerda la suerte que ha tenido al no estar destinada nunca a la planta baja. Se levanta de su asiento y se dirige hacia la última de las paredes de hormigón de la nave en la que se encuentra. Entra a una sucia habitación a la que llaman cocina y coge en su mano una cesta con trozos de pan y en la otra un recipiente de un puré asqueroso.  Se dirige al final de la cocina y se detiene frente a un hombre apoyado en una pared. Este se gira dándole la espalda a la joven y presiona la pared con fuerza, hasta que una falsa puerta se abre dando paso a unas escaleras. Cayetana se dirige hacia el sótano oculto, un largo pasillo lleno a cada lado de cortinas negras. Tras cada una de ellas, un pequeño espacio con una cama, un lavabo y una silla. En cada cama, chicas secuestradas o vendidas ejerciendo la prostitución por la fuerza.

Cayetana va abriendo cortina a cortina y entrando en cada apartado para servir la comida a cada chica en viejos y sucios cuencos de barro. Algunas están tan drogadas que apenas la advierten. En otros casos, hay un cliente desfogándose sobre alguna de ellas. Cayetana no puede evitar sentir el impulso de matarlos, pero sabe que eso no solucionaría nada.

Cuando se encuentra agachada depositando la comida en el suelo junto a la cama de una de las chicas, una mano le agarra de repente el hombro, sobresaltándola.
-          Ayúdame…- Suspira la joven. Cayetana la observa en silencio. Su piel es de color amarillento y sus labios y uñas se han tornado azules, de un aspecto horrible. Le cuesta respirar, y en cada respiro se oyen sonidos que hacen inferir que se está ahogando. Cayetana le sujeta la mano.
-          Ojalá pudiera.- Le contesta mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

La joven se lleva la mano al pecho y deja oír un suave quejido por el dolor. A continuación, Cayetana le gira la cabeza para verla mejor, y observa algo de espuma en la boca. Para cuando va a mirarla a los ojos, ya están mirando hacia el techo, inmóviles. Ya no respira. Cayetana le cierra los ojos, y mientras una lágrima cae al vacío, promete en voz alta que algún día escapará de allí.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Capítulo 18. Segunda Parte.


Enrique coloca mis propios brazos alrededor de su cuello. Me sujeta fuerte por la cintura y me levanta de la cama. Aún en el aire, nuestros ojos se penetran, desafiantes, tratando de meternos en los pensamientos del otro. Sin apoyarme en el suelo, Enrique me sostiene más firmemente, y más cerca. A penas cabe aire entre nuestros rostros. Comienza a moverse. Mis brazos tras su cuello se relajan, vencidos. Sonreímos y él gira sobre sí mismo bailando al ritmo de la trompeta de Louis Armstrong.

-          ¿Ves? ¡Estás bailando!- Exclama sonriente. Le respondo con otra sonrisa.
-          Ahora siempre que escuche esta canción me acordaré de ti. Será nuestra canción.
-          No te confíes. Cuando vuelvas a oírla, habrás bailado tantas veces conmigo que todas las canciones que oigas serán nuestras.

Y para cuando me doy cuenta, le he besado. Sí, lo he hecho. Instintivamente, como si algo o alguien hubiese apoyado su mano sobre mi nuca y me hubiese hecho recorrer los milímetros que faltaban para que sus labios y los míos se encontraran. Unos labios tan suaves y cálidos como nunca antes los había besado. Ambos con los ojos cerrados capturamos en nuestro interior cada milésima de segundo en el que nuestros besos se funden con los del otro luchando contra la fugacidad del tiempo. Y es que a veces, un beso es la mejor respuesta. Los besos se detienen. Nos miramos. No logro pronunciar una palabra. Sólo apoyo mi cabeza sobre su hombro y cierro de nuevo los ojos. Y en este momento, oficialmente, siento que ha ocurrido. Enrique me ha ganado. Ha encontrado esa llave que enterré en el escondite más secreto y ha abierto mi corazón, encerrándose dentro. A saber cuándo se irá de ahí. Quizá haya venido para quedarse. Ahora él está en mis pensamientos, en mis sentimientos y en todo lo que me rodea. Ha llegado en el momento en el que menos lo esperaba. Dichoso amor, qué caprichoso eres. Porque,  ¿esto es amor, no? ¿Pero puedo sentir amor de esta forma tan rápida? ¿Quién lo sabe? Yo jamás lo he sentido antes. Y por el momento, nunca antes había sentido esto por nadie. Entonces, ¿es esto el amor? Vuelvo a mirarle. Sonrío. Sonríe. No hay duda, es amor.

