En otra parte de Londres, Alba camina enfadada. Ha pasado
toda la mañana pensando acerca de la posibilidad de que Enrique y Joss pudieran
dañar a Paola. A penas los conoce, no sabe nada de ellos. Piensa en ello
mientras recorre las calles de Notting Hill. Se dirige hacia la casa de Annie
para pagar la primera cuota del alquiler. Ari ha ido a casa para encontrarse
con Irene y Rocío, y luego las cuatro irán a Harrods. Alba se concentra en
tratar de averiguar si realmente Enrique y Joss pueden ser capaces de dañar a
alguien. Su corazón dice que no. Su cabeza le recuerda que apenas los conoce, y
que por tanto no debería confiar en su inocencia. Alba se enfada consigo misma
por haber podido ser, de alguna forma, un poco responsable de ese hecho. Por
otra parte, se asusta al pensar que, si tal y como parece, son culpables,
podría haberle pasado a ella misma en lugar de a Paola. Se imagina el pacto
entre los dos chicos de conquistarlas y al llevarlas a casa hacerles lo que le
han podido hacer a Paola. Un escalofrío le recorre la espalda. Va tan
ensimismada en sus propios temores que no advierte que otra persona, igualmente
despistada, se dirige hacia ella. Las dos personas chocan y se quedan mirándose
a los ojos por un instante.
-
¡Alba! ¡Qué sorpresa verte por aquí!- Este es el primer
acontecimiento agradable que le ha pasado en todo el día. Aunque en realidad,
no vaya a terminar de una forma tan agradable.
Alba no le responde. Lo mira a los ojos de forma neutra, inexpresiva.
Levanta la barbilla y comienza a mirarlo de una forma distinta, como nunca
antes había hecho. Lo mira con odio, con desprecio. Enrique se da cuenta.- ¿Estás bien? ¿Te pasa
algo?- Le dice mientras suavemente su mano rodea el antebrazo de Alba.
-
No me toques.- Le contesta esta mientras mueve
lentamente su hombro para liberarse del tacto de Enrique.
Con un gesto más de repugnancia, gira la cabeza y se
dispone a irse. Enrique vuelve a cogerla por el brazo, y con una voz débil le
pregunta:
-
¿De verdad crees que soy capaz de algo así? ¿no…no te
fías de mí?- Antes de responderle, Alba vuelve a mover el brazo. Ante la