domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 15. Segunda Parte.


En otra parte de Londres, Alba camina enfadada. Ha pasado toda la mañana pensando acerca de la posibilidad de que Enrique y Joss pudieran dañar a Paola. A penas los conoce, no sabe nada de ellos. Piensa en ello mientras recorre las calles de Notting Hill. Se dirige hacia la casa de Annie para pagar la primera cuota del alquiler. Ari ha ido a casa para encontrarse con Irene y Rocío, y luego las cuatro irán a Harrods. Alba se concentra en tratar de averiguar si realmente Enrique y Joss pueden ser capaces de dañar a alguien. Su corazón dice que no. Su cabeza le recuerda que apenas los conoce, y que por tanto no debería confiar en su inocencia. Alba se enfada consigo misma por haber podido ser, de alguna forma, un poco responsable de ese hecho. Por otra parte, se asusta al pensar que, si tal y como parece, son culpables, podría haberle pasado a ella misma en lugar de a Paola. Se imagina el pacto entre los dos chicos de conquistarlas y al llevarlas a casa hacerles lo que le han podido hacer a Paola. Un escalofrío le recorre la espalda. Va tan ensimismada en sus propios temores que no advierte que otra persona, igualmente despistada, se dirige hacia ella. Las dos personas chocan y se quedan mirándose a  los ojos por un instante.

-          ¡Alba! ¡Qué sorpresa verte por aquí!- Este es el primer acontecimiento agradable que le ha pasado en todo el día. Aunque en realidad, no vaya a terminar de una forma tan agradable.  Alba no le responde. Lo mira a los ojos de forma neutra, inexpresiva. Levanta la barbilla y comienza a mirarlo de una forma distinta, como nunca antes había hecho. Lo mira con odio, con desprecio.  Enrique se da cuenta.- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?- Le dice mientras suavemente su mano rodea el antebrazo de Alba.
-          No me toques.- Le contesta esta mientras mueve lentamente su hombro para liberarse del tacto de Enrique.

Con un gesto más de repugnancia, gira la cabeza y se dispone a irse. Enrique vuelve a cogerla por el brazo, y con una voz débil le pregunta:

-          ¿De verdad crees que soy capaz de algo así? ¿no…no te fías de mí?- Antes de responderle, Alba vuelve a mover el brazo. Ante la dureza de Alba, Enrique entiende que no debe insistir.
-          Ni siquiera me fío de mí misma. ¿Cómo voy a confiar en ti?, ni siquiera te conozco. – Todo esto está comenzando a afectar a Enrique.
-          Tienes razón, no me conoces. Y yo a ti tampoco. Si no te importa, tengo cosas que hacer.  – Los dos se giran en la misma dirección: hacia la casa que tienen frente a ambos. Los dos se preguntan qué hace el otro allí, pero ninguno de ellos se dirige la palabra hasta que sus manos se dirigen hacia el picaporte de la misma puerta.
-          ¿Dónde vas?- Pregunta Alba enfadada.
-          A casa de mi tía, ¿Te importa? ¿A dónde vas tú?
-          ¿Annie?
-          Sí. ¿Qué pasa? ¿A qué vienes tú?
-          A pagarle el alquiler. Es mi casera.  No sabía que era tu tía. Mierda de coincidencias.

Enrique se adelanta. Detrás, muy cerca, le sigue Alba. Cuando la mano de Enrique se apoya sobre el picaporte, nota que la puerta está entre abierta. La empuja para terminar de abrirla, pero algo al otro lado se lo impide. Vuelve a intentarlo, en vano. Alba lo mira esperando saber qué ocurre. Él se da cuenta.
-          No puedo abrir, algo hace tope al otro lado.
-          A ver, déjame. – Alba asoma su cabeza por el espacio que la puerta deja entre ella y el marco. Al principio no advierte nada extraño. Es al mirar al suelo cuando la ve.- Joder, ¡Annie!- Grita mientras empuja con fuerza pero cuidadosamente para no dañarla.

Annie se encuentra tendida sobre el suelo. El carro de la compra ha caído a su lado esparciendo a su alrededor diversos tipos de fruta.  Enrique se arrodilla junto a su tía y con las dos manos le rodea el rostro.
-          ¡Tía! ¡Tía!- Enrique grita mientras le mueve la cara tratando de hacerla volver en sí. - ¿Qué le pasa?
-          No lo sé.- Contesta Alba mientras espera a que atiendan su llamada al teléfono de emergencias, a la vez que sostiene en el aire las piernas de Annie.


Enrique se dirige a la cocina. Moja un paño con agua bajo el grifo y lo posa sobre la frente de Annie, quien poco a poco vuelve al mundo. Su mirada está perdida. No puede ver con claridad. Los pocos destellos de luz que entran por la puerta, aún abierta, son suficientes para molestarle. Parpadea una y otra vez, y con vagos movimientos de los brazos trata de tocar a esas dos sombras que se encuentran junto a ella.
-          ¡Tía! ¿Estás bien?- Pregunta Enrique angustiado sin soltar de la cara a su tía.
-          Annie, ¡Annie!- Continúa Alba.

Pero Annie no responde a ninguno de los dos, sólo trata de incorporarse hacia delante. Enrique la ayuda. Annie se lleva las manos a los ojos y los frota suavemente. Después, se toca el lado derecho de la cabeza. Está condolido. Debe haberse golpeado al caer. En ese instante su mirada se hace más clara. Ve a Alba y a Enrique frente a ella, pero su lucidez aún no es la suficiente como para plantearse el por qué están en casa juntos.
-          Estaba mareada y…- Comienza a hablar débilmente.
-          Shhh…- Enrique la manda callar.- Ya está. Vamos al sofá. Hemos llamado a un médico.