Según la RAE, "amor" es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Un sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. En definitiva, es un sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. Seamos sinceros, es una mierda de definición.
Qué extraño que un diccionario no sepa explicar el significado de una palabra, ¿no? quizá quien la defino no lo conoce, pues solo algunos tienen el privilegio. Yo tengo esa suerte, y yo te diré qué es el amor. Amor es eso que a veces te relaja tanto que inspiras todo el oxígeno del mundo en un sólo suspiro, pero también es aquello que a veces te impide respirar, que es tan intenso que hasta duele. Es aquello que te hace pasar de cero a cien en milésimas de segundos. Es aquello por lo que daría la vida si fuese necesario. Es lo que te hace feliz, lo que te llena de vida. Amor es la esencia de la vida. El amor hace que yo haya dejado de ser yo y él ya no sea él para haber dado lugar a todos los pensamientos basados en un “NOSOTROS”. Amor es algo tan complejo que ni yo misma puedo explicarlo, pero sé que es algo que se siente tan adentro, y que produce una felicidad tan plena, que no quiero que desaparezca jamás. Amor es cuando el mejor momento del día es cuando puedo verle, es apostar por una vida juntos. Amor podríamos ser nosotros. Y amor es por encima de todas las cosas, tener el convencimiento de que es un sentimiento tan puro y tan intenso, y que cala tan hondo en ti, que igual que te da la vida puede arrebatártela; que de la misma forma que te lleva al cielo flotando entre nubes de ilusiones, te puede hacer empañar la almohada con la máscara de pestañas que cae mezclada entre tus lágrimas. Amor es querer amar a pesar de esos peligros. Amor es saber que por la situación y mis circunstancias, sufrirá, y sufriré. Sufriremos. Pero el amor es tan mágico, que me hace apostar incluso por el dolor.


Y rompiendo el momento de romanticismo, las manos de Enrique se van espontáneamente de viaje a mi culo.
-          ¿Qué haces?- Le pregunto sorprendida, sin llegar a expresar claramente enfado o diversión.
-          ¡Tranquila! Es que así te sujeto mejor. Te pesa el culo ¿sabes?- Enrique ríe a carcajadas.
-          ¡Idiota! ¡Suéltame!.- Le digo bromeando.
-          Anda, si era por romper el hielo.- Dice mientras me apoya suavemente en el suelo.- Es que la situación se estaba poniendo demasiado romántica y no…- Continúa riendo.


De repente, como si un chasquido me hiciese volver a la Tierra, reorganizo mi mente en cuestión de segundos. “Calma, respira”, pienso. “Tienes unos objetivos claros y un camino concreto a seguir para alcanzarlos. No te desvíes, Alba”. 

Capítulo 18. Primera Parte.


No he pasado mala noche, contrariamente a lo que esperaba. Supongo que han sido los calmantes los que me han hecho dormir tan profundamente. Abro los ojos lentamente. Me incorporo, y advierto una bandeja a los pies de la cama. En ella, un zumo de naranja, magdalenas y un CD. Miro alrededor esperando encontrar a Irene, Rocío o Ari por la habitación. Entonces, veo una nota sobre la mesilla.

“Cielo, nos hemos ido. El avión salía esta mañana, pero nos ha dado pena despertarte. Te llamaremos al llegar, y no te preocupes, volveremos pronto. Un besito. Te queremos. Irene y Rocío.”

En fin, quizá lo hayan dejado preparado antes de marcharse. Decido seguir leyendo:

“Yo me voy a clase y comeré fuera, así que volveré por la tarde. A lo largo de la mañana vendrá Enrique a dejarte la silla de ruedas, tiene llaves. ¡¡¡No me odies!!! Ari.”

Lo imaginaba. Deben haber sido ellas. Son geniales. Estoy prácticamente convencida de que mis amigas han tenido ese detalle cuando un avión de papel aterriza sobre la bandeja. Comienzo a reír. Lo abro rápidamente:

Cada vez me caes peor, pero aún así, no me daré por vencido. Sé que detrás de esa chica escurridiza se encuentra la persona a la que conocí. ¿Me dejarás, al menos, buscarla?”

-          Pasa, anda. – Digo, riendo en voz alta. Pero nadie aparece tras la puerta. - ¡Pasa!- Grito algo intranquila. Y es entonces cuando se deja ver, recordándome que su sonrisa es la más bonita de las que he visto jamás.
-          Ya estoy aquí. Tranquila… - Dice mientras sigue sonriendo…- Cómo se nota que no puedes vivir sin mí.- Ríe mientras se sienta junto a mí en la cama.

