viernes, 17 de agosto de 2012

Descanso por vacaciones!!

Hola a todos!!!!

Perdonad por haberos tenido abandonados este tiempo! He estado en la playita sin pc!!
Pero prometo seguir escribiendo esta semana mucho más!!

Y principalmente esta entrada es para agradecer a Martina Casas y su blog http://www.vamonosdetiendas.blogspot.com.es/ por concederme un premio, ya que tan sólo estoy empezando y esto me hace muchíiiiisima ilusión!!!

Os recomiendo su blog a todos! Es fantástico!


Besitos!!! MMmmmmmuack!

domingo, 12 de agosto de 2012

Capítulo 12. Completo.


A miles y miles de kilómetros de Londres, un grupo de chicas habitan una gran mansión. Todas van ligeras de ropa y visten con seda natural. Los colores de sus telas son alegres, incoherentes con lo que sienten sus corazones. Una de ellas mueve sus caderas al son de la melodía que le marca un laúd. De sus ojos caen finas lágrimas invisibles para los tres hombres que la observan. Las demás comparten una misma habitación. Hidratan su piel con crema de un olor dulce. No se dirigen una palabra, y apenas levantan la mirada del suelo. La confianza es escasa a pesar de que la situación y las vivencias han sido idénticas para todas desde hace algún tiempo. Esta noche deben vestirse de una forma adecuada para la ocasión, deben estar bellas y sensuales. Las cinco chicas masajean sus cuerpos con la crema, y sienten repulsión al mirarse al espejo.
Se oye el timbre. En esta ocasión el silencio parece aún mayor. Se miran asustadas. Se abre la puerta. Llantos y gritos femeninos inundan las inmediaciones de la gran casa. Ninguna de las presentes logra disimular su terror. Un escalofrío recorre la espalda de cada una de ellas, pero nadie hace el amago de asomarse para averiguar qué ocurre. Ellas ya lo saben. Ha llegado nueva mercancía. Esta noche, este palacio, uno de los más grandes de Arabia Saudí, celebra una gran fiesta.


A otros tantos miles de kilómetros de Londres, aunque en otra dirección,  otro grupo de mujeres hablan entre ellas.  Se encuentran en una gran nave industrial. Cuatro chicas están algo apartadas del resto. Entre todas, suman casi un centenar. Todas están agotadas, malnutridas y algunas algo deshidratadas. Más de la mitad oculta bajo sus ropas señales de violencia. De entre el resto, algunas ni siquiera logran ocultarlas, sus pómulos tienen un color amoratado y sus labios muestran heridas ensangrentadas. Sus cabellos son ásperos y están enmarañados, casi todos recogidos en moños o trenzas. Ni una de ellas va maquillada, lo que les da un aspecto aún más demacrado. A excepción de cuando detienen su trabajo para secarse el sudor de la frente como consecuencia de un calor horroroso, sujetan continuamente entre sus manos diversos tipos de telas, tejidos y materiales. Setenta y cinco máquinas de coser tejen al mismo tiempo en esta habitación. En las contiguas, más máquinas, y más mujeres. Doce de ellas, naturales de ese país, dirigen el trabajo, remiendan los errores y examinan la calidad del trabajo realizado. Otros catorce hombres se limitan a apoyar su espalda en la pared mientras vigilan a las trabajadoras y aseguran su buen rendimiento o vigilan los accesos a la nave con armas de fuego entre sus manos.

Cayetana cose a mano el bordado de un bolso de piel. El cabello le molesta en ocasiones sobre sus tristes ojos. Los pómulos se marcan bajo la piel de su rostro. Ha perdido mucho peso desde que se encuentra allí. Trabaja muy duro por nada a cambio. Sólo trabaja para soñar con salir de ese mundo algún día y volver a la normalidad. Sólo trabaja para permitir que su hijo pueda alimentarse. Si no ha tratado de suicidarse, a pesar de haber deseado en ocasiones la muerte, es por este niño que trajo hace tan sólo nueve semanas al mundo. El trabajo es extremadamente duro y se prolonga a casi la totalidad del día. Todas sus compañeras experimentan una sensación similar, y ninguna de ellas, por supuesto, está en ese lugar por devoción. Las manos de Cayetana, al igual que las del resto, se encuentran sucias, y llenas de cortes y heridas provocados por el material con el que trabajan. También siente sucia el alma. A veces le da la sensación de que algo la desgarra por dentro, y muerde sus labios con fuerza para evitar sollozar. En otras ocasiones, aprieta fuerte sus puños para no gritar. En su interior se esconde una inmensa rabia. Cuando mira a su hijo, en silencio durante la noche, se odia. Ya lleva junto a ella más de dos meses, pero no consigue amarlo. Siempre había soñado con tener un bebé al que dar amor, pero en esta ocasión no ha logrado hacerlo. No cuando el bebé no es deseado. No cuando es fruto de una violación. Sólo se promete, a sus veinticuatro años, lograr quererlo y poder darle una educación tan pura como sus padres le dieron a ella. Pero para ello, debe escapar de aquí.

De nuevo en Arabia, unas horas más tarde. El palacio comienza a recibir a sus invitados. Por supuesto, todos hombres. Las mujeres ya les esperan allí. Las que llevan un mayor tiempo entre esas paredes siguen encerradas en la habitación hasta el momento de la subasta. El resto, se encuentran encerradas en una habitación más alejada, más insonorizada y más oscura. Algunas ya han recibido los primeros golpes para conseguir su silencio. A otras no les ha hecho falta, con el sufrimiento de sus compañeras les ha bastado. Una de ellas, más valiente, o más inconsciente, sigue gritando y exigiendo que la saquen de ese lugar. Paola golpea la puerta y las paredes con rabia y decisión. Realmente tiene más miedo que esperanza, pero esta es su única opción. Después de algo menos de un minuto gritando, uno de los hombres entra a por ella. No le da tiempo a golpearla, se abalanza sobre él y le golpea en la cara, cabeza y pecho, a la vez que le insulta entre llantos y gritos. El hombre tropieza y se apoya en la pared. Ella, aprovecha y sale corriendo de la habitación. Qué lástima que en el pasillo un segundo hombre la espere. Ha acudido alarmado por los gritos. Sin mediar palabra, este la coge por el pelo y la arrastra literalmente por el mármol del suelo. La chica sigue gritando. Los dos hombres se meten con ella en una habitación. Ahora, piensan ellos, tendrá su merecido. Paola vive los peores minutos de su vida. Entre los dos le arrancan la ropa, y también la dignidad, pero no pueden callarla. Ahora su voz resuena con más fuerza, sus gritos son más desgarradores. En la habitación contigua, las chicas lloran al  escucharla. Tanto ellas como Paola han aprendido que no deben revelarse, y que esta es una situación de la que, de momento, no pueden escapar. En sus mentes intentan averiguar dónde están, qué hacen en aquel lugar, y sobre todo, qué pasará con ellas.