En el tiempo que Annie se recuesta en el sofá y Alba le proporciona un vasito con agua, un equipo formado por un médico y dos enfermeros, un varón y una fémina, llegan al hogar. Auscultan a Annie, miden su pulso, observan sus pupilas, examinan su tensión. Todo está bien.
-          Todo está en orden. Es posible que haya sido un simple desvanecimiento por cansancio. No obstante, le recomendaría asistir a su médico para realizarse un chequeo. Es aconsejable llevar un control. Realícese unos análisis para asegurar que todo está bien. Ahora descanse.
-          Bien doctor. Gracias.

El equipo médico abandona la casa. Enrique se sienta junto a su tía. Al otro lado de esta se encuentra Alba. En la habitación reina el silencio por unos instantes.
-          Bueno, yo sólo venía a pagar el alquiler. Ya me marcho. ¿Te encuentras bien?
-          Sí, querida. Déjalo por ahí encima. Tranquila, estoy bien.
-          Entonces te dejo que descanses. Mejórate. Vendré a verte pronto. – Alba besa la mejilla de Annie y se dispone a irse. No se despide de Enrique. Ni siquiera le ha mirado a los ojos.
-          Acompaña a la señorita a la puerta, Enrique. ¿Qué modales son esos?


Enrique obedece. En el portal, Alba no sabe exactamente cómo se siente. Una sensación de incertidumbre la tiene presa. Quizá debería disculparse por su comportamiento. Quizá no. Puede que no esté equivocada. Sólo una mirada los despide. Nada más. No se da un gesto, no se articula palabra. Pero hay miradas que lo dicen todo. 

Capítulo 15. Primera Parte.


El día ha amanecido nulo, aunque Enrique no sabe hasta qué punto será su día gris. Va camino al trabajo, pensando en que por más que la busca, no consigue ver a Alba. Tampoco ayer coincidió con ella, sólo pudo dejarle otra nota en el macuto, una nota que dice una verdad, pero sólo a medias. Es cierto que los rechazos y el ignoro que Alba muestra hacia él le producen una sensación excitante que le hace seguir intentándolo, pero en el fondo es consciente de que sus sentimientos hacia Alba se están haciendo fuertes y si dichos rechazos se perpetúan en el tiempo, acabará sufriendo. Sin embargo, cada vez que la ve siente como un despertar en su interior que le hace coger fuerzas para seguir intentándolo. Ya apenas piensa en María Isabella. Ella sigue llamándole en algunas ocasiones, pero él nunca le contesta, y ya lo hace sin esfuerzo. Y todo ello lo ha conseguido el tiempo, pero también esa chica de ojos grandes en  la que no puede dejar de pensar. Es extraño, se mostró simpática e interesada en un principio. Era natural, risueña y cariñosa, pero en el momento en el que coincidieron en la academia, algo ocurrió que la hizo cambiar. “¿Qué hice mal?”, piensa, pero no halla respuesta. Ojalá que algún día, un día cercano, logre conquistarla.

Sus pensamientos se ven interrumpidos al llegar a la entrada del edificio. Un señor de aspecto serio le detiene poniéndole la mano en el pecho.

-          ¿Enrique?
-          Sí, soy yo.
-          ¿Tiene usted un coche marrón de la marca mini?
-          Sí. ¿Quién es usted?
-          Ignacio García, inspector de la policía en Argentina.- Dice mientras le enseña su placa identificativa.- Tiene que acompañarme.
-          ¿Pero ocurre algo?
-          Eso es lo que quiero que usted me diga.

Enrique se introduce en el coche del inspector, que lo lleva a un despacho en una de las comisarías de Londres. Desde allí, Enrique telefonea a su tío y este a su abogado. Después, Enrique debe pasar a la sala de interrogaciones y contestar a todas las preguntas.
-          Verás, Enrique. Voy a hacerte algunas preguntas.
-          De acuerdo.
-          ¿Saliste el viernes por la noche?
-          Sí.
-          ¿Qué hiciste?
-          Fui a cenar con unos amigos a Covent Garden.
-          ¿Y después?
-          Fui a una discoteca, se llama Scala.
-          ¿Conociste allí a alguien?
-          Sí, a mucha gente.
-          ¿Conociste a una chica llamada Paola?
-          No.
-          ¿Estás seguro?
-          Claro.

De esta forma Enrique responde a cada pregunta con calma, aunque en su interior se encuentra angustiado. Enrique explica cómo conoció a Ariela y a Alba, pero sigue afirmando que no conoció a ninguna chica que se llamara Paola. No da crédito a lo que le está ocurriendo.

-          ¿Podría explicarme a qué se debe todo esto?
-          Sí, claro. Enrique, el viernes por la noche esas dos chicas a las que conociste y una chica más, Paola, volvieron a casa en el mismo coche.
-          Ah, sí, lo recuerdo.- Dice Enrique sorprendido mientras pasa su mano izquierda por su pelo.- Cuando ya estaban subidas en el taxi llegó otra chica, preguntó algo al conductor, y finalmente montó ella también en el coche. ¿Esa es Paola?- Pregunta intrigado- ¿Y qué pasa con ella? ¿Y qué tengo yo que ver?
-          Paola desapareció esa noche, y tú eres el primer sospechoso.- Enrique se lleva las manos a la cabeza.-  El segundo es tu amigo…- El inspector titubea un instante.- Joss. Sí, Joss. Ya ha sido informado de que debe acudir a comisaría lo antes posible.
-          ¿Qué?- Esta vez las manos le cubren la boca.- ¿Pero por qué? ¡Si no la conocemos de nada!
-          Seguisteis al taxi hasta Camden, y allí seguisteis en dirección hacia donde Paola caminaba. ¿No es así?