Respondo mirando al techo y poniendo los ojos prácticamente en blanco, a la vez que bebo de mi zumo de naranja.
-          ¿Qué haces aquí? ¿Y a qué se debe esto?
-          He venido a traerte la silla, como te dije. Te he visto dormida y he creído que merecías un detalle que te alegrara un poco.
-          Muchas gracias… ¿Y el Cd?- Pregunto mientras lo cojo entre mis manos tratando de saber qué es.
-          Bueno… - Enrique se sonroja.- Creí que podía gustarte. Como vas a estar mucho tiempo sin bailar, te he grabado música tranquilita, baladas y eso para que te relajes y no sientas la tentación de ponerte a saltar.- Suelto una carcajada.- Bueno, y también porque rechacé la idea de regalarte una rosa. No te la mereces. –Vuelvo a reír.
-          Me encanta, gracias. Aunque, si quieres un consejo, mi flor favorita es la gerbera.- Mientras digo estas palabras casi susurro, y le guiño un ojo como si de un secreto se tratase.
-          ¡Vaya! ¡No lo puedo creer! ¿Me das consejos para conquistarte? - dice mientras me da un pequeño golpe en el hombro- estoy progresando  adecuadamente…- Ambos reímos. – Por cierto,-dice poniéndose mucho más serio.-  sólo quería decirte que la policía ha inspeccionado mi coche, y como es normal, no han encontrado nada. No tuvimos nada que ver, Alba, necesito que me creas.
-          Ya…- Contesto fugazmente, centrándome en mis objetivos y advirtiendo que a Enrique no le ha convencido mi respuesta.- Oye, siento mucho lo de ayer, estaba nerviosa, y supongo que de alguna forma te hice responsable. Lo siento.
-          No te preocupes, estar hoy aquí merece la pena.- Y vuelve a sonreír de esa forma tan amplia, tan especial, que hace que me olvide “casi” de todo. – Por cierto, pitufa, bonito pijama.- Dice con una sonrisa pícara mientras me chafa la nariz.

Dios mío. Estoy en pijama. Lo había olvidado. Un pantalón rosa con grandes corazones blancos y una camiseta blanca con “pitufina” delante dentro de un enorme corazón rosa. Genial. Me paso la mano por el pelo. Lo llevo todo enmarañado. Se hace un silencio en el que Enrique me mira con una sonrisa que le ocupa media cara esperando mi reacción.

-          Bueno, ¿Y qué te parezco en estas condiciones?- Le digo continuando con su broma.

Enrique piensa su respuesta. Se lleva su mano derecha a la barbilla haciéndose el interesante.
-          Pues… me hubieses parecido lo mismo que cuando te vi la primera vez, si no fuera por…- Enrique hace una pausa.
-          ¿Si no fuera por qué?- Pregunto arqueando las cejas.
-          Bueno, porque te he visto durmiendo. – No puedo evitar que la sorpresa se muestre en mi rostro.- Así, como con lo boca abierta, con toda la baba por aquí- Enrique bromea haciendo como que babea mientras se burla de mí.- Jamás podré olvidar esa imagen.
-          ¡Imbécil!-Le golpeo en el pecho mientras seguimos bromeando. -Ya puedes irte.- Digo mientras chasqueo los dedos y señalo la puerta de la habitación.
-          Y eso que no te he dicho que además haces un movimiento como así…- Comienza a mover los labios como si estuviera besando a alguien. Comienza a reírse. - Y haces un ruidito muy gracioso. ¿qué soñabas? ¿Soñabas conmigo?- Un cojín le golpea en la cara.
-          ¡Cállate ya!- Pero en realidad no podemos dejar de reír.

Enrique coge el Cd y sale de la habitación sin decir nada. Oigo como la mini-cadena se abre para permitirle introducir el Cd. Acto seguido, Enrique aparece con algo entre las manos.

-          No puedo tocarte aún la lesión, pero he traído un inmovilizador que debes llevar las 24 horas.
-          De acuerdo. Oye, ¿Cómo está Annie?
-          Bien, está mejor. Algo decaída, pero supongo que será la edad. Siempre ha sido tan activa, que se me hace raro verla tan desganada.
-          ¿Sabéis ya por qué le pasó?
-          No. Bueno, creen que fue una bajada de tensión. Le han hecho varias pruebas, pero aún no tenemos los resultados.
-          No te preocupes, seguro que no es nada.- Mientras hablo apoyo mi mano sobre la de Enrique y lo miro fijamente a los ojos.
-          Eso espero.- Contesta acariciándome la mano con su dedo pulgar mientras sonríe.

Lo más inquietante es que, me está resultando sorprendentemente sencillo fingir. No es de extrañar. Qué preciosa sonrisa. No tiene unos dientes perfectos, por eso me gusta que sin complejos los muestre todos. Es una persona tan transparente que me cuesta creer que sea capaz de hacer daño a alguien. No puedo evitar mirarlo con ternura mientras sube la pata de mi pantalón del pijama.

Desde el salón comienza a sonar “When you´re smiling” con la suave melodía que acompaña la voz de Louis Armstrong. La elección de esta canción es, cuanto menos, sorprendente.

-          ¡Vaya! Qué clásico.
-          Creo que es una canción perfecta para ti.
-          ¿Para mí? ¿Por qué?- Pregunto entusiasmada.
-          Bueno…- Enrique baja la mirada. Vuelve a subirla y sus ojos marrones se clavan en los míos.- Cuando sonríes, todo cambia. – Y sin esperar respuesta vuelve a bajar la mirada para asegurarse de que los velcros que rodean mi rodilla están lo suficientemente firmes. - ¿Bailas?- Pregunta sonriente mientras me ofrece su mano.
-          Sí, claro- Ironizo.

Enrique hace el amago de levantarme de la cama. Me resisto.
-          ¿Qué haces? ¡No puedo bailar!
-          Claro que puedes. Confía en mí, pitufa.