Capítulo 11. Tercera Parte.


Comisaría de Policía Nacional. Murcia, España.
-          He dicho que empieces desde el principio.
-          Joder… ¿otra vez? ¿Qué principio?
-          No te pongas prepotente. Nada de esto hubiese pasado si no hubieses empezado a trabajar por tu cuenta.
-          Vosotros no hacíais lo suficiente.
-          Nosotros hacíamos nuestro trabajo de la forma correcta.- El inspector se levanta de su asiento y se dirige hacia la cámara. La pausa. Se acerca mí, se agacha a mi lado y sitúa su mano sobre la mía.- Créeme Alba. No me gusta hacerte pasar por esto, pero necesito que comiences desde mucho antes, que cuentes los verdaderos motivos por los que te has comportado así. Necesito un testimonio que te libre de la cárcel.    


Bien… Hace unos años me escapé de casa.  Llevaba demasiado tiempo preguntándome ¿Dónde estará? Había pasado demasiado tiempo y aún no sabía nada de ella. Desapareció de mi vida sin dejar ni rastro. Sin una huella, sin un indicio, sin una pista que me permitiese seguirla, buscarla, encontrarla. Sólo una carta de despedida en la que decía que necesitaba vivir un tiempo sin nosotros, y donde rogaba que no la buscásemos, que quería sentirse libre. Una carta que no convenció a nadie. Y menos a mí. En primer lugar, ya llevaba un tiempo viviendo fuera de casa, estar aún más lejos era una decisión absurda. En segundo lugar, mi hermana nunca desearía estar lejos de casa, ya le costó bastante tener que irse la primera vez. Fue extraño, doloroso y traumatizante para todos. Supongo que también para ella.

Cuando mi padre encontró su carta en el buzón, entró a prisa en casa, cogió su teléfono móvil y la llamó una vez tras otra.  No lograba decir qué ocurría. Ni siquiera fue capaz de contárnoslo. Sólo cuando sus fuerzas le fallaron y cayó sentado sobre el sillón, extendió su mano hacia adelante invitándonos a leer esa hoja que sujetaba entre los dedos. No pudimos creerlo. Volvimos a llamarla durante todo el día, pero nunca obtuvimos respuesta. Después de ese día, su teléfono nunca más dio señal. ¿Cambiaría de número y no nos avisaría? Me resultaba imposible creerlo. Yo la conozco, y sé que no sería capaz de ello. Algo tuvo que ocurrirle. Quizá conoció a alguien, quizá le ocurrió algún suceso que la hizo cambiar. Quizá alguien se la llevó. Pero eso es algo que aún no conocía, y por supuesto algo que tuve que averiguar. Después de unos meses esperando a que la policía hiciese su trabajo, cerraron el caso, y mis padres también se rindieron, así que comencé a investigar por mi cuenta, algo fácil siendo policía nacional. Descubrí tantas cosas que nadie creyó… incluso tuve que asistir a varias sesiones a una terapia psicológica porque creyeron que estaba comenzando a enloquecer.

¡Imbéciles! ¡Inútiles!  Grité mil veces insultando a todos los presentes en comisaría. Os dedicáis a arrestarme a mí en lugar de encontrar a mi hermana… Gracias a esa frase… Usted se fijó en mí. Usted había perdido a su hija, inexplicablemente, y tampoco le cuadraban los datos, así que me tomó declaración de forma confidencial y le conté todas las averiguaciones que había hecho. Usted coincidía en muchas de ellas… algo estaba pasando. Y confió en mí. Y yo en usted. Se reunió con mis padres, y arrepentidos por no haberme creído, aprobaron mi participación en la investigación con un rayo de esperanza por encontrar a su hija.

A cambio de no procesarme por mis delitos menores de desobediencia, creó un equipo y gracias a mi colaboración usted me formó como agente especial. Un equipo. Ese era el trato. Formaba parte de un equipo sin saber quiénes eran el resto de compañeros. Sólo un punto de referencia al que debía acudir para recibir y dar información. Pero algo se le pasó por alto, inspector. Usted ya había enterrado a su hija, no tenía ansias por recuperarla. Pero yo no me conformé. Superé todas las pruebas y sobresalí como su mejor alumna. Demostré con creces que era capaz de todo. Y simplemente, lo fui.

Capítulo 11. Segunda Parte


La conversación cambia de tema en unos segundos y entre charlas, llegamos a casa. Cuando les estoy enseñando mi cuarto, los gritos de Ariela me hacen salir hacia el salón a comprobar qué ocurre.
-          ¡Alba! ¡Alba! ¡Ven rápido! ¡Mira!- Me dirijo rápida hacia el salón y miro a Ariela para entender qué está pasando. Irene y Rocío me siguen- Ella mira atentamente la televisión.
-          ¿Qué pasa?- Pregunto.
-          La chica del otro día, ha desaparecido.
-          ¿Qué?

Las cuatro miramos la televisión en silencio. Ariela se sienta lentamente en uno de los sofás. Yo me apoyo en el respaldo con los brazos y escucho con atención. En la pantalla aparece un señor implorando ayuda. Supongo que será su padre. Entre las manos sujeta una foto de Paola. Un número de teléfono se muestra en la parte de debajo de la pantalla donde deben llamar aquellos que tengan una noticia de la chica. Esas somos nosotras. Sin dudarlo un momento, saco de mi bolso mi teléfono móvil y marco el número de teléfono que aparece en pantalla. Tras únicamente dos tonos, alguien responde al otro lado.