Esta vez Enrique baja la vista al suelo. Es peor de lo que creía, realmente parece culpable. Todo señala hacia ellos. Ni siquiera sabe cómo defender su verdad, hacerla creíble. Sus nervios están aumentando por momentos.

-          Es así, pero déjeme que le explique. Joss y yo nos ofrecimos a llevarlas a casa, pero ellas se negaron. No quería que fuesen solas y no me fiaba de que una vez en Camden, tuvieran que caminar solas hasta casa, así que seguí al taxi. Cuando se bajaron, Ari y Alba marcharon en la misma dirección, así que joss y yo decidimos ir detrás de Paola, para que no le ocurriera nada, y cuando la vi llamando al timbre del hostal seguí mi camino hasta doblar la esquina y llegar a la próxima manzana, donde vi como Alba y Ari entraban a casa.
-          ¿Puedes demostrar lo que me has contado?
-          No. Aunque puede preguntarle a Joss, le dirá lo mismo.
-          Eso no me sirve. Ambos seguís siendo sospechosos. Una última cosa.
-          Dígame.
-          ¿Estás seguro de que Paola tocó el timbre del hostal?
-          Prácticamente sí, bueno yo conducía así que fue Joss el que me lo dijo.

Sin embargo, según los dueños, nunca llegó a entrar. El interrogatorio continúa, pero el inspector no parece satisfecho. Sigue sin tener nada, y no tiene motivos para hacer que Enrique permanezca en comisaría. Así que debe dejarlo ir. Antes de que Enrique se haya marchado, Joss se persona en la comisaría. Las respuestas que da ante el interrogatorio contrastan la información de Enrique. El inspector debe dejarlos marchar por falta de pruebas.

-          Bien, podéis marcharos. Pero os seguiré muy de cerca. No podéis abandonar la ciudad hasta que termine la investigación sobre el caso, y debéis venir a comisaría cuando sea necesario.
-          Sí, de acuerdo, no hay ningún problema.- Contesta Joss.
-          De hecho, si podemos ayudar en algo, avísenos.

Don Ignacio cree en su inocencia. La actitud que han tenido, temerosos y sobretodo, sorprendidos, le hace pensar que no han tenido nada que ver. No obstante, este caso es como un laberinto en el que Ignacio no encuentra salida. Es un pozo sin fondo, un océano, un mar abierto, en el que se encuentra muy perdido.
En la calle, Joss y Enrique se miran sin entender nada.

-          Tranquilo Enrique, será una anécdota para contar. No hemos hecho nada, no pueden juzgarnos por preocuparnos por dos chicas y asegurarnos de que llegaron bien a casa.
-          Ya. Pero realmente hasta yo creería que somos culpables si me cuentan eso. En fin, quiero irme a casa. No quiero ni pensar qué puede haberle pasado a esa chica.
-          Está bien, te llamo luego.
-          Adiós.

Con una palmada en el hombro, se despiden. Enrique toma el metro para volver a casa. Durante el recorrido, medita y piensa tratando de hacer memoria y averiguar algo sobre Paola. Quizá haya algo, algún mínimo detalle que pueda ayudar. 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Capítulo 14.


Bulgaria. Agencia de Modelos Zvezda[1].


[1] Estrella en búlgaro.


