Hola a todos!!!!
Perdonad por haberos tenido abandonados este tiempo! He estado en la playita sin pc!!
Pero prometo seguir escribiendo esta semana mucho más!!
Y principalmente esta entrada es para agradecer a Martina Casas y su blog http://www.vamonosdetiendas.blogspot.com.es/ por concederme un premio, ya que tan sólo estoy empezando y esto me hace muchíiiiisima ilusión!!!
Os recomiendo su blog a todos! Es fantástico!
Besitos!!! MMmmmmmuack!
En este blog encontrareis capítulo a capítulo mi libro "La luna está demasiado cerca", apto para adolescentes y jóvenes que crean en el amor y el coraje por recuperar a alguien que quieres. Una mezcla de amor, amistad, valor y mucha acción que espero que os guste.
viernes, 17 de agosto de 2012
domingo, 12 de agosto de 2012
Capítulo 12. Completo.
A miles y miles de kilómetros de
Londres, un grupo de chicas habitan una gran mansión. Todas van ligeras de ropa
y visten con seda natural. Los colores de sus telas son alegres, incoherentes
con lo que sienten sus corazones. Una de ellas mueve sus caderas al son de la
melodía que le marca un laúd. De sus ojos caen finas lágrimas invisibles para
los tres hombres que la observan. Las demás comparten una misma habitación.
Hidratan su piel con crema de un olor dulce. No se dirigen una palabra, y
apenas levantan la mirada del suelo. La confianza es escasa a pesar de que la
situación y las vivencias han sido idénticas para todas desde hace algún
tiempo. Esta noche deben vestirse de una forma adecuada para la ocasión, deben
estar bellas y sensuales. Las cinco chicas masajean sus cuerpos con la crema, y
sienten repulsión al mirarse al espejo.
Se oye el timbre. En esta ocasión
el silencio parece aún mayor. Se miran asustadas. Se abre la puerta. Llantos y
gritos femeninos inundan las inmediaciones de la gran casa. Ninguna de las
presentes logra disimular su terror. Un escalofrío recorre la espalda de cada
una de ellas, pero nadie hace el amago de asomarse para averiguar qué ocurre.
Ellas ya lo saben. Ha llegado nueva mercancía. Esta noche, este palacio, uno de
los más grandes de Arabia Saudí, celebra una gran fiesta.
A otros tantos miles de kilómetros
de Londres, aunque en otra dirección, otro grupo de mujeres hablan entre ellas. Se encuentran en una gran nave industrial. Cuatro
chicas están algo apartadas del resto. Entre todas, suman casi un centenar.
Todas están agotadas, malnutridas y algunas algo deshidratadas. Más de la mitad
oculta bajo sus ropas señales de violencia. De entre el resto, algunas ni
siquiera logran ocultarlas, sus pómulos tienen un color amoratado y sus labios muestran
heridas ensangrentadas. Sus cabellos son ásperos y están enmarañados, casi
todos recogidos en moños o trenzas. Ni una de ellas va maquillada, lo que les
da un aspecto aún más demacrado. A excepción de cuando detienen su trabajo para
secarse el sudor de la frente como consecuencia de un calor horroroso, sujetan continuamente
entre sus manos diversos tipos de telas, tejidos y materiales. Setenta y cinco
máquinas de coser tejen al mismo tiempo en esta habitación. En las contiguas,
más máquinas, y más mujeres. Doce de ellas, naturales de ese país, dirigen el
trabajo, remiendan los errores y examinan la calidad del trabajo realizado.
Otros catorce hombres se limitan a apoyar su espalda en la pared mientras
vigilan a las trabajadoras y aseguran su buen rendimiento o vigilan los accesos
a la nave con armas de fuego entre sus manos.
Cayetana cose a mano el bordado
de un bolso de piel. El cabello le molesta en ocasiones sobre sus tristes ojos.
Los pómulos se marcan bajo la piel de su rostro. Ha perdido mucho peso desde
que se encuentra allí. Trabaja muy duro por nada a cambio. Sólo trabaja para
soñar con salir de ese mundo algún día y volver a la normalidad. Sólo trabaja
para permitir que su hijo pueda alimentarse. Si no ha tratado de suicidarse, a
pesar de haber deseado en ocasiones la muerte, es por este niño que trajo hace
tan sólo nueve semanas al mundo. El trabajo es extremadamente duro y se
prolonga a casi la totalidad del día. Todas sus compañeras experimentan una
sensación similar, y ninguna de ellas, por supuesto, está en ese lugar por
devoción. Las manos de Cayetana, al igual que las del resto, se encuentran
sucias, y llenas de cortes y heridas provocados por el material con el que
trabajan. También siente sucia el alma. A veces le da la sensación de que algo
la desgarra por dentro, y muerde sus labios con fuerza para evitar sollozar. En
otras ocasiones, aprieta fuerte sus puños para no gritar. En su interior se
esconde una inmensa rabia. Cuando mira a su hijo, en silencio durante la noche,
se odia. Ya lleva junto a ella más de dos meses, pero no consigue amarlo.
Siempre había soñado con tener un bebé al que dar amor, pero en esta ocasión no
ha logrado hacerlo. No cuando el bebé no es deseado. No cuando es fruto de una
violación. Sólo se promete, a sus veinticuatro años, lograr quererlo y poder
darle una educación tan pura como sus padres le dieron a ella. Pero para ello,
debe escapar de aquí.
De nuevo en Arabia, unas horas
más tarde. El palacio comienza a recibir a sus invitados. Por supuesto, todos
hombres. Las mujeres ya les esperan allí. Las que llevan un mayor tiempo entre
esas paredes siguen encerradas en la habitación hasta el momento de la subasta.