-          ¿Alo?- Es la voz de un hombre.
-          Hola, soy Alba Marín Gómez. Le llamo porque conozco a Paola.
-          Soy su padre.- Parece muy nervioso.- ¿De qué la conocés? ¿Quién sos vos?
-          La conocí el viernes por la noche, al salir de una discoteca. La discoteca Scala, en Londres.
-          Bien, yo ya estoy en Londres, ¿te parece que quedemos para que me lo cuentes todo?
-          Sí, claro. –Se hace una pausa. Oigo como el padre de Paola le cuenta lo que hemos hablado a otro hombre. Me pide la dirección de casa, y se la doy.
-          En una hora estamos allí, muchas gracias.

Irene y Rocío no dan crédito. Tengo que explicarles todo lo que sé acerca de esto. Les relato cómo conocimos a Paola el viernes y cómo por ello debemos colaborar con su búsqueda. Por supuesto, también les cuento que iba a formar parte de la compañía de ballet, como nosotras. Parece que van entendiéndolo todo, aunque es de suponer que me harán más preguntas. Irene se lo toma mejor, a Rocío tengo que prepararle una tila. Siempre ha sido más temperamental, más pasional y más influenciable.

En realidad transcurre algo menos de una hora hasta que suena el timbre. Dos hombres suben por la escalera y entran a casa. Ariela les ofrece algo para beber pero rechazan la proposición. Los dos hombres toman asiento en un sofá. En el otro nos encontramos las cuatro juntas. Uno de ellos saca una grabadora, la cual activa y deja sobre la mesa.
-          ¿Os importa?
-          No.- Contesto.
-          Mi nombre es Ignacio García. Inspector de la policía en Buenos Aires. Este es Matías, el padre de Paola. – Le señala con la mano. Todas tratamos de evitar mirarle en exceso, pero saber que es el padre de una chica que ha desaparecido nos lo pone bastante difícil. – Chicas -El inspector va poniéndose cada vez más serio.- Tenéis que contarnos todo lo que sepáis.
-          Está bien. Sólo nosotras las conocemos.- Comienzo diciendo.- Ellas han venido hoy sólo a visitarme. Yo soy la chica que le llamó por teléfono.
-          Decíme todo lo que sepas. Cualquier cosa es importante.- Noto que Matías se encuentra muy angustiado.
-          Bien, pues conocimos a Paola el viernes por la noche, al salir de la discoteca Scala. Nosotras habíamos cogido un taxi y ella nos pidió venir con nosotras para no tener que coger uno sola. Por lo visto, tenía habitación reservada en algún hostal aquí, en Camden. El taxista nos dejó en una de las calles del barrio, nos despedimos de ella, y nos fuimos. Sólo podemos decirle en la calle que nos dejó y hacia qué dirección marchó Paola.
-          ¿Recordás la matrícula o el número del taxi?
-          No, lo siento.- Ariela también niega con la cabeza.
-          ¿Era de algún color especial, o llevaba algún motivo publicitario que recuerden?,
-          No, era negro.
-          Está bien, toda información puede servirnos de ayuda. Bajemos a la calle para tratar de atar algún cabo. – El inspector se pone en pie. Seguidamente, lo hace también Matías.
-          ¿Tienen alguna idea de lo que ha podido pasar?- Pregunta Irene.
-          De momento no descartamos ninguna posibilidad.
-          Paola nos contó que la habían llamado para asistir el lunes a la compañía México. – Continúo entablando conversación con Matías.
-          Sí, así es.
-          A nosotras también, y cuando vimos que no vino a clase el lunes nos extrañó bastante, pero no imaginábamos, bueno…que le podría haber pasado algo.

En realidad, sí lo imaginaba. Quizá debería contarle a Matías, o aún más, al inspector, las hipótesis que tengo en mente. Pero es arriesgado, realmente no hay pruebas. Claro que, puede que nunca las haya. Lo que es seguro es que algo ha ocurrido, y que cada vez mis hipótesis están más cerca de ser comprobadas. 

Capítulo 11. Primera Parte.


Entran algunos rayos de luz por la ventana que me hacen despertar. Son las tres del mediodía, y me encuentro en la cama descansando un poco. Cuando hemos terminado de comer necesitaba pensar, y finalmente me he quedado dormida. Aún no sé si estoy obrando bien o equivocadamente, pero no quiero enamorarme de alguien que pueda hacerme daño. Enrique ha tratado de hablar conmigo hoy en varias ocasiones, pero no le doy pie a que la conversación dure más de unos segundos. Incluso ha entrado a verme bailar en alguna clase. Después he encontrado una nota en mi macuto que decía: “Vestida con mallot estás aún más bonita. Enrique”. He sonreído, al menos por un instante. Pero la he doblado y guardado directamente en el macuto sin volver a leerla. Me levanto de la cama, voy hacia el macuto y la vuelvo a leer. Tiene una letra preciosa. La leo una y otra vez, hasta que Ariela entra a la habitación.

-          Alba, tenemos que irnos ya, tus amigas no tardarán mucho en llegar.
-          Voy ya.

Como me dijeron, Irene y Rocío vienen hoy a visitarme. Vamos a recogerlas a Liverpool Station. Subimos al metro en dirección a Moorgate. En sólo una parada estamos en la estación. Salimos a la calle hacia la parada del autobús que llega desde el aeropuerto. Puedo verlas a través del cristal de las ventanas. Las dos están pegadas a él y agitan con fuerza la mano. Sonríen y dan saltitos en sus posiciones esperando impacientes poder bajar del autobús. Cuando lo hacen, nos recibimos con un enorme abrazo conjunto. Las tres nos rodeamos con nuestros brazos y gritamos, reímos, e incluso lloramos un poco de la emoción.  Están tan guapas como siempre. Rocío tiene un cabello negro brillante. Lo tiene tan largo como yo, le roza la cintura. Hoy lo lleva recogido en una trenza hacia el lado izquierdo. Su piel clara y sus ojos oscuros contrastan a la perfección. Irene se ha cambiado el color del pelo. Ahora lo luce castaño claro cubriendo las mechas rubias que decoraban su cabello con  anterioridad. Hoy se nota que ha ido a la peluquería recientemente. Lo lleva adecuadamente liso y cuidado. Irene es más alta. Su perfecta figura le hubiese permitido ser modelo en caso de haberlo querido, pero nunca le interesó. Las dos sonríen con plenitud y la felicidad del momento las hace aún más bonitas.