Ya está todo listo. El director de la agencia ha prometido a cuatro chicas un futuro exitoso sobre pasarelas de todo el mundo. Todas ellas vienen de un entorno sociocultural pobre, y su economía, de igual forma, es baja. Dos de ellas trabajan como camareras para colaborar en casa y así poder pagar sus estudios de modelo; las otras dos hacen lo mismo, pero una es ayudante de peluquería y la otra cuida los niños de una señora de la ciudad. Pertenecen a familias necesitadas y viajarán muy lejos para conseguir dinero y poder mantener a sus familiares. Todas ellas sueñan desde hace tiempo con ser modelos, y ahora se encuentran algo más cerca de dicho sueño.
Las cuatro chicas llegan al aeropuerto en taxi desde la agencia. Suben con su equipaje de mano al avión y esperan un vuelo de horas hasta llegar a Ámsterdam. Allí, encuentran a un señor con el nombre de la agencia. Suben de nuevo a un coche que las llevará a su destino. Las cuatro están nerviosas y emocionadas. Por fin viajan fuera del país. Conocerán otra cultura, otro país que les brindará nuevas oportunidades, otro lenguaje, y sobre todo, otra vida. Van pensando sobre ello durante todo el trayecto. En ocasiones se miran las unas a las otras, sonrientes, y se dan la mano en señal de apoyo. El conductor se limita a mirarlas en alguna ocasión a través del espejo retrovisor.
Llegan a un hostal. El chófer aparca en la puerta, baja sus maletas del coche y se marcha. Ellas se miran sin entender muy bien qué sucede. Llaman a la puerta. Una señora de unos cincuenta años las recibe en una bata de seda. Las hace pasar y les asigna a cada una de ellas una habitación. Las habitaciones son sencillas. Sólo quedan decoradas por una cama, un pequeño mueble para guardar la ropa y un espejo. Cada una de ellas cuenta con un cuarto de baño. No está demasiado limpio, pero tiene lo necesario: un lavabo, un retrete y un pie de ducha. El lugar no es moderno, y no parece bien cuidado, pero realmente no se diferencia mucho de sus hogares.
No preguntan nada por miedo a estropear el momento. Además, no tienen conocimientos sobre el idioma holandés. Prefieren esperar a mañana. Ya es tarde, así que se acuestan en sus respectivas camas para descansar y amanecer más bellas que nunca.
A la mañana siguiente, la misma señora entra en cada habitación. Les lleva un zumo de naranja con un trozo de pan tostado y les deja junto a la cama un conjunto de lencería femenina.
-          ¡Caray! ¿Vamos a comenzar con un desfile de ropa interior? ¡Empezamos fuerte!- La señora no le responde. Agita el conjunto frente a ella indicándole que se vista y después hace un gesto con la cabeza para indicarle que salga de la habitación. Mariya obecede.
Cuando baja a la primera planta, observa a más chicas vestidas como ella. Son once. Mariya observa a sus compañeras de viaje y al resto de las chicas. Las diferencias son obvias. Las recién llegadas son saludables y bonitas. Las que no conoce están demacradas. A pesar del maquillaje y el pelo cuidados, no pueden esconder unas profundas ojeras y unos ojos brillantes de cansancio. Además, presentan una delgadez casi extrema.
“Son demasiado delgadas”, piensa Mariya, mientras sonríe y se enorgullece de no tener demasiada competencia entre las que considera modelos.
La señora de la casa, Astrid, les corrige la postura y les termina de arreglar la ropa para que quede aún más insinuante y sensual. A los pocos segundos, suena el  timbre. Sólo son las diez de la mañana, pero ya han llegado dos clientes. Los hombres pasean por delante de las chicas examinándolas de arriba abajo. Las nuevas se esfuerzan en mayor medida que el resto por mostrar sus cualidades físicas. Quizás las seleccionen para un desfile importante, o para un anuncio publicitario, o quién sabe para qué campaña internacional. Podría ser una buena oportunidad. Es lo que les prometieron. Uno de ellos elige a su señorita de siempre. Esta se da la vuelta y entra a una habitación. Él la sigue. El otro se decanta por Kamelia, una de las búlgaras. Para indicarlo, sólo hace una señal con la cabeza hacia ella. Kamelia es pelirroja. Sus ojos son azules y su piel muy clara, marcada por algunas pecas bajo sus ojos. Tiene diecisiete años aunque físicamente parezca más mujer. Al conocer la elección del señor, sus compañeras se alegran por ella. El resto de veteranas, se alegran más por ellas mismas, y se compadecen de Kamelia.
Astrid empuja suavemente a la chica hacia una habitación cercana. Esta es más lujosa. La cama se encuentra vestida por sábanas negras de raso y sobre el techo hay un gran espejo. A Kamelia le recorre la espalda una gota de sudor frío. Sabe que esto no tiene muy buena pinta.
-          ¿Qué pasa? ¿Qué tengo que hacer?- Nadie le responde. Sólo algunas la entienden.- ¿Qué pasa?- Esta vez eleva el tono de voz. Se está poniendo algo nerviosa.
-          Ten paciencia, es su primer día.- Dice Astrid al cliente.
-          No hay problema, la he escogido por eso. – Contesta él.
-          ¿Qué están diciendo? – Continúa gritando ella. Él le pega el último empujón y la introduce a la habitación. Por dentro, cierra con pestillo.
-          Oiga, ¿Qué pasa aquí?- Mariya se dirige a Astrid, pero esta no responde- ¡Que qué coño pasa!- En esta ocasión se dirige al resto de chicas, que cada una marcha a su habitación. - ¿No vais a contestarme? Genial. Yo me largo de aquí.- Cuando Mariya se dispone a subir las escaleras, oye los gritos y llantos de Kameila. Sólo puede entender “no, por favor” entre tantos sollozos. 
Mariya baja de un salto los pocos escalones que ha subido y comienza a golpear la puerta de la habitación donde se encuentra Kamelia.
-          ¡Déjala salir, cabrón!- Grita mientras golpea con fuerza sus puños contra la puerta. – Mira a las otras dos búlgaras- ¡no os quedéis ahí paradas! ¡Hay que abrir la puerta!- Pero estas no contestan. La situación las ha superado. Están completamente paralizadas.- ¡Kamelia! ¡Kamelia! ¿Qué te está haciendo? ¡déjala, es una cría!- Otra de las chicas, una francesa, intenta detener a Mariya, pero esta, que la supera en fuerza y tamaño, sólo con un brazo la empuja y la hace caer al suelo. Cuando Mariya entiende que no puede abrir la puerta, sale a la calle. Allí se encuentra de frente con el director de la agencia.
-          Gracias a Dios… Ha habido un error. ¡Aquí sólo hay prostitutas! Sáquenos de aquí, están abusando de Kamelia. Esto es horrible ¿Qué ha pasado?- Grita Mariya desesperadamente.
-          Pasa Mariya, hablemos, tranquila. – Mariya y el director entran de nuevo a la casa.
-          No puedo estar tranquila, escuche los gritos, es horrible. ¿Qué le están haciendo? Rápido tiene que ayudarla.- Mariya trata de empujarlo para hacerle andar.
-          Es muy sencillo, Mariya.- Le dice severamente.- Yo os prometí un futuro, pero eso cuesta mucho dinero, dinero que yo he invertido. Así que debéis devolverme ese dinero, y por supuesto con intereses.
-          Sí, yo se lo devolveré, pero eso no tiene nada que ver con esto. ¿Verdad?- Mariya no da crédito a lo que está oyendo. Su barbilla comienza a temblar y siente una sensación muy desagradable en su interior.
-          Tiene mucho que ver. Quiero recuperar ese dinero rápido, y como modelos no vais a poder conseguirlo tan fácilmente.
-          ¿Qué?- La cara de Mariya se descompone.- ¡usted está loco! ¡nos ha traído aquí engañadas! ¡Hijo de puta!- Mariya le golpea en la cara y sale corriendo. En la puerta la sujetan dos de los sicarios de la organización, que la devuelven dentro.
-          Escúchame Mariya, te lo he intentado explicar por las buenas, pero veo que no lo entiendes. Tienes dos opciones, o haces lo que yo digo, y nadie sufre, o deberá pagármelo tu hermana. ¿Tiene siete años, no? Hay muchos clientes a los que les interesará…
-          ¡Deja a mi hermana en paz! ¡Si la tocas te mataré!- Grita mientras trata, sin éxito, de soltarse de los hombres que la sujetan. Estos ríen divertidos.
-          Entonces ya sabes lo que tienes que hacer. Pasa, y cuéntale esto a tus amigas, no quiero más numeritos. El bienestar de vuestras familias depende de vosotras. Y quiero que los clientes queden satisfechos. Por cada uno que no pague le cortaré un dedo a tu padre. – Mariya se siente morir. La introducen de nuevo en el hostal y se queda parada, tratando de analizar esta información tan dolorosa.
-          ¡Estás loco! Mi familia me buscará…
-          No. Tu familia… digamos que sabe que estás en una escuela muy estricta en la que no os permiten demasiada comunicación con los familiares. Por cierto - Mariya se gira para mirar al hombre en quien había confiado.- No intentes escaparte, llamar a la policía, o cualquier otra estupidez. No hace falta que te diga qué pasará entonces.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Capítulo 13. Tercera Parte.