El resto, se encuentran encerradas en una habitación más alejada, más
insonorizada y más oscura. Algunas ya han recibido los primeros golpes para
conseguir su silencio. A otras no les ha hecho falta, con el sufrimiento de sus
compañeras les ha bastado. Una de ellas, más valiente, o más inconsciente,
sigue gritando y exigiendo que la saquen de ese lugar. Paola golpea la puerta y
las paredes con rabia y decisión. Realmente tiene más miedo que esperanza, pero
esta es su única opción. Después de algo menos de un minuto gritando, uno de
los hombres entra a por ella. No le da tiempo a golpearla, se abalanza sobre él
y le golpea en la cara, cabeza y pecho, a la vez que le insulta entre llantos y
gritos. El hombre tropieza y se apoya en la pared. Ella, aprovecha y sale
corriendo de la habitación. Qué lástima que en el pasillo un segundo hombre la
espere. Ha acudido alarmado por los gritos. Sin mediar palabra, este la coge por
el pelo y la arrastra literalmente por el mármol del suelo. La chica sigue
gritando. Los dos hombres se meten con ella en una habitación. Ahora, piensan
ellos, tendrá su merecido. Paola vive los peores minutos de su vida. Entre los
dos le arrancan la ropa, y también la dignidad, pero no pueden callarla. Ahora
su voz resuena con más fuerza, sus gritos son más desgarradores. En la
habitación contigua, las chicas lloran al
escucharla. Tanto ellas como Paola han aprendido que no deben revelarse,
y que esta es una situación de la que, de momento, no pueden escapar. En sus
mentes intentan averiguar dónde están, qué hacen en aquel lugar, y sobre todo,
qué pasará con ellas.
Capítulo 11. Tercera Parte.
Comisaría de
Policía Nacional. Murcia, España.
-
He dicho que
empieces desde el principio.
-
Joder… ¿otra vez?
¿Qué principio?
-
No te pongas
prepotente. Nada de esto hubiese pasado si no hubieses empezado a trabajar por
tu cuenta.
-
Vosotros no
hacíais lo suficiente.
-
Nosotros hacíamos
nuestro trabajo de la forma correcta.- El inspector se levanta de su asiento y
se dirige hacia la cámara. La pausa. Se acerca mí, se agacha a mi lado y sitúa
su mano sobre la mía.- Créeme Alba. No me gusta hacerte pasar por esto, pero necesito
que comiences desde mucho antes, que cuentes los verdaderos motivos por los que
te has comportado así. Necesito un testimonio que te libre de la cárcel.
Bien… Hace unos años me escapé de casa. Llevaba demasiado tiempo preguntándome ¿Dónde
estará? Había pasado demasiado tiempo y aún no sabía nada de ella. Desapareció
de mi vida sin dejar ni rastro. Sin una huella, sin un indicio, sin una pista
que me permitiese seguirla, buscarla, encontrarla. Sólo una carta de despedida
en la que decía que necesitaba vivir un tiempo sin nosotros, y donde rogaba que
no la buscásemos, que quería sentirse libre. Una carta que no convenció a
nadie. Y menos a mí. En primer lugar, ya llevaba un tiempo viviendo fuera de
casa, estar aún más lejos era una decisión absurda. En segundo lugar, mi
hermana nunca desearía estar lejos de casa, ya le costó bastante tener que irse
la primera vez. Fue extraño, doloroso y traumatizante para todos. Supongo que
también para ella.
Cuando mi padre encontró su carta
en el buzón, entró a prisa en casa, cogió su teléfono móvil y la llamó una vez
tras otra. No lograba decir qué ocurría.
Ni siquiera fue capaz de contárnoslo. Sólo cuando sus fuerzas le fallaron y
cayó sentado sobre el sillón, extendió su mano hacia adelante invitándonos a
leer esa hoja que sujetaba entre los dedos. No pudimos creerlo. Volvimos a
llamarla durante todo el día, pero nunca obtuvimos respuesta. Después de ese
día, su teléfono nunca más dio señal. ¿Cambiaría de número y no nos avisaría?
Me resultaba imposible creerlo. Yo la conozco, y sé que no sería capaz de ello.
Algo tuvo que ocurrirle. Quizá conoció a alguien, quizá le ocurrió algún suceso
que la hizo cambiar. Quizá alguien se la llevó. Pero eso es algo que aún no
conocía, y por supuesto algo que tuve que averiguar. Después de unos meses
esperando a que la policía hiciese su trabajo, cerraron el caso, y mis padres
también se rindieron, así que comencé a investigar por mi cuenta, algo fácil
siendo policía nacional. Descubrí tantas cosas que nadie creyó… incluso tuve que
asistir a varias sesiones a una terapia psicológica porque creyeron que estaba
comenzando a enloquecer.
¡Imbéciles! ¡Inútiles! Grité
mil veces insultando a todos los presentes en comisaría. Os dedicáis a arrestarme a mí en lugar de encontrar a mi hermana… Gracias
a esa frase… Usted se fijó en mí. Usted había perdido a su hija,
inexplicablemente, y tampoco le cuadraban los datos, así que me tomó
declaración de forma confidencial y le conté todas las averiguaciones que había
hecho. Usted coincidía en muchas de ellas… algo estaba pasando. Y confió en mí.
Y yo en usted. Se reunió con mis padres, y arrepentidos por no haberme creído,
aprobaron mi participación en la investigación con un rayo de esperanza por
encontrar a su hija.
A cambio de no procesarme por mis
delitos menores de desobediencia, creó un equipo y gracias a mi
colaboración usted me formó como agente especial. Un equipo. Ese era el trato.
Formaba parte de un equipo sin saber quiénes eran el resto de compañeros. Sólo
un punto de referencia al que debía acudir para recibir y dar información. Pero
algo se le pasó por alto, inspector. Usted ya había enterrado a su hija, no
tenía ansias por recuperarla. Pero yo no me conformé. Superé todas las pruebas
y sobresalí como su mejor alumna. Demostré con creces que era capaz de todo. Y
simplemente, lo fui.
Capítulo 11. Segunda Parte
La conversación cambia de tema en unos segundos y entre
charlas, llegamos a casa. Cuando les estoy enseñando mi cuarto, los gritos de
Ariela me hacen salir hacia el salón a comprobar qué ocurre.
-
¡Alba! ¡Alba! ¡Ven rápido! ¡Mira!- Me dirijo rápida
hacia el salón y miro a Ariela para entender qué está pasando. Irene y Rocío me
siguen- Ella mira atentamente la televisión.
-
¿Qué pasa?- Pregunto.
-
La chica del otro día, ha desaparecido.
-
¿Qué?
Las cuatro miramos la televisión en silencio. Ariela se
sienta lentamente en uno de los sofás. Yo me apoyo en el respaldo con los
brazos y escucho con atención. En la pantalla aparece un señor implorando
ayuda. Supongo que será su padre. Entre las manos sujeta una foto de Paola. Un
número de teléfono se muestra en la parte de debajo de la pantalla donde deben
llamar aquellos que tengan una noticia de la chica. Esas somos nosotras. Sin
dudarlo un momento, saco de mi bolso mi teléfono móvil y marco el número de
teléfono que aparece en pantalla. Tras únicamente dos tonos, alguien responde
al otro lado.