Antes de que el autobús parta de nuevo, cada una saca su equipaje de él.
-          ¿Pero os habéis venido para unos días o para un mes?
-          Tenemos que ser previsoras ¿vale?- Dice Rocío mientras arrastra su maleta.
-          Además, tu madre nos ha llenado las maletas de toda la ropa que no trajiste. – Añade Irene.
-          Ok, entonces estáis perdonadas. Esta es Ariela, mi compañera de piso, y de clase. Estamos las dos en la academia, la conocí en las pruebas de acceso.
-          ¡Hola! ¡He oído hablar mucho de vosotras! Estaba deseando conoceros.
-          ¡Vaya! Nosotras también queríamos conocerte. Aguantar a Alba todo el día tiene mucho mérito.- Como siempre, Rocío bromea un poco.
-          ¿Quieres dormir en la calle?- Le pregunto seria. Todas reímos.
-          ¿De dónde eres Ariela?- Pregunta Irene.- Tienes un acento muy bonito.
-          De Venezuela.- Ríe Ariela.- Pero llámame Ari.
-          Vale, Ari. – Irene le guiña un ojo. Ariela responde con una sonrisa.

Las cuatro entramos a la estación para tomar el metro con dirección a casa. Irene y Rocío van prestando atención a cada paso que damos. Ellas tampoco habían visitado Londres antes. En el metro, reímos mientras me cuentan anécdotas que han vivido durante mi ausencia. Parece que han hecho buenas migas con Ariela, lo cual es fantástico.

-          Te hemos echado muchísimo de menos. –Dice Irene mientras me rodea con los brazos.
-          Sí, no sabes cuánto.
-          Yo también a vosotras. ¿Vais a venir a menudo, verdad?
-          Claro que sí. No te va a dar tiempo a echarnos más de menos.- Dice Rocío.
-          Menos mal. – Digo mientras apoyo mi cabeza en el hombro de Irene.
-          Bueno, vamos a lo que vamos.- Dice Rocío después de dar una palmada y levantarse para ponerse frente a mí.- ¿Has conocido a alguien?
-          No, qué pesadas.
-          ¿Cómo que no?- Dice Ariela abriendo sus ojos.- De hecho, tú y yo tenemos una conversación pendiente, señorita.
-          No hay nada pendiente.- Contesto.
-          Un momento, un momento.- Interrumpe Rocío.- ¿Qué pasa aquí?-Dice tratando de mantenerse seria, mientras cruza los brazos bajo el pecho. Me mira arqueando las cejas esperando una respuesta que, por mi parte, no llega. Entonces deja de mirarme.- ¿Ari?- Dice mirándola a ella.
-          Bueno, yo pensé que ya lo sabíais. Conocimos el fin de semana a dos chicos. Y uno de ellos, guapísimo, por cierto, se interesó mucho por Alba. Los hemos visto varias veces y creí que a Alba también le interesaba pero a partir de ayer no quiere saber nada de él. Aún no sé por qué.
-          Cuéntanos. – Irene posa su mano sobre mi pierna. Yo miro al suelo.
-          No hay nada que contar. Además, no quiero interesarme por nadie porque si tuviese que marcharme de aquí cualquier cosa que hubiese empezado acabaría.
-          Pero eso es absurdo, es cobardía. Es como no querer vivir porque algún día moriremos.- Todas miramos a Ari tras la gran verdad que ha pronunciado. Realmente me ha dejado sin argumentos.
-          Sí, llevas razón, pero de verdad, no me interesa, no me gusta.
-          Vale, ¿alguien se lo cree?- Rocío habla en voz alta y le pregunta al resto de pasajeros del vagón, los cuales ni se inmutan. – Porque yo no me lo creo. ¿Qué pasa realmente? Te conozco, conozco tus gestos, y sé que hay algo más.- Se arrodilla y se sitúa frente a mí, apoyando las manos sobre mis rodillas.
-          No hay nada, en serio, no me gusta, ya está.
-          Bueno,  vale, pues cuéntame como es. – Añade Irene.
-          Pues no sé, es normal. Un chico normal.
-          Es guapísimo Alba.- Interviene Ari.
-          Vale sí, es guapísimo. – Hablo con frialdad, como si realmente no me interesara.- Es mejicano, tiene veintitrés años, lo conocí en una discoteca y he coincidido con él alguna vez más.- Mis amigas me escuchas con atención.-  ¡Ah! Y es fisioterapeuta,- Hago una ligera pausa.- de la compañía de ballet. – Añado mirando a mis amigas a los ojos.
-          Ya…- Rocío me devuelve la mirada y vuelve a levantarse. Comienza a morderse las uñas, como cuando piensa en algo importante. Irene mira en otra dirección.
-          ¿Hay algún problema con eso?- Ariela se extraña. Nos mira tratando de averiguar nuestros pensamientos. Irene y Rocío prefieren no contestar.
-          Bueno…- Trato de explicar.- no quiero que se me relacione con nadie de la compañía. No quiero que nadie crea que puedo obtener favoritismo por tener algún tipo de amistad con alguien de allí.
-          Menuda tontería, ¡Lo conocimos antes de entrar!
-          Me da igual, eso la gente no lo sabe. – Airela no acaba de comprenderlo. Pero mis amigas de siempre lo han entendido a la perfección. De hecho, me compadecen. Nos conocemos tan bien que han advertido que realmente me duele tener que ocultar mis sentimientos. Esos sentimientos que, también ellas han notado que siento.

domingo, 5 de agosto de 2012

Capítulo 10. Completo.