Cuelgo mi macuto sobre mi hombro dispuesta a comenzar el camino de vuelta a casa. Cuando llegamos, Irene y Rocío están sentadas en el sofá viendo todo lo que han comprado.
-          ¿Qué es todo eso?- Pregunto.
-          Hemos comprado llaveros e imanes para el frigo. Así ya tenemos regalos para la familia. – Contesta Irene.
-          ¿Y lo demás?
-          Hemos comprado pasta, nata para cocinar, champiñones, huevo y beicon.- Irene hace una pausa y sonríe. Entonces de un salto me abrazo a ella y comienzo a besarla por toda la cara.
-          ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!- Repito constantemente.
-          ¿Qué pasa?- Pregunta Ariela interesada a Rocío, que no deja de reír.
-          Irene sabe que es su plato preferido y va a cocinar espagueti a la carbonara. ¡Nadie los hace como ella!

Interrumpe mi arrebato de cariño el sonido del timbre. Todas guardamos silencio y nos calmamos. La tensión que la situación provoca nos hace ponernos algo más serias. Contesto al telefonillo y les invito a subir. Matías e Ignacio entran en la casa con un gesto simpático. No parece que haya ocurrido nada grave.

-          Siéntense por favor.
-          Sí, gracias- Responden ambos mientras toman asiento en el mismo sofá que la última vez. De nuevo, nosotras nos sentamos juntas en el otro.
-          Bien – Comienza hablando Ignacio.- Ya que comentasteis que vinisteis hasta casa en taxi, conseguimos descubrir el número de taxi y hablamos con el taxista, que nos dio una información interesante que queremos contrastar.
-          ¿De qué se trata?- Pregunta Ariela.
-          En primer lugar, a ver…- El inspector extrae de una carpeta negra que lleva consigo una foto de un hombre.- ¿Es este el taxista que os trajo a casa?
-          Sí, es él. – Contesta Ariela. Después, los ojos de Ignacio se clavan en mí, y también los de Matías.
-          Sí, sí. – Contesto con rapidez.
-          Bien. Y, ¿notaron que algún coche os seguía de camino a casa, o sucedió algo después con dos chicos que iban en un coche?
-          No, ¿por qué?- Contesto.
-          Verás, el taxista dijo que mientras os traía a casa, un coche le siguió durante todo el camino, y que incluso trató de cambiar el recorrido en varias ocasiones pero que dicho coche no dejaba de perseguirle. – Ignacio se detiene y nos mira. Nosotras también nos miramos intrigadas, y a la vez preocupadas.- Después, os dejó a las tres en el mismo sitio, ¿Correcto?
-          Sí.- Respondo.
-          Y dice que ese coche estacionó unos metros atrás, y que tras unos segundos, continuó en la dirección hacia donde se iba Paola. El taxista esperó otros tantos segundos y dio una vuelta a la manzana para encontrarse con ellos de frente, pero ya no los vio, y tampoco a Paola. – Al oír la información, el vello de mi cuerpo se eriza. Es escalofriante pensar que alguien pudiera hacerle daño. – Desgraciadamente, no tenemos la matrícula del coche, aunque sí la marca y el color. Estamos hablando de un mini marrón oscuro con dos líneas algo más claras.

Ariela abre los ojos como platos y se lleva las manos a la boca. Mi reacción es más fría, sólo cierro los ojos con fuerza y trago saliva, aunque estoy segura de que lo que acabamos de oír me ha dolido más a mí. Mucho más. Irene y Rocío no logran entender qué nos ocurre, pero por mi reacción lo han logrado intuir. Se han mirado con brusquedad, e incluso Rocío se ha llevado una mano a la cabeza. Ignacio y Matías han notado que sabemos algo sobre ese coche.
-          ¿Y bien? – Pregunta Matías ansioso.
-          Bueno, conocemos a alguien que tiene un coche así, y personalmente no creo que haya otro igual. – Ignacio extrae esta vez de la carpeta un folio en blanco. Seguidamente, toma la pluma que viaja en el bolsillo de su camisa y que siempre le acompaña. – Se llama Enrique, y supongo que el otro chico sería Joss, su amigo. Los conocimos nosotras dos ese mismo día en la discoteca. Al salir, se ofrecieron a llevarnos a casa pero nos negamos.
-          Está bien, ¿Sabés algo más de ellos? Apellidos, dirección…
-          Bueno, Enrique trabaja en la compañía de ballet. Es nuestro fisioterapeuta. Podrán encontrarlo allí.
-          De todas formas, no creo que ellos hayan sido capaces de hacerle algo a Paola. Son buenos chicos. – Interviene Ariela.
-          Bueno, eso tienen que demostrarlo ellos.
-          ¿Son sospechosos, inspector?
-          De momento sí.