-
¿Alo?- Es la voz de un hombre.
-
Hola, soy Alba Marín Gómez. Le llamo porque conozco a
Paola.
-
Soy su padre.- Parece muy nervioso.- ¿De qué la
conocés? ¿Quién sos vos?
-
La conocí el viernes por la noche, al salir de una
discoteca. La discoteca Scala, en Londres.
-
Bien, yo ya estoy en Londres, ¿te parece que quedemos
para que me lo cuentes todo?
-
Sí, claro. –Se hace una pausa. Oigo como el padre de
Paola le cuenta lo que hemos hablado a otro hombre. Me pide la dirección de
casa, y se la doy.
-
En una hora estamos allí, muchas gracias.
Irene y Rocío no dan crédito. Tengo que explicarles todo lo
que sé acerca de esto. Les relato cómo conocimos a Paola el viernes y cómo por
ello debemos colaborar con su búsqueda. Por supuesto, también les cuento que
iba a formar parte de la compañía de ballet, como nosotras. Parece que van
entendiéndolo todo, aunque es de suponer que me harán más preguntas. Irene se
lo toma mejor, a Rocío tengo que prepararle una tila. Siempre ha sido más
temperamental, más pasional y más influenciable.
En realidad transcurre algo menos de una hora hasta que
suena el timbre. Dos hombres suben por la escalera y entran a casa. Ariela les
ofrece algo para beber pero rechazan la proposición. Los dos hombres toman
asiento en un sofá. En el otro nos encontramos las cuatro juntas. Uno de ellos
saca una grabadora, la cual activa y deja sobre la mesa.
-
¿Os importa?
-
No.- Contesto.
-
Mi nombre es Ignacio García. Inspector de la policía en
Buenos Aires. Este es Matías, el padre de Paola. – Le señala con la mano. Todas
tratamos de evitar mirarle en exceso, pero saber que es el padre de una chica
que ha desaparecido nos lo pone bastante difícil. – Chicas -El inspector va
poniéndose cada vez más serio.- Tenéis que contarnos todo lo que sepáis.
-
Está bien. Sólo nosotras las conocemos.- Comienzo
diciendo.- Ellas han venido hoy sólo a visitarme. Yo soy la chica que le llamó
por teléfono.
-
Decíme todo lo que sepas. Cualquier cosa es importante.-
Noto que Matías se encuentra muy angustiado.
-
Bien, pues conocimos a Paola el viernes por la noche,
al salir de la discoteca Scala. Nosotras habíamos cogido un taxi y ella nos
pidió venir con nosotras para no tener que coger uno sola. Por lo visto, tenía
habitación reservada en algún hostal aquí, en Camden. El taxista nos dejó en
una de las calles del barrio, nos despedimos de ella, y nos fuimos. Sólo
podemos decirle en la calle que nos dejó y hacia qué dirección marchó Paola.
-
¿Recordás la matrícula o el número del taxi?
-
No, lo siento.- Ariela también niega con la cabeza.
-
¿Era de algún color especial, o llevaba algún motivo
publicitario que recuerden?,
-
No, era negro.
-
Está bien, toda información puede servirnos de ayuda.
Bajemos a la calle para tratar de atar algún cabo. – El inspector se pone en
pie. Seguidamente, lo hace también Matías.
-
¿Tienen alguna idea de lo que ha podido pasar?-
Pregunta Irene.
-
De momento no descartamos ninguna posibilidad.
-
Paola nos contó que la habían llamado para asistir el
lunes a la compañía México. – Continúo entablando conversación con Matías.
-
Sí, así es.
-
A nosotras también, y cuando vimos que no vino a clase
el lunes nos extrañó bastante, pero no imaginábamos, bueno…que le podría haber
pasado algo.
En realidad, sí lo imaginaba. Quizá debería contarle a
Matías, o aún más, al inspector, las hipótesis que tengo en mente. Pero es
arriesgado, realmente no hay pruebas. Claro que, puede que nunca las haya. Lo
que es seguro es que algo ha ocurrido, y que cada vez mis hipótesis están más
cerca de ser comprobadas.
Capítulo 11. Primera Parte.
Entran algunos rayos de luz por la ventana que me hacen
despertar. Son las tres del mediodía, y me encuentro en la cama descansando un
poco. Cuando hemos terminado de comer necesitaba pensar, y finalmente me he
quedado dormida. Aún no sé si estoy obrando bien o equivocadamente, pero no
quiero enamorarme de alguien que pueda hacerme daño. Enrique ha tratado de
hablar conmigo hoy en varias ocasiones, pero no le doy pie a que la
conversación dure más de unos segundos. Incluso ha entrado a verme bailar en
alguna clase. Después he encontrado una nota en mi macuto que decía: “Vestida con mallot estás aún más bonita.
Enrique”. He sonreído, al menos por un instante. Pero la he doblado y
guardado directamente en el macuto sin volver a leerla. Me levanto de la cama,
voy hacia el macuto y la vuelvo a leer. Tiene una letra preciosa. La leo una y
otra vez, hasta que Ariela entra a la habitación.
-
Alba, tenemos que irnos ya, tus amigas no tardarán
mucho en llegar.
-
Voy ya.
Como me dijeron, Irene y Rocío vienen hoy a visitarme.
Vamos a recogerlas a Liverpool Station. Subimos al metro en dirección a
Moorgate. En sólo una parada estamos en la estación. Salimos a la calle hacia
la parada del autobús que llega desde el aeropuerto. Puedo verlas a través del
cristal de las ventanas. Las dos están pegadas a él y agitan con fuerza la
mano. Sonríen y dan saltitos en sus posiciones esperando impacientes poder
bajar del autobús. Cuando lo hacen, nos recibimos con un enorme abrazo
conjunto. Las tres nos rodeamos con nuestros brazos y gritamos, reímos, e
incluso lloramos un poco de la emoción. Están
tan guapas como siempre. Rocío tiene un cabello negro brillante. Lo tiene tan
largo como yo, le roza la cintura. Hoy lo lleva recogido en una trenza hacia el
lado izquierdo. Su piel clara y sus ojos oscuros contrastan a la perfección.