Buenos Aires. Argentina.
-          Escucháme bien. Llevo más de cincuenta horas sin saber nada de mi hija. Le ha tenido que ocurrir algo y vos lo único que me soltás es que me quede tranquilo, que ya están haciendo lo posible. ¿Qué es lo posible? ¿Quedarse ahí sentado esperando que venga acá desde Londres? O hacen algo para encontrarla o yo mismo iré a la embajada argentina en Inglaterra. ¿Le queda claro?- Matías se pasa las manos por la cabeza. Está muy angustiado. Su hija es responsable y sabe que no dejaría de llamarle a no ser que le haya ocurrido algo.
-          Está bien, señor. Siéntese. Llamaré al inspector y vendrá enseguida.
-          Eso espero.
En algo más de un minuto el inspector de una de las comisarías de Buenos Aires sale de su despacho para recibir a Matías Méndez.
-          ¿Señor Méndez?
-          Sí, señor, soy yo.- Indica el padre de Paola levantándose inmediatamente de la silla.
-          Acompáñeme a mi despacho.
-          Sí señor.
-          Entiendo que esté usted angustiado, pero ya iniciamos la búsqueda de su hija, nos pusimos en contacto con la policía inglesa y han movilizado hoy mismo a un gran equipo para encontrar a Paola. Las fotografías han sido enviadas a la imprenta para realizar los carteles y ya no hay nada más que podamos hacer, al menos de momento. Le sugiero que se vaya a casa a descansar; en los informativos aparecerán los videos que ha grabado con la foto de Paola y su número de teléfono para que puedan llamarle si conocen alguna noticia sobre ella.  Se emitirán por todo el mundo. Usted ya ha hecho todo lo posible. Descanse.
-          No puedo descansar, ¿No lo entiende?
-          Sí, sí lo entiendo Matías. ¿Puedo tutearle?
-          Sí, podés.
-          Mirá, ahora vamos a repasar toda la información de la que disponemos, y tratemos de pensar qué ha podido ocurrir. – Matías asiente con la cabeza. – Bien, su nombre es Paola Méndez. ¿No es así?- Matías vuelve a asentir.- Vos indicás que hablaste con ella hace unos dos días, ¿cierto?
-          Sí, hablé con ella el viernes en la noche, sobre las diez más o menos. Me dijo que iba a cenar y a descansar. Y ya el sábado en la mañana no me respondía al teléfono. Ahora ni siquiera está disponible. Se debe haber quedado sin batería.
-          ¿Sabés si ha conocido a alguien en Londres?
-          No. No le ha dado tiempo. Llegó la semana pasada para una prueba de baile para una compañía. Volvió a Argentina y voló de nuevo a Londres el viernes porque quería buscar piso antes del lunes, que tenía su primera clase. – Los ojos de Matías no pueden evitar llenarse de lágrimas. Las manos comienzan a sudarle y las frota contra su pantalón vaquero. Mira al suelo pero apenas lo ve, la visión es borrosa a causa de las lágrimas.- Mirá, a mi hija la han secuestrado. Como ya te dije, lo primero que hice fue llamar al hostal y me indicaron que salió el sábado sobre las once de la noche, y que ya no volvió.
-          Bien, Matías, preparáte la maleta. Nos vamos a Londres a por tu hija.
Y así sucede. Durante la mañana siguiente parten diversos aviones desde el aeropuerto de Buenos Aires. Uno de ellos con dirección a Inglaterra. En él, entre otros pasajeros se encuentran varios policías federales, el inspector, y un padre destrozado.
Matías se separó de la madre de Paola hace un tiempo. No tiene noticias de su ex mujer desde hace tres años. Tras la separación, Matías consiguió la custodia de Paola y nunca más se supo de ella. Ni siquiera trató de seguir en contacto con su hija. Para Matías, la pérdida de Paola sería un golpe insuperable. Nunca podría llenar el vacío que le dejaría el hueco de su única hija. Los dos tienen una relación perfecta, la confianza es mutua y se tienen un cariño enorme. Su carácter es muy similar, y ambos se entienden a la perfección. Por ello, si Matías supiese dónde se encuentra Paola en este momento, querría morir.