Y mientras ellos se van, allí nos quedamos, Irene y Rocío prácticamente mudas, Ariela angustiada por si Joss se ve involucrado en algo de lo que sabe que no es culpable, y yo, conteniendo mi rabia para no golpear a nadie, siendo consciente de que esta información que acabamos de recibir no es más que una confirmación de la realidad en la que se apoyaban mis temores. 

Capítulo 13. Segunda parte


Al llegar a casa, hacemos una pequeña fiesta de pijamas, también como lo hacíamos cuando éramos algo más jóvenes. Entre sábanas, pijamas y dulces, reímos y compartimos con Ariela algunas anécdotas que Irene, Rocío y yo hemos vivido a lo largo de nuestra amistad. Cansadas de la larga tarde de turismo londinense, una a una vamos cerrando los ojos y quedándonos dormidas. La última en hacerlo es Rocío, que me despierta cuando oye mi teléfono móvil sonar.
-          Alba, despierta, te están llamando.- Le hago caso y contesto al teléfono.
-          ¿Sí?
-          ¿Alba?
-          Sí, soy yo.
-          Soy Ignacio García, inspector de policía.
-          Sí, dígame.- Le contesto mientras con la mano golpeo a mis amigas hasta interrumpir sus sueños.
-          Disculpa por la hora, pero tenemos una información de última hora. ¿Podrías verte con nosotros mañana por la mañana?
-          Eh, sí, pero tendría que ser después de clase, a la una o así.
-          Está bien, sobre esa hora nos vemos en tu casa.
-          De acuerdo.
-          Gracias, adiós.

Rocío y yo, preocupadas, cruzamos una mirada seria tras la que no es necesario decir nada. Por eso me gusta tanto la amistad, porque un gesto es capaz de decirlo todo, porque una mirada esconde mil palabras. Entiendo a la perfección la preocupación que me muestran los ojos de mi amiga, pero sin mediar palabra, le respondo con un gesto tranquilizador y ambas volvemos a acostarnos, esta vez abrazadas. Tardamos apenas unos minutos en conciliar el sueño.

Ruidos producidos por el choque de los utensilios de la cocina me hacen dejar de dormir e inclinar mi cuerpo para ver qué ocurre. Irene y Rocío han madrugado y han preparado crepes para desayunar. Estiro todo los miembros de mi cuerpo mientras sonrío al percibir el aroma que desprende el desayuno.

-          Mmmm… Tenéis que venir más a menudo. – Les digo mientras me incorporo. Miro a Ariela, que aún duerme, y la muevo suavemente.- Ari, levanta, desayunamos y nos vamos a clase, que vamos un poco pegadas de tiempo.
-          Voy…- Dice ella mientras se da la vuelta. De repente, abre los ojos bruscamente.- ¿A qué huele?
-          A desayuno.- dice Rocío.- Levanta, ¡que lo hemos preparado para vosotras!
-          Qué maravilla.- Dice mientras se levanta del colchón y se sienta a la mesa.

Ariela y yo desayunamos rápidas y abandonamos la mesa para ir a vestirnos. Antes de salir de casa, enrollo uno de los crepes que han sobrado y lo muerdo.
-          Sobre mi cama os he dejado varios mapas. Os recomiendo que vayáis al centro. Ved el Parlamento, el ojo de Londres, y toda esa zona y esta tarde iremos a Piccadilly, Harrods y algo más. Llevad cuidado, ¡Os quiero!- Y sin dejarlas contestar cierro la puerta de casa.
-          Por cierto, quería decirte algo. – Ariela detiene el paso para comentarme esto que parece tan importante.
-          Dime.- Le pregunto intrigada.
-          Bueno, primero, que tus amigas me encantaron. Son geniales.
-          Sí, son auténticas. ¿Y qué más? Venga, que vamos a llegar tarde.- Le digo mientras hago gestos para que entienda que tengo prisa.
-          Ya.- Dice mientras comienza a caminar de nuevo, aunque lo hace lentamente. – Bueno, que… que no soy tonta.- Esta vez soy yo la que me detengo y la miro extrañada.- Vamos que sé que está ocurriendo algo con Enrique que no tiene nada que ver con lo que me contaste. – Esa reacción me extraña, no me la esperaba. Cuando voy a contestarle ella no me deja hablar.- No, tranquila. Sólo espero que algún día, cuando estés segura o cuando tengas la suficiente confianza en mí, me lo cuentes.- Ariela me mira con los ojos alegres y una sonrisa resplandeciente.
-          Gracias. – En este momento sólo puedo devolverle la sonrisa y acariciarle con dulzura la cara.-  Te lo contaré algún día.

Ambas miramos hacia adelante y continuamos caminando. Después de recorrer nuestra habitual ruta, llegamos a Notting Hill. Una bonita sorpresa espera a Ariela en la puerta del edificio donde damos nuestras clases de baile. Un chico de pelo rubio espera de espaldas frente a la puerta.
-          ¿Joss? ¡Hola!-  Ariela expresa una enorme felicidad al ver a Joss allí. Su sonrisa es espléndida y el color de sus ojos se torna brillante.
-          ¡Hola preciosa! He venido a verte.- Le dice Joss mientras la rodea con sus brazos.
-          ¿A mí? ¿Por qué?
-          Porque… - Joss la mira fijamente a los ojos.- No podía aguantar ni un minuto más sin verte. – Ariela ríe y se apoya en su hombro. Él introduce su mano en el bolsillo de la chaqueta gris de Armani que viste. - Bueno, también quería darte algo.