Irene se ha cambiado el color del pelo. Ahora lo luce castaño claro cubriendo
las mechas rubias que decoraban su cabello con
anterioridad. Hoy se nota que ha ido a la peluquería recientemente. Lo
lleva adecuadamente liso y cuidado. Irene es más alta. Su perfecta figura le
hubiese permitido ser modelo en caso de haberlo querido, pero nunca le
interesó. Las dos sonríen con plenitud y la felicidad del momento las hace aún
más bonitas.
Antes de que el autobús parta de nuevo, cada una saca su
equipaje de él.
-
¿Pero os habéis venido para unos días o para un mes?
-
Tenemos que ser previsoras ¿vale?- Dice Rocío mientras
arrastra su maleta.
-
Además, tu madre nos ha llenado las maletas de toda la
ropa que no trajiste. – Añade Irene.
-
Ok, entonces estáis perdonadas. Esta es Ariela, mi compañera
de piso, y de clase. Estamos las dos en la academia, la conocí en las pruebas
de acceso.
-
¡Hola! ¡He oído hablar mucho de vosotras! Estaba
deseando conoceros.
-
¡Vaya! Nosotras también queríamos conocerte. Aguantar a
Alba todo el día tiene mucho mérito.- Como siempre, Rocío bromea un poco.
-
¿Quieres dormir en la calle?- Le pregunto seria. Todas
reímos.
-
¿De dónde eres Ariela?- Pregunta Irene.- Tienes un
acento muy bonito.
-
De Venezuela.- Ríe Ariela.- Pero llámame Ari.
-
Vale, Ari. – Irene le guiña un ojo. Ariela responde con
una sonrisa.
Las cuatro entramos a la estación para tomar el metro con
dirección a casa. Irene y Rocío van prestando atención a cada paso que damos.
Ellas tampoco habían visitado Londres antes. En el metro, reímos mientras me
cuentan anécdotas que han vivido durante mi ausencia. Parece que han hecho
buenas migas con Ariela, lo cual es fantástico.
-
Te hemos echado muchísimo de menos. –Dice Irene
mientras me rodea con los brazos.
-
Sí, no sabes cuánto.
-
Yo también a vosotras. ¿Vais a venir a menudo, verdad?
-
Claro que sí. No te va a dar tiempo a echarnos más de
menos.- Dice Rocío.
-
Menos mal. – Digo mientras apoyo mi cabeza en el hombro
de Irene.
-
Bueno, vamos a lo que vamos.- Dice Rocío después de dar
una palmada y levantarse para ponerse frente a mí.- ¿Has conocido a alguien?
-
No, qué pesadas.
-
¿Cómo que no?- Dice Ariela abriendo sus ojos.- De
hecho, tú y yo tenemos una conversación pendiente, señorita.
-
No hay nada pendiente.- Contesto.
-
Un momento, un momento.- Interrumpe Rocío.- ¿Qué pasa
aquí?-Dice tratando de mantenerse seria, mientras cruza los brazos bajo el
pecho. Me mira arqueando las cejas esperando una respuesta que, por mi parte,
no llega. Entonces deja de mirarme.- ¿Ari?- Dice mirándola a ella.
-
Bueno, yo pensé que ya lo sabíais. Conocimos el fin de
semana a dos chicos. Y uno de ellos, guapísimo, por cierto, se interesó mucho
por Alba. Los hemos visto varias veces y creí que a Alba también le interesaba
pero a partir de ayer no quiere saber nada de él. Aún no sé por qué.
-
Cuéntanos. – Irene posa su mano sobre mi pierna. Yo
miro al suelo.
-
No hay nada que contar. Además, no quiero interesarme por
nadie porque si tuviese que marcharme de aquí cualquier cosa que hubiese
empezado acabaría.
-
Pero eso es absurdo, es cobardía. Es como no querer
vivir porque algún día moriremos.- Todas miramos a Ari tras la gran verdad que
ha pronunciado. Realmente me ha dejado sin argumentos.
-
Sí, llevas razón, pero de verdad, no me interesa, no me
gusta.
-
Vale, ¿alguien se lo cree?- Rocío habla en voz alta y
le pregunta al resto de pasajeros del vagón, los cuales ni se inmutan. – Porque
yo no me lo creo. ¿Qué pasa realmente? Te conozco, conozco tus gestos, y sé que
hay algo más.- Se arrodilla y se sitúa frente a mí, apoyando las manos sobre
mis rodillas.
-
No hay nada, en serio, no me gusta, ya está.
-
Bueno, vale,
pues cuéntame como es. – Añade Irene.
-
Pues no sé, es normal. Un chico normal.
-
Es guapísimo Alba.- Interviene Ari.
-
Vale sí, es guapísimo. – Hablo con frialdad, como si
realmente no me interesara.- Es mejicano, tiene veintitrés años, lo conocí en
una discoteca y he coincidido con él alguna vez más.- Mis amigas me escuchas
con atención.- ¡Ah! Y es
fisioterapeuta,- Hago una ligera pausa.- de la compañía de ballet. – Añado
mirando a mis amigas a los ojos.
-
Ya…- Rocío me devuelve la mirada y vuelve a levantarse.
Comienza a morderse las uñas, como cuando piensa en algo importante. Irene mira
en otra dirección.
-
¿Hay algún problema con eso?- Ariela se extraña. Nos
mira tratando de averiguar nuestros pensamientos. Irene y Rocío prefieren no
contestar.
-
Bueno…- Trato de explicar.- no quiero que se me
relacione con nadie de la compañía. No quiero que nadie crea que puedo obtener
favoritismo por tener algún tipo de amistad con alguien de allí.
-
Menuda tontería, ¡Lo conocimos antes de entrar!
-
Me da igual, eso la gente no lo sabe. – Airela no acaba
de comprenderlo. Pero mis amigas de siempre lo han entendido a la perfección.
De hecho, me compadecen. Nos conocemos tan bien que han advertido que realmente
me duele tener que ocultar mis sentimientos. Esos sentimientos que, también
ellas han notado que siento.
domingo, 5 de agosto de 2012
Capítulo 10. Completo.
Buenos Aires.
Argentina.
-
Escucháme bien. Llevo más de cincuenta horas sin saber
nada de mi hija. Le ha tenido que ocurrir algo y vos lo único que me soltás es
que me quede tranquilo, que ya están haciendo lo posible. ¿Qué es lo posible?