Capítulo 9. Completo


El domingo ha pasado rápido. Ariela pasó todo el día enganchada a su teléfono móvil. Cada dos minutos tenía un nuevo mensaje de Joss, y cada vez que recibía alguno de ellos sus labios esbozaban una sonrisa. Pasó todo el día cantando y bailando de aquí para allá. Está feliz. Yo me alegro, pero a la vez me asusta. Ya lo dice el dicho, “lo que rápido empieza, rápido acaba”, y me da la sensación de que Ariela está demasiado ilusionada para conocer a Joss tan poco tiempo. Pero, precisamente, el tiempo lo demostrará todo. Ayer tuve todo el día a Enrique en la cabeza. Quizá por eso estoy tan asustada. Nunca había sentido nada igual por alguien a quien conozco de tan sólo unas horas, pero no dejo de pensar en su sonrisa y en sus simpáticos ojos, y en sus manos…y en todo. Espero verle pronto.
Ya es lunes. Ariela y yo vamos de camino a clase. Como nos indicaron, vamos hacia el salón de actos. Nos sentamos en dos de las tantas butacas que hay situadas frente a un grande y reluciente escenario. Unos minutos más tarde, el dueño de la compañía aparece sobre el escenario.
-          Alumnos y alumnas, tanto veteranos como novatos. El suelo que piso será el escenario donde debutaréis dentro de unos meses. De esta compañía han salido magníficos bailarines, y sobre este escenario- lo señala con las palmas de las manos abiertas hacia abajo- tendréis la oportunidad de demostrar todas vuestras capacidades. No sé si sabéis, que a cada actuación asisten profesionales del baile internacionales, y que pueden interesarse por cualquiera de vosotros, lo que supondría viajar, quizá a otro país a seguir vuestra formación, o incluso a comenzar a trabajar y ganar dinero. Estas son algunas de las personas- con un mando activa el proyector de diapositivas que muestra distintas fotografías de chicas y chicos en actuaciones de ballet.- que han comenzado en esta compañía,  y que han salido siendo estrellas. Espero que vuestra experiencia aquí sea inolvidable, y que lleguéis… que voléis muy alto.
Los estudiantes aplauden enloquecidos y ansiosos por comenzar sus clases. Salvador abandona el escenario y aparecen todos los profesores para presentarse. Una gran cantidad de bailarines observamos interesados. En cambio, María Isabella está constantemente mirando en todas direcciones. Es como si buscase a alguien. Ha mandado ya varios mensajes con su móvil y no ha obtenido respuesta de ninguno. Parece preocupada por algo, pero no le doy más importancia. Tras las presentaciones, todos abandonamos el salón de actos y nos dirigimos a nuestra clase correspondiente. Las barras de ballet están dispuestas en el centro de la clase. Mano izquierda sobre la barra, mano derecha en posición preparatoria, lanzamos el pie derecho al aire hacia delante, detrás, y hacia el lado en repetidas ocasiones.  Después repetimos el ejercicio con la otra pierna. Ahora toca el turno de los pliés, en todas las posiciones de pies. Laura nos corrige la posición de la barbilla, espalda o pecho. Con la cabeza asiente si lo hacemos bien, y dulcemente nos corrige si nos equivocamos. Pasamos una hora y media entre ejercicios de barra, centro, diagonales y demás ejercicios. Toca el momento del intercambio. Un día agotador, como serán los siguientes. Después de unos diez minutos de descanso, pasamos a otra clase, esta vez contemporáneo, y así durante varias horas. Pasaremos unas semanas de ejercicios preparatorios para comenzar después con las coreografías. Al terminar la jornada, pasamos al vestuario para ducharnos y cambiarnos. Las chicas apenas interactúan con las demás. Sobre todo entre las veteranas, hay un clima de competencia y enemistad. Ariela y yo hemos saludado al entrar y nadie nos ha contestado. Apenas dos o tres de las nuevas se giran para mirarnos. Ariela y yo nos miramos sorprendidas.
-          A lo mejor es porque no entienden el idioma. –Dice riéndose.
-          Sí, ya lo creo. - Contesto irónicamente. – Oye, no he visto a Paola por ningún sitio. ¿La has visto tú?
-          No, la verdad es que no. Qué raro. Aunque a lo mejor ha estado en otra clase.
-          Sí…- Le contesto preocupada.- Puede ser.
Ari y yo nos duchamos rápidas y salimos del vestuario con el pelo mojado. Justo antes de salir, oigo a mis espaldas.
-          Flipada, ¿Te acompaño a algún sitio?.- Oigo detrás de mí. De nuevo es Enrique. Lleva un uniforme azul.
-          ¡Eh! ¿Qué pasa?. ¿Me estás siguiendo? No aguantabas sin verme…
-          Sí…anda….- Dice dirigiéndose a Ariela y señalándome con el pulgar.- Tranquila. Yo trabajo aquí.
-          ¿Qué?- Comienzo a ponerme nerviosa.
-          Soy fisioterapeuta ¿No te acuerdas? Nos vimos el primer día.
-          No… yo… no sé, sí, me sonaba tu cara, pero no… no te había relacionado.
-          Bueno, pues ya lo sabes. Vas a tenerme cerca.
-          Sí, qué bien. Bueno, yo tengo que irme… ya nos veremos.
-          Eh… vale. ¿os apetece hacer algo luego?
-          Yo estoy muy cansada. En serio, tengo que irme.
-          Alba, ¿estás bien?- Ariela advierte mi nerviosismo.- ¿A dónde vas?- En ese momento suena el móvil de Enrique, quien rechaza la llamada.
-          Sí, claro, perfecta. Bueno, adiós. – Y marcho, casi corriendo, dejando allí a Ariela y a Enrique con la boca abierta.
 No puedo creer que trabaje ahí. Que mierda de coincidencia. Joder. ¿Por qué? ¿Y por qué me importa tanto? Debería darme igual. Bien, vale, trabaja en la compañía, la solución sería no volver a verle fuera de ahí. Pero, ¿Por qué me duele tener que dejar de verle? ¿Y si no estuviera tan relacionado con la compañía? No, no puedo fiarme.  Es arriesgado, podría complicarlo todo. Necesito dar una vuelta, pensar. Sí, pensar. Al levantar la cabeza y mirar al frente, observo a Don Salvador caminando unos metros más adelante que yo, mientras habla con alguien por su teléfono móvil.
-          Sí, son geniales. No he tenido ocasión de verlas en profundidad pero creo que son magníficas. Tienen una preparación física, y por supuesto un físico, espectacular. No vamos a tener problemas con ellas, nos van a llover las ofertas. – Hace una pausa para escuchar la voz al otro lado del teléfono.- Sí, claro, las he escogido de acuerdo a un perfil que sea más vendible y más atractivo para el cliente. – Otra pausa.- Sí, en especial hay tres o cuatro que son muy buenas. Una yugoslava, una rusa, una española…- ¿Una española? Esa soy yo. ¿Qué querrá decir? Quizá que tenemos más probabilidad de ir a otros países. Decido seguir escuchando.- Bien, todo perfecto, sube sus fotos de ficha y sus historiales a la red, así todo va más rápido, en cuando nos soliciten información  pueden venir a verlos y pedirán el traslado de alguna, bueno, o alguno. Todos han entrado con muchas ganas, están muy ilusionados…
No he podido oír más, ha mirado hacia atrás y me ha notado demasiado cerca. Por fortuna, no me ha reconocido, el cambio del moño al pelo suelto, y del mallot a la ropa de calle es bastante grande. En fin, creo que ha sido suficiente. Así que, soy de las buenas, y puede que vaya a otro país. Genial, esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
Cambio de dirección y comienzo a callejear por las bonitas calles de Notting Hill. Voy tan concentrada en mis pensamientos que ni siquiera me detengo a observarlas. Al cabo de dos o tres manzanas, entro a un pequeño local. La luz es tenue, y los objetos que decoran la sala, escasos. Bastan un par de mesas de escritorio, un flexo en cada una, varias sillas alrededor y una pizarra para completar el mobiliario. Un señor algo canoso escribe en un folio detrás de una de las mesas.
-          Buenos días.- Le interrumpo.
-          Buenos días…
-          Alba Marín, señor. Encantada.
-          Igualmente- Dice mientras se levanta y estrecha cordialmente mi mano derecha.- Siéntese. – Lo hago.-Bueno, dígame.
-          Bueno, venía principalmente a presentarme formalmente, y a decirle que he asistido hoy a clase por primera vez. Ya hemos visto a Salvador y a todos los profesores. Ah, y Salvador ya ha informado sobre las posibles contrataciones por parte de otras compañías.
-          ¿Ya? ¿Tan pronto?
-          Sí, pero hay más. Acabo de oírle una conversación por teléfono. Ya van a colgar la información de las chicas en Internet.
-          Joder, no se le va a hacer tarde.
-          No, pero espera, hay más. – Me pongo algo seria. El señor se inclina hacia delante mostrando interés.- Ha hablado de mí, y de dos chicas más, creo que ha dicho algo de que podemos interesar bastante a los clientes.
-          Bien, nos va a solucionar la mitad del trabajo. En ese caso, hay que estar preparados. Debes entrenar mucho, y trata de que te consigan un traslado pronto.
-          Sí, señor. Por cierto, no le he dicho que también he conocido al médico…
-          Sí, él es una figura importante en la compañía.- Me interrumpe antes de que pueda llegar al objetivo de la frase.
-          ¿Ah, sí? Bueno, y al fisio.
-          Sí, bueno, es el sobrino del dueño.
-          ¿Qué?- Esa información me hace más daño del que imaginaba.-  O sea, que está metido hasta el fondo en la compañía.
-          Bueno, no creo. Es muy joven. Y en sus cuentas sólo aparece su sueldo base. ¿Sabes por dónde voy, no?
-          Sí, claro…lo único que pasa es que no sé en quien confiar.
-          ¿Quieres un consejo?
-          Sí.
-          No te fíes de nadie.
-          Ah… gracias.- Digo decepcionada. Sinceramente, no es lo que esperaba oír.- Bueno, tengo que marcharme. Aunque, otra cosa más. Conocí a una chica que debió haber ido hoy a clase, y no ha sido así.
-          Bueno, tampoco tenemos que ser dramáticos. Puede haber faltado por cualquier cosa.
-          Ya, claro.- Me giro para marcharme.
-          Sí, ah… y Alba…- Levanto la mirada y escucho atentamente.- Trata de venir aquí lo menos posible. Comunícate con nosotros por teléfono o mail.
-          Ok.
-          No queremos que esto se estropee ¿no?
-          No, claro.
-          Bien, pues te ayudaremos a que consigas lo que llevas tanto tiempo soñando.- Y con una débil sonrisa abandono aquel oscuro lugar.
Ya en la calle, apoyo mi espalda sobre la fachada. Milagrosamente, puedo oír la conversación que mantiene el señor al que acabo de visitar.
-          Sí. Hay que empezar a prepararse. Todo está conectado, lo importante es poder demostrarlo. Por cierto, ha venido la señorita Alba Marín para que la conociera. Me gusta esa chica, creo que va a trabajar muy bien.- Se hace una pausa.- No seas imbécil, qué tiene que ver su edad, ya te ha demostrado suficiente valentía metiéndose en esto. Además, ha estado entrenando muy duro durante seis meses y me han hablado muy bien de ella.- Otra pausa.- Sí, es lo que parece. Es una chica de muy buena familia y con unos modales excelentes.- No puedo evitar sonreír al escucharlo.- pero quizá esa sea su mejor arma, nadie espera nada de ella. No la subestimes, el entrenador me ha dicho que tiene un coraje sorprendente, y, lo más importante, tiene algo que los demás no tienen… sed de venganza.