Cuando la mano de Joss se abre, en el centro de ella aparece una pequeña bolsita de tela color azul celeste. Ariela sonríe y coge la bolsita, pero Joss vuelve a cogerla y rodea a Ariela posicionándose tras ella. Mientras saca el misterioso contenido que esa pequeña bolsita esconde, Joss le habla a Ariela.
-          He pensado sobre muchas cosas que podía regalarte, pero ninguna me convencía. Entonces pensé en tu mayor amor, el ballet, y quise regalarte algo que puedas llevar siempre que bailes. – Los dedos de Joss extraen de la bolsa un lazo de raso negro.- Luego Enrique me dijo que el vestuario es muy estricto, y que tenía que ser algo que no se viese desde el público. Así que te regalo este lazo, para que cuando te recojas el pelo en el moño de ballet te acuerdes de mí. – Enrique ata el lazo al moño de Ariela. -Y así siempre estaré contigo sobre el escenario.

Ariela se gira y se lanza a los brazos de Joss, que le corresponde con un abrazo. Ella besa su cara por todos lados, y yo no hago más que reír. La alegría de Ariela es tanta que es capaz de contagiármela.
-          ¡Gracias, gracias, gracias!- Dice mientras sigue besándolo y dando pequeños saltitos de alegría.- ¡Me encanta!
-          La verdad es que sí.- Intervengo mientras doy una palmada en el hombro de Joss.- Te lo has currado tío, muy bien, pero ahora tenemos que irnos.
-          Está bien. Luego te llamo.- Dice él mientras se despiden con un beso en los labios.
-          Adiós.- Contesta ella.

Durante mi recorrido por las modernas instalaciones del edificio, voy con la mirada fija en el suelo. Apenas levanto la vista para evitar tropezar con los escalones. No quiero ver a Enrique, no quiero crear una situación incómoda. Por suerte, llego al vestuario sin verlo. ¿Dónde estará? En fin, no es asunto mío. Durante el camino hacia la clase tampoco le veo, aunque en realidad, esta vez hasta lo he buscado. ¿Pero por qué? He de ser fuerte, evitarlo.

Al llegar a clase muchos de mis compañeros ya se encuentran en las barras, preparados para comenzar la clase. Hoy comenzamos el día con Laura, una profesora estupenda. La primera clase se basa en calentamientos y ejercicios para fortalecer la musculatura, explotar aún más nuestra elasticidad y corregir algunos movimientos. La clase pasa lenta, como siempre a primera hora. El resto de la mañana transcurre rápida. Hemos comenzado a crear algunas coreografías para las próximas audiciones. Constantemente nos advierten de que puede venir un ojeador en cualquier momento, y que ello podría ser una experiencia única, por lo que hay que hacer cada movimiento con una total perfección. Estoy trabajando como nunca, sé que merece la pena.

Ariela camina tocando su lazo negro en todo momento. Carga el macuto en una mano para con la otra acariciar las puntas del lazo que caen libres de su cabello y se mueven a merced del viento. Ya en la calle, de repente parece despertar bruscamente de un sueño y se detiene en seco.
-          Olvidé las llaves en casa.
-          ¿Qué? – Contesto asustada.- Pues yo no sé si llevo las mías. Espera.- Le indico al tiempo que dejo mi macuto sobre la acera y abro todos los bolsillos buscando las llaves.- Sí, las tengo aquí, menos mal.

Cuando voy a cerrar el último bolsillo que he abierto, advierto un pequeño papel dentro. Lo alcanzo con mis dedos e intuyendo quién lo ha puesto ahí, lo abro para leerlo.
“Si estás tratando de alejarme de ti, te aconsejo que cambies de estrategia. Me lo estás poniendo muy difícil… y me encantan los retos”.

Mi cara se torna seria, enfadada.
-          ¿Qué pasa? ¿Qué es eso?- Pregunta Ari intrigada.
-          Una nota de Enrique.- Le contesto mientras se la ofrezco para leerla.
-          Qué mono.- Contesta.- Parece interesado de verdad.
-          Bueno, verdad o no, me da igual. Vamos a casa, estoy histérica pensando en qué habrán descubierto de Paola.  
-          ¡Es verdad! Lo había olvidado. Vamos rápido.

Capítulo 13. Primera parte.