¿Quedarse ahí sentado esperando que venga acá desde Londres? O hacen algo para
encontrarla o yo mismo iré a la embajada argentina en Inglaterra. ¿Le queda
claro?- Matías se pasa las manos por la cabeza. Está muy angustiado. Su hija es
responsable y sabe que no dejaría de llamarle a no ser que le haya ocurrido
algo.
-
Está bien, señor. Siéntese. Llamaré al inspector y
vendrá enseguida.
-
Eso espero.
En algo más de un minuto el inspector de una de las
comisarías de Buenos Aires sale de su despacho para recibir a Matías Méndez.
-
¿Señor Méndez?
-
Sí, señor, soy yo.- Indica el padre de Paola levantándose
inmediatamente de la silla.
-
Acompáñeme a mi despacho.
-
Sí señor.
-
Entiendo que esté usted angustiado, pero ya iniciamos
la búsqueda de su hija, nos pusimos en contacto con la policía inglesa y han
movilizado hoy mismo a un gran equipo para encontrar a Paola. Las fotografías
han sido enviadas a la imprenta para realizar los carteles y ya no hay nada más
que podamos hacer, al menos de momento. Le sugiero que se vaya a casa a
descansar; en los informativos aparecerán los videos que ha grabado con la foto
de Paola y su número de teléfono para que puedan llamarle si conocen alguna
noticia sobre ella. Se emitirán por todo
el mundo. Usted ya ha hecho todo lo posible. Descanse.
-
No puedo descansar, ¿No lo entiende?
-
Sí, sí lo entiendo Matías. ¿Puedo tutearle?
-
Sí, podés.
-
Mirá, ahora vamos a repasar toda la información de la
que disponemos, y tratemos de pensar qué ha podido ocurrir. – Matías asiente
con la cabeza. – Bien, su nombre es Paola Méndez. ¿No es así?- Matías vuelve a
asentir.- Vos indicás que hablaste con ella hace unos dos días, ¿cierto?
-
Sí, hablé con ella el viernes en la noche, sobre las
diez más o menos. Me dijo que iba a cenar y a descansar. Y ya el sábado en la
mañana no me respondía al teléfono. Ahora ni siquiera está disponible. Se debe
haber quedado sin batería.
-
¿Sabés si ha conocido a alguien en Londres?
-
No. No le ha dado tiempo. Llegó la semana pasada para
una prueba de baile para una compañía. Volvió a Argentina y voló de nuevo a
Londres el viernes porque quería buscar piso antes del lunes, que tenía su
primera clase. – Los ojos de Matías no pueden evitar llenarse de lágrimas. Las
manos comienzan a sudarle y las frota contra su pantalón vaquero. Mira al suelo
pero apenas lo ve, la visión es borrosa a causa de las lágrimas.- Mirá, a mi hija
la han secuestrado. Como ya te dije, lo primero que hice fue llamar al hostal y
me indicaron que salió el sábado sobre las once de la noche, y que ya no
volvió.
-
Bien, Matías, preparáte la maleta. Nos vamos a Londres
a por tu hija.
Y así sucede. Durante la mañana siguiente parten diversos
aviones desde el aeropuerto de Buenos Aires. Uno de ellos con dirección a
Inglaterra. En él, entre otros pasajeros se encuentran varios policías
federales, el inspector, y un padre destrozado.
Matías se separó de la madre de Paola hace un tiempo. No
tiene noticias de su ex mujer desde hace tres años. Tras la separación, Matías
consiguió la custodia de Paola y nunca más se supo de ella. Ni siquiera trató
de seguir en contacto con su hija. Para Matías, la pérdida de Paola sería un
golpe insuperable. Nunca podría llenar el vacío que le dejaría el hueco de su
única hija. Los dos tienen una relación perfecta, la confianza es mutua y se
tienen un cariño enorme. Su carácter es muy similar, y ambos se entienden a la
perfección. Por ello, si Matías supiese dónde se encuentra Paola en este
momento, querría morir.
Capítulo 9. Completo
El domingo ha pasado rápido. Ariela pasó todo el día
enganchada a su teléfono móvil. Cada dos minutos tenía un nuevo mensaje de
Joss, y cada vez que recibía alguno de ellos sus labios esbozaban una sonrisa. Pasó
todo el día cantando y bailando de aquí para allá. Está feliz. Yo me alegro,
pero a la vez me asusta. Ya lo dice el dicho, “lo que rápido empieza, rápido acaba”, y me da la sensación de que
Ariela está demasiado ilusionada para conocer a Joss tan poco tiempo. Pero,
precisamente, el tiempo lo demostrará todo. Ayer tuve todo el día a Enrique en
la cabeza. Quizá por eso estoy tan asustada. Nunca había sentido nada igual por
alguien a quien conozco de tan sólo unas horas, pero no dejo de pensar en su
sonrisa y en sus simpáticos ojos, y en sus manos…y en todo. Espero verle
pronto.
Ya es lunes. Ariela y yo vamos de camino a clase. Como nos
indicaron, vamos hacia el salón de actos. Nos sentamos en dos de las tantas
butacas que hay situadas frente a un grande y reluciente escenario. Unos
minutos más tarde, el dueño de la compañía aparece sobre el escenario.
-
Alumnos y alumnas, tanto veteranos como novatos. El
suelo que piso será el escenario donde debutaréis dentro de unos meses. De esta
compañía han salido magníficos bailarines, y sobre este escenario- lo señala con
las palmas de las manos abiertas hacia abajo- tendréis la oportunidad de
demostrar todas vuestras capacidades. No sé si sabéis, que a cada actuación
asisten profesionales del baile internacionales, y que pueden interesarse por
cualquiera de vosotros, lo que supondría viajar, quizá a otro país a seguir
vuestra formación, o incluso a comenzar a trabajar y ganar dinero. Estas son
algunas de las personas- con un mando activa el proyector de diapositivas que
muestra distintas fotografías de chicas y chicos en actuaciones de ballet.- que
han comenzado en esta compañía, y que
han salido siendo estrellas. Espero que vuestra experiencia aquí sea
inolvidable, y que lleguéis… que voléis muy alto.