sábado, 4 de agosto de 2012

Capítulo 8. Tercera Parte.


-          Tienes la nariz roja otra vez.
-          ¡Imbécil!- le digo mientras me escabullo entre sus brazos fingiendo un enfado.
-          ¿Por qué te enfadas? La tienes roja, pareces un payaso.
-          ¿Sí? Pues tú eres imbécil.
-          ¿Que yo qué?
-          Que eres imbécil. – Enrique suelta una carcajada mientras yo trato de mantenerme seria.
-          ¿Y qué quieres que haga?- Pregunta mientras abre las manos sonriente.
-          Nada, pero no te metas conmigo, si no, te seguiré sacando defectos.
-          Tu nariz roja no es un defecto.- Dice mientras se acerca.- Es directamente horrible. – Ahora se aleja rápidamente esquivando mi puñetazo directo al hombro.
-          Será… ¡idiota!
-          ¡1-1! Te la debía. Es broma… - Ríe mientras apoya su brazo sobre mis hombros.
-          Es broma, es broma.- Digo haciendo muecas con la cara para hacerle burla.
Después, se ofrece a llevarnos a casa. Esta vez tenemos que aceptar así que vamos a por su coche.
-          ¡Un mini!- Salgo corriendo hacia el coche.- ¡Me encantan!
-          Cuando quieras te lo dejo.
-          ¡Vale!- Voy hacia el lado del conductor y le quito las llaves de las manos. Enrique mueve la cabeza arrepintiéndose de lo que ha dicho. – Eh, tranquilo, se conducir… Soy la reina del embrague.- Todos nos echamos a reír.
-          ¿Has conducido alguna vez por la izquierda?
-          Sí claro, de toda la vida. – Arranco y salgo mientras Enrique apoya los codos en las rodillas, y la cabeza entre las manos.- Tú dirígeme que yo me encargo de lo demás.
Recorremos el camino bromeando. Conduzco con cautela, sé que Enrique está algo asustado. Ariela y Joss se besan en los asientos traseros. Puedo verlos por el retrovisor.
-          ¡Eh! ¿qué hacéis?- Grito mientras pellizco la pierna a Ari.- ¿Os dejo en un hotel?
-          No, no hace falta, gracias.- De nuevo volvemos a reír.
Llegamos a la entrada a Camden, así que estaciono el coche.
-          Nos quedamos aquí, la casa está cerca.
-          ¿Seguro que no queréis que os acompañemos?- Le dice Joss a Ariela.
-          No, no te preocupes.- Se dan un beso.- Mañana hablamos.
-          Ok.
Bajo del coche y tras de mí sale Ariela. Enrique se cruza en mi camino para pasar al sitio en el que yo he venido.
-          Conduzco bien, ¿eh?
-          Sí, me has dejado de piedra.
-          Sí, pero no sólo por esto… Por cierto, 2-1.- Digo mientras chasqueo los dedos delante de su cara.
-          Buah… menuda flipada.- Esta vez soy yo la que suelta una carcajada.
-          Oye… lo he pasado muy bien. Gracias por la cena.
-          De nada flipada.- Y con un gesto similar a quitarse el sombrero, se introduce en su coche y se marcha.