Decidimos trasladar el colchón de Ari a mi habitación para dormir las cuatro juntas. Lo dejamos todo preparado para que cuando volvamos de cenar no tengamos que hacerlo. He pensado mucho a lo largo de la tarde en el caso de Paola. Es realmente escalofriante. Prácticamente no la conozco y ya me duele haberla perdido. ¿Dónde estará? ¿Qué le habrá pasado? Mientras pienso en ello terminamos de colocar la ropa de cama en el colchón de Ariela. Esta se asoma a la puerta.
-          Voy a bajar a la tienda a comprar algo de bollería y bebidas para cuando volvamos.
-          Vale, ¿Quieres que te acompañemos?
-          No, no te preocupes, termina de arreglar el cuarto. Yo vengo en seguida.
-          Vale.
En el momento en el que Ariela cierra la puerta de casa tras de sí, Irene y Rocío se tumban en mi cama. Con la mirada, me invitan a que haga lo mismo. Me acuesto junto a Rocío dejándola en medio de las dos, como siempre que dormimos juntas, como hacíamos antes. Las dos me miran fijamente. Rocío tiene su cabeza sobre la almohada. Irene asoma por detrás de ella apoyando la cabeza en la palma de su mano.
-          ¿Cómo estás?- Pregunta directamente incorporándose un poco.
-          Bien.
-          Bien. Ya. A ver, cuéntalo todo ahora que estamos solas.
-          Si es que no hay más que contar. Lo conocí, y me gustó. Bueno, me encantó. Y ya sabéis que no quería que pasara nada de esto. Vine convencida de no despistarme, de no apartarme de mis objetivos. – Esta vez yo me incorporo y reposo la espalda contra la pared.- Pero no sé… tiene algo especial. – Hago una pausa para pensar. Ellas no me interrumpen. – Pero no puedo arriesgarme, no sé si puedo fiarme de él. No sólo es un trabajador de la compañía. Es el sobrino del dueño.
-          ¿Qué?- Irene ha sido la primera en hablar pero el asombro de Rocío no ha sido menor.
-          Entendemos cómo te sientes. Sé que estás asustada, pero tienes que intentar alejarte de él. Al menos hasta que compruebes qué tipo de persona es.
-          Sí.- Dice Irene algo menos convencida.- O hasta que no puedas resistirte.
-          De hecho, ya me cuesta bastante resistirme.
-          Lo sé. Por eso te lo he dicho.
-          Mira, Alba. – Rocío se apoya sobre mis piernas mientras habla y me abraza con fuerza. – Tú has venido aquí sin pensar en lo que puede pasar. Has tirado hacia adelante como haces siempre, sin pararte a pensar y sin mirar atrás, ni siquiera para tomar impulso. Pero los que nos quedamos en nuestro sitio, los que notamos que te has ido, estamos sufriendo. Por eso, vamos a hacer todo lo posible por venir a menudo, pero tienes que prometernos que vas a tener cuidado, y que alguna vez vas a dejar de ser tan cabezota y tan valiente. Es peligroso.
-          Algún día dejaré de comportarme así, supongo. Pero sólo cuando consiga lo que quiero.
-          De todas formas, vamos a estar aquí. Hagas lo que hagas, cambies o sigas cometiendo locuras. – Las palabras de Irene nos hacen abrazarnos fuerte. Noto como fluye de unas a otras la amistad, el cariño, el amor que nos tenemos desde hace tantos años. – Porque no somos tres, somos una. Para todo, y para siempre.
En ese momento Ariela entra en la habitación cargada de Donuts, diversos dulces, leche, zumos y batidos de chocolate. Rocío, al verla, se levanta de un salto y va hacia ella.
-          Me caías bien Ari, pero después de esta compra, me has ganado del todo.
Todas nos reímos. Comenzamos a arreglarnos para salir a cenar. Cuando estamos listas, cogemos el metro hacia Piccadilly Circus. Les muestro esa pequeña parte de la ciudad, iluminada, bonita, embriagadora. Nos hacemos cientos de fotos en cada zona de la ciudad. Y recorriendo algunos metros de la inmensa Oxford Street, nos dirigimos hacia China-Town. Una simpática figura de una especie de gato oriental que baja por una pared nos llama la atención. También nos hacemos fotos con ella. Al igual que bajo un gran arco de luces que da entrada a una de las calles del barrio chino. Reímos y disfrutamos como las buenas amigas que somos y seremos siempre.
 Para cenar, decidimos ir al Soho. El término “soho” era un antiguo grito de caza. El barrio se denomina así desde el siglo XVII. Siempre ha sido un barrio bohemio, con bares y pubs abiertos hasta altas horas de la noche. Hace años podías encontrar allí a diversos artistas, poetas y cantantes borrachos que recitaban sus rimas, cantaban sus canciones, o simplemente consumían alcohol pasando de bar en bar. También lograron asentarse allí las prostitutas. Actualmente, es el principal barrio gay londinense, una zona repleta de comercios y pequeñas tiendas, aunque hay una gran parte de ella en obras. Después de ver varios pubs, entramos en uno de ellos. Un chico y una chica toman dos coca-colas. Hablan mientras la mano del chico descansa sobre la de su acompañante. Su dedo pulgar le acaricia la piel mientras se sonríen. Ella sorbe de la pajita mientras sus ojos lo miran iluminados. Sus gestos, sus ojos, me hacen pensar en el amor. Ellos se quieren, salta a la vista. El brillo de sus miradas muestra ternura, confianza, complicidad, y sobre todo, transmiten el amor que se tienen. En otra mesa, un matrimonio y dos niños comen patatas fritas. Uno de los pequeños trata de mantener una patata colgando desde el agujero de su nariz. El otro, se introduce otra por el oído. Los padres ríen mientras observan satisfechos la diversión de sus hijos.
Nos sentamos en la mesa contigua a la escena familiar. Escogemos diversos platos combinados y cenamos tranquilas, ajenas a la extraña situación de Paola. Se me ha olvidado por algunos momentos.  Pero en ocasiones me vienen ráfagas de recuerdos. Recuerdos que provocan una punzada en el pecho, en lo más profundo del corazón. Recuerdos que se clavan en el alma como puñales. Y en momentos así, en situaciones como esta, sólo pienso en una persona: mi hermana. Y ya  paso toda la cena recordándola, la incertidumbre de no saber dónde ni como está es demasiado fuerte. No obstante, como suelo hacer, como dijo Rocío hace un momento en casa, hago de tripas corazón, trago saliva y sonrío. Muestro una sonrisa amplia. Ellas, que hablan de un tema al cual no he prestado la más mínima atención a causa de mis pensamientos, me devuelven una sonrisa cada una. Cuando terminamos la cena caminamos de vuelta al metro. Decidimos pasear lentamente y disfrutar de los escaparates, de las luces, de las calles, de todo.