Los estudiantes aplauden enloquecidos y ansiosos por
comenzar sus clases. Salvador abandona el escenario y aparecen todos los
profesores para presentarse. Una gran cantidad de bailarines observamos
interesados. En cambio, María Isabella está constantemente mirando en todas
direcciones. Es como si buscase a alguien. Ha mandado ya varios mensajes con su
móvil y no ha obtenido respuesta de ninguno. Parece preocupada por algo, pero
no le doy más importancia. Tras las presentaciones, todos abandonamos el salón
de actos y nos dirigimos a nuestra clase correspondiente. Las barras de ballet
están dispuestas en el centro de la clase. Mano izquierda sobre la barra, mano
derecha en posición preparatoria, lanzamos el pie derecho al aire hacia
delante, detrás, y hacia el lado en repetidas ocasiones. Después repetimos el ejercicio con la otra
pierna. Ahora toca el turno de los pliés, en todas las posiciones de pies. Laura
nos corrige la posición de la barbilla, espalda o pecho. Con la cabeza asiente
si lo hacemos bien, y dulcemente nos corrige si nos equivocamos. Pasamos una
hora y media entre ejercicios de barra, centro, diagonales y demás ejercicios.
Toca el momento del intercambio. Un día agotador, como serán los siguientes.
Después de unos diez minutos de descanso, pasamos a otra clase, esta vez
contemporáneo, y así durante varias horas. Pasaremos unas semanas de ejercicios
preparatorios para comenzar después con las coreografías. Al terminar la
jornada, pasamos al vestuario para ducharnos y cambiarnos. Las chicas apenas
interactúan con las demás. Sobre todo entre las veteranas, hay un clima de
competencia y enemistad. Ariela y yo hemos saludado al entrar y nadie nos ha
contestado. Apenas dos o tres de las nuevas se giran para mirarnos. Ariela y yo
nos miramos sorprendidas.
-
A lo mejor es porque no entienden el idioma. –Dice
riéndose.
-
Sí, ya lo creo. - Contesto irónicamente. – Oye, no he
visto a Paola por ningún sitio. ¿La has visto tú?
-
No, la verdad es que no. Qué raro. Aunque a lo mejor ha
estado en otra clase.
-
Sí…- Le contesto preocupada.- Puede ser.
Ari y yo nos duchamos rápidas y salimos del vestuario con
el pelo mojado. Justo antes de salir, oigo a mis espaldas.
-
Flipada, ¿Te acompaño a algún sitio?.- Oigo detrás de
mí. De nuevo es Enrique. Lleva un uniforme azul.
-
¡Eh! ¿Qué pasa?. ¿Me estás siguiendo? No aguantabas sin
verme…
-
Sí…anda….- Dice dirigiéndose a Ariela y señalándome con
el pulgar.- Tranquila. Yo trabajo aquí.
-
¿Qué?- Comienzo a ponerme nerviosa.
-
Soy fisioterapeuta ¿No te acuerdas? Nos vimos el primer
día.
-
No… yo… no sé, sí, me sonaba tu cara, pero no… no te
había relacionado.
-
Bueno, pues ya lo sabes. Vas a tenerme cerca.
-
Sí, qué bien. Bueno, yo tengo que irme… ya nos veremos.
-
Eh… vale. ¿os apetece hacer algo luego?
-
Yo estoy muy cansada. En serio, tengo que irme.
-
Alba, ¿estás bien?- Ariela advierte mi nerviosismo.- ¿A
dónde vas?- En ese momento suena el móvil de Enrique, quien rechaza la llamada.
-
Sí, claro, perfecta. Bueno, adiós. – Y marcho, casi
corriendo, dejando allí a Ariela y a Enrique con la boca abierta.
No puedo creer que trabaje
ahí. Que mierda de coincidencia. Joder. ¿Por qué? ¿Y por qué me importa tanto?
Debería darme igual. Bien, vale, trabaja en la compañía, la solución sería no
volver a verle fuera de ahí. Pero, ¿Por qué me duele tener que dejar de verle?
¿Y si no estuviera tan relacionado con la compañía? No, no puedo fiarme. Es arriesgado, podría complicarlo todo. Necesito
dar una vuelta, pensar. Sí, pensar. Al levantar la cabeza y mirar al frente,
observo a Don Salvador caminando unos metros más adelante que yo, mientras
habla con alguien por su teléfono móvil.
-
Sí, son geniales. No he tenido ocasión de verlas en
profundidad pero creo que son magníficas. Tienen una preparación física, y por
supuesto un físico, espectacular. No vamos a tener problemas con ellas, nos van
a llover las ofertas. – Hace una pausa para escuchar la voz al otro lado del
teléfono.- Sí, claro, las he escogido de acuerdo a un perfil que sea más vendible
y más atractivo para el cliente. – Otra pausa.- Sí, en especial hay tres o
cuatro que son muy buenas. Una yugoslava, una rusa, una española…- ¿Una
española? Esa soy yo. ¿Qué querrá decir? Quizá que tenemos más probabilidad de
ir a otros países. Decido seguir escuchando.- Bien, todo perfecto, sube sus
fotos de ficha y sus historiales a la red, así todo va más rápido, en cuando
nos soliciten información pueden venir a
verlos y pedirán el traslado de alguna, bueno, o alguno. Todos han entrado con
muchas ganas, están muy ilusionados…
No he podido oír más, ha mirado hacia atrás y me ha notado
demasiado cerca. Por fortuna, no me ha reconocido, el cambio del moño al pelo
suelto, y del mallot a la ropa de calle es bastante grande. En fin, creo que ha
sido suficiente. Así que, soy de las buenas, y puede que vaya a otro país.
Genial, esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
Cambio de dirección y comienzo a callejear por las bonitas
calles de Notting Hill. Voy tan concentrada en mis pensamientos que ni siquiera
me detengo a observarlas. Al cabo de dos o tres manzanas, entro a un pequeño
local. La luz es tenue, y los objetos que decoran la sala, escasos. Bastan un
par de mesas de escritorio, un flexo en cada una, varias sillas alrededor y una
pizarra para completar el mobiliario. Un señor algo canoso escribe en un folio
detrás de una de las mesas.
-
Buenos días.- Le interrumpo.
-
Buenos días…
-
Alba Marín, señor. Encantada.
-
Igualmente- Dice mientras se levanta y estrecha
cordialmente mi mano derecha.- Siéntese. – Lo hago.-Bueno, dígame.
-
Bueno, venía principalmente a presentarme formalmente,
y a decirle que he asistido hoy a clase por primera vez. Ya hemos visto a
Salvador y a todos los profesores. Ah, y Salvador ya ha informado sobre las
posibles contrataciones por parte de otras compañías.
-
¿Ya? ¿Tan pronto?