Mientras volvemos a casa siento una punzada en el corazón.  Quizá miedo. Quizá un mal presentimiento. Miedo a sufrir, miedo a amar, o mejor dicho, miedo a amar a la persona equivocada. Y lo más peligroso es que con las intuiciones, muy pocas veces me equivoco.

Capítulo 8. Segunda Parte.


Esta vez encienden un enorme equipo de música que tienen tras ellos. Una base de hip-hop comienza a sonar. Se agrupan tras la tarima esperando que nos situemos sobre ella. Cojo a Ari de la mano y trato de hacerla bailar. Se niega y me indica con la mano que vaya yo. Me sitúo en el centro moviendo suavemente los hombros bajo la mirada de al menos quince personas y los ánimos de los chicos, que dicen “camon, camon baby” continuamente. Entre el público hay personas muy diferentes. Londinenses que salen a pasear, turistas que observan interesados la escena, y alguien a quien conocemos. Ariela saluda con la mano pero no logro reconocer a nadie. En fin, me decido, me muevo bruscamente con golpes de cabeza hacia los lados, golpes de pecho, arcos con los brazos, doy grandes pasos y deslizo mis pies por el suelo, me acaricio la cabeza apartándome el pelo hacia un lado. Doblo las rodillas hacia los lados, arqueo la espalda agachándome hacia delante para subir en varias veces de forma brusca. Sonrío, me siento bien. Bailar me hace flotar, me da la felicidad. Tras dar una vuelta veloz, caigo al suelo abierta de piernas. Después de hacer varios rebotes en el suelo, subo y con un salto acabo mi actuación con los brazos cruzados, y el pulgar de mi mano derecha sobre mis labios. Los chicos y los espectadores aplauden.
-          Eres una fiera, una máquina.- Me dicen.
-          Gracias.- Río mientras me aparto el cabello la cara.
-          Esperamos veros pronto por aquí.
-          ¡Vale!- Me despido subiendo mi pulgar hacia el cielo.
-          ¡Ey! ¡Has estado genial!
-          Gracias, lo tendrías que haber probado Ari. Es genial.
-          Sí, bueno, a lo mejor otro día.
-          Oye, ¿A quién saludabas?
-          A mí. – Una voz conocida suena detrás de mí. La fuerza del destino es sorprendente. Es Enrique.- Bailas muy bien.- dice mientras me quita un mechón de pelo que tengo sobre los labios.
-          Gracias.- Sonrío.- No sabía que estabas ahí. Si lo llego a saber, hubiese bailado mejor. –Le digo mientras le golpeo el hombro con suavidad.
-          ¿Por qué? ¿te doy confianza?- pregunta interesado.
-          No. Me hubiese crecido para impresionarte.
En la cara de Enrique se dibuja una sonrisa. Justo en el momento en que parece que va a decir algo decido interrumpirle dándole una de cal y una de arena. Mientras le sujeto la barbilla y sonrío, le digo en voz baja:
-          Aunque creo que ya te tengo bastante impresionado.- Mi tono no ha sido lo suficientemente bajo como para que Ariela no lo escuche, así que reacciona soltando una carcajada. Enrique la mira.
-          Tu amiga es auténtica. 1-0.- Dice señalándome con el dedo.- Aunque espero una revancha.
-          Es una fiera. – Contesta ella mientras me pasa la mano por el hombro.- Bueno, ¿Qué haces por aquí?
-          He venido a casa de Joss, vive por aquí cerca. Íbamos a salir a cenar. ¿Os apetece venir?
-          ¡Claro!-  Ariela responde sin darme tiempo a pensarlo.
-          Joder, vale, si lo dices con esa ilusión, habrá que ir.
-          Claro que tenéis que venir. Vamos a cenar cerca, Joss invita.
-          ¡Ah, bueno! ¡Entonces vamos! – Bromeo.
Enrique nos lleva a cenar al mismo restaurante donde cenó el día anterior con Joss. Allí esperamos a este. Cuando llega, se queda, cuanto menos, sorprendido.
-          ¡Ey! ¡Qué sorpresa! ¿qué hacéis vosotras aquí?
-          Enrique, que nos ha obligado a venir.- Contesto rápida.
Joss nos besa cálidamente en la mejilla a ambas y ocupa el lugar vacío junto a Enrique. Nosotras nos sentamos enfrente. Pasamos un rato agradable entre pizzas y cervezas lager, conversaciones y bromas.
El tiempo con Enrique pasa volando. Es como si alguien hubiese acelerado la pila de mi reloj. En el rato que estamos juntos, parece que quiero descubrir mucho más de él de lo que me cuenta. Es como si quisiera conocerlo al máximo. Como un tesoro que buscas ansiando descubrirlo, ese tesoro que hará inmensamente rico a quien lo posea. Enrique no deja de bromear y hacernos reír, intuyo que es cariñoso y una excelente persona. Además, es guapísimo. Ninguno de sus rasgos tiene nada extraordinario, pero en el conjunto, tiene algo que lo hace muy atractivo. Sus manos son suaves e hidratadas. Lo sé porque ya han rozado varias veces las mías al hablar.
Después damos un paseo por las calles de Convent Garden. Paseando llegamos a Piccadilly. Los carteles luminosos del edificio de enfrente me conquistan. Sanyo, Samsung y Mcdonalds se anuncian entre otros con luces de colores y flashes intermitentes. La oscuridad de la noche los hace aún más relucientes. Bajo los carteles, una tienda GAP. Desde la plaza observo la maravilla del cruce de diversas intersecciones que confluyen frente a mí. Si miro a la izquierda, una calle totalmente curva me invita a recorrerla. Enrique advierte mi rostro de alegría.
-          ¿Nunca habías estado aquí?
-          No. Es precioso.
-          Me alegro de que lo hayas descubierto conmigo.- Enrique rodea mi espalda con su brazo y apoya la mano en mi cintura.
-          Yo también.- digo mientras apoyo mi cabeza en su hombro.
Una escena perfecta sobre los escalones de la plaza de Piccadilly. Espontáneamente Enrique acaricia mi mejilla.  Giro mi cabeza para mirarle y nuestras caras se quedan cerca, muy cerca. Puedo sentir su respiración. Él, como resultado de una brillante educación, roza su nariz con la mía, y se vuelve para seguir acompañándome observando, maravillada, esa bonita parte de la ciudad.