-
Sí, pero hay más. Acabo de oírle una conversación por
teléfono. Ya van a colgar la información de las chicas en Internet.
-
Joder, no se le va a hacer tarde.
-
No, pero espera, hay más. – Me pongo algo seria. El
señor se inclina hacia delante mostrando interés.- Ha hablado de mí, y de dos
chicas más, creo que ha dicho algo de que podemos interesar bastante a los
clientes.
-
Bien, nos va a solucionar la mitad del trabajo. En ese
caso, hay que estar preparados. Debes entrenar mucho, y trata de que te
consigan un traslado pronto.
-
Sí, señor. Por cierto, no le he dicho que también he
conocido al médico…
-
Sí, él es una figura importante en la compañía.- Me
interrumpe antes de que pueda llegar al objetivo de la frase.
-
¿Ah, sí? Bueno, y al fisio.
-
Sí, bueno, es el sobrino del dueño.
-
¿Qué?- Esa información me hace más daño del que
imaginaba.- O sea, que está metido hasta
el fondo en la compañía.
-
Bueno, no creo. Es muy joven. Y en sus cuentas sólo
aparece su sueldo base. ¿Sabes por dónde voy, no?
-
Sí, claro…lo único que pasa es que no sé en quien
confiar.
-
¿Quieres un consejo?
-
Sí.
-
No te fíes de nadie.
-
Ah… gracias.- Digo decepcionada. Sinceramente, no es lo
que esperaba oír.- Bueno, tengo que marcharme. Aunque, otra cosa más. Conocí a
una chica que debió haber ido hoy a clase, y no ha sido así.
-
Bueno, tampoco tenemos que ser dramáticos. Puede haber
faltado por cualquier cosa.
-
Ya, claro.- Me giro para marcharme.
-
Sí, ah… y Alba…- Levanto la mirada y escucho
atentamente.- Trata de venir aquí lo menos posible. Comunícate con nosotros por
teléfono o mail.
-
Ok.
-
No queremos que esto se estropee ¿no?
-
No, claro.
-
Bien, pues te ayudaremos a que consigas lo que llevas
tanto tiempo soñando.- Y con una débil sonrisa abandono aquel oscuro lugar.
Ya en la calle, apoyo mi espalda sobre la fachada.
Milagrosamente, puedo oír la conversación que mantiene el señor al que acabo de
visitar.
-
Sí. Hay que empezar a prepararse. Todo está conectado,
lo importante es poder demostrarlo. Por cierto, ha venido la señorita Alba
Marín para que la conociera. Me gusta esa chica, creo que va a trabajar muy
bien.- Se hace una pausa.- No seas imbécil, qué tiene que ver su edad, ya te ha
demostrado suficiente valentía metiéndose en esto. Además, ha estado entrenando
muy duro durante seis meses y me han hablado muy bien de ella.- Otra pausa.-
Sí, es lo que parece. Es una chica de muy buena familia y con unos modales
excelentes.- No puedo evitar sonreír al escucharlo.- pero quizá esa sea su
mejor arma, nadie espera nada de ella. No la subestimes, el entrenador me ha
dicho que tiene un coraje sorprendente, y, lo más importante, tiene algo que los
demás no tienen… sed de venganza.
sábado, 4 de agosto de 2012
Capítulo 8. Tercera Parte.
-
Tienes la nariz roja otra vez.
-
¡Imbécil!- le digo mientras me escabullo entre sus
brazos fingiendo un enfado.
-
¿Por qué te enfadas? La tienes roja, pareces un payaso.
-
¿Sí? Pues tú eres imbécil.
-
¿Que yo qué?
-
Que eres imbécil. – Enrique suelta una carcajada
mientras yo trato de mantenerme seria.
-
¿Y qué quieres que haga?- Pregunta mientras abre las
manos sonriente.
-
Nada, pero no te metas conmigo, si no, te seguiré
sacando defectos.
-
Tu nariz roja no es un defecto.- Dice mientras se
acerca.- Es directamente horrible. – Ahora se aleja rápidamente esquivando mi
puñetazo directo al hombro.
-
Será… ¡idiota!
-
¡1-1! Te la debía. Es broma… - Ríe mientras apoya su
brazo sobre mis hombros.
-
Es broma, es broma.- Digo haciendo muecas con la cara
para hacerle burla.
Después, se ofrece a llevarnos a casa. Esta vez tenemos que
aceptar así que vamos a por su coche.
-
¡Un mini!- Salgo corriendo hacia el coche.- ¡Me encantan!
-
Cuando quieras te lo dejo.
-
¡Vale!- Voy hacia el lado del conductor y le quito las
llaves de las manos. Enrique mueve la cabeza arrepintiéndose de lo que ha
dicho. – Eh, tranquilo, se conducir… Soy la reina del embrague.- Todos nos
echamos a reír.
-
¿Has conducido alguna vez por la izquierda?
-
Sí claro, de toda la vida. – Arranco y salgo mientras
Enrique apoya los codos en las rodillas, y la cabeza entre las manos.- Tú
dirígeme que yo me encargo de lo demás.
Recorremos el camino bromeando. Conduzco con cautela, sé
que Enrique está algo asustado. Ariela y Joss se besan en los asientos
traseros. Puedo verlos por el retrovisor.
-
¡Eh! ¿qué hacéis?- Grito mientras pellizco la pierna a
Ari.- ¿Os dejo en un hotel?
-
No, no hace falta, gracias.- De nuevo volvemos a reír.
Llegamos a la entrada a Camden, así que estaciono el coche.
-
Nos quedamos aquí, la casa está cerca.
-
¿Seguro que no queréis que os acompañemos?- Le dice
Joss a Ariela.
-
No, no te preocupes.- Se dan un beso.- Mañana hablamos.
-
Ok.
Bajo del coche y tras de mí sale Ariela. Enrique se cruza
en mi camino para pasar al sitio en el que yo he venido.
-
Conduzco bien, ¿eh?
-
Sí, me has dejado de piedra.
-
Sí, pero no sólo por esto… Por cierto, 2-1.- Digo
mientras chasqueo los dedos delante de su cara.
-
Buah… menuda flipada.- Esta vez soy yo la que suelta
una carcajada.
-
Oye… lo he pasado muy bien. Gracias por la cena.
-
De nada flipada.- Y con un gesto similar a quitarse el
sombrero, se introduce en su coche y se marcha.
Mientras volvemos a casa siento una punzada en el
corazón. Quizá miedo. Quizá un mal
presentimiento. Miedo a sufrir, miedo a amar, o mejor dicho, miedo a amar a la
persona equivocada. Y lo más peligroso es que con las intuiciones, muy pocas
veces me equivoco.
Capítulo 8. Segunda Parte.
Esta vez encienden un enorme equipo de música que tienen
tras ellos. Una base de hip-hop comienza a sonar. Se agrupan tras la tarima
esperando que nos situemos sobre ella. Cojo a Ari de la mano y trato de hacerla
bailar. Se niega y me indica con la mano que vaya yo. Me sitúo en el centro
moviendo suavemente los hombros bajo la mirada de al menos quince personas y
los ánimos de los chicos, que dicen “camon,
camon baby” continuamente. Entre
el público hay personas muy diferentes. Londinenses que salen a pasear,
turistas que observan interesados la escena, y alguien a quien conocemos.
Ariela saluda con la mano pero no logro reconocer a nadie. En fin, me decido,
me muevo bruscamente con golpes de cabeza hacia los lados, golpes de pecho,
arcos con los brazos, doy grandes pasos y deslizo mis pies por el suelo, me
acaricio la cabeza apartándome el pelo hacia un lado. Doblo las rodillas hacia
los lados, arqueo la espalda agachándome hacia delante para subir en varias
veces de forma brusca. Sonrío, me siento bien. Bailar me hace flotar, me da la
felicidad. Tras dar una vuelta veloz, caigo al suelo abierta de piernas. Después
de hacer varios rebotes en el suelo, subo y con un salto acabo mi actuación con
los brazos cruzados, y el pulgar de mi mano derecha sobre mis labios. Los
chicos y los espectadores aplauden.
-
Eres una fiera, una máquina.- Me dicen.
-
Gracias.- Río mientras me aparto el cabello la cara.
-
Esperamos veros pronto por aquí.
-
¡Vale!- Me despido subiendo mi pulgar hacia el cielo.
-
¡Ey! ¡Has estado genial!
-
Gracias, lo tendrías que haber probado Ari. Es genial.
-
Sí, bueno, a lo mejor otro día.
-
Oye, ¿A quién saludabas?
-
A mí. – Una voz conocida suena detrás de mí. La fuerza
del destino es sorprendente. Es Enrique.- Bailas muy bien.- dice mientras me
quita un mechón de pelo que tengo sobre los labios.
-
Gracias.- Sonrío.- No sabía que estabas ahí. Si lo
llego a saber, hubiese bailado mejor. –Le digo mientras le golpeo el hombro con
suavidad.
-
¿Por qué? ¿te doy confianza?- pregunta interesado.
-
No. Me hubiese crecido para impresionarte.
En la cara de Enrique se dibuja una
sonrisa. Justo en el momento en que parece que va a decir algo decido
interrumpirle dándole una de cal y una de arena. Mientras le sujeto la barbilla
y sonrío, le digo en voz baja:
-
Aunque creo que ya te tengo bastante impresionado.- Mi
tono no ha sido lo suficientemente bajo como para que Ariela no lo escuche, así
que reacciona soltando una carcajada. Enrique la mira.
-
Tu amiga es auténtica. 1-0.- Dice señalándome con el
dedo.- Aunque espero una revancha.
-
Es una fiera. – Contesta ella mientras me pasa la mano
por el hombro.- Bueno, ¿Qué haces por aquí?
-
He venido a casa de Joss, vive por aquí cerca. Íbamos a
salir a cenar. ¿Os apetece venir?
-
¡Claro!- Ariela
responde sin darme tiempo a pensarlo.
-
Joder, vale, si lo dices con esa ilusión, habrá que ir.
-
Claro que tenéis que venir. Vamos a cenar cerca, Joss
invita.
-
¡Ah, bueno! ¡Entonces vamos! – Bromeo.
Enrique nos lleva a cenar al mismo restaurante donde cenó
el día anterior con Joss. Allí esperamos a este. Cuando llega, se queda, cuanto
menos, sorprendido.
-
¡Ey! ¡Qué sorpresa! ¿qué hacéis vosotras aquí?
-
Enrique, que nos ha obligado a venir.- Contesto rápida.
Joss nos besa cálidamente en la mejilla a ambas y ocupa el
lugar vacío junto a Enrique. Nosotras nos sentamos enfrente. Pasamos un rato
agradable entre pizzas y cervezas lager, conversaciones y bromas.
El tiempo con Enrique pasa volando. Es como si alguien
hubiese acelerado la pila de mi reloj. En el rato que estamos juntos, parece
que quiero descubrir mucho más de él de lo que me cuenta. Es como si quisiera
conocerlo al máximo. Como un tesoro que buscas ansiando descubrirlo, ese tesoro
que hará inmensamente rico a quien lo posea. Enrique no deja de bromear y
hacernos reír, intuyo que es cariñoso y una excelente persona. Además, es
guapísimo. Ninguno de sus rasgos tiene nada extraordinario, pero en el
conjunto, tiene algo que lo hace muy atractivo. Sus manos son suaves e
hidratadas. Lo sé porque ya han rozado varias veces las mías al hablar.
Después damos un paseo por las calles de Convent Garden.
Paseando llegamos a Piccadilly. Los carteles luminosos del edificio de enfrente
me conquistan. Sanyo, Samsung y Mcdonalds se anuncian entre otros con luces de
colores y flashes intermitentes. La oscuridad de la noche los hace aún más
relucientes. Bajo los carteles, una tienda GAP. Desde la plaza observo la
maravilla del cruce de diversas intersecciones que confluyen frente a mí. Si
miro a la izquierda, una calle totalmente curva me invita a recorrerla. Enrique
advierte mi rostro de alegría.
-
¿Nunca habías estado aquí?
-
No. Es precioso.
-
Me alegro de que lo hayas descubierto conmigo.- Enrique
rodea mi espalda con su brazo y apoya la mano en mi cintura.
-
Yo también.- digo mientras apoyo mi cabeza en su
hombro.
Una escena perfecta sobre los escalones de la plaza de
Piccadilly. Espontáneamente Enrique acaricia mi mejilla. Giro mi cabeza para mirarle y nuestras caras
se quedan cerca, muy cerca. Puedo sentir su respiración. Él, como resultado de
una brillante educación, roza su nariz con la mía, y se vuelve para seguir
acompañándome observando, maravillada, esa bonita parte de la ciudad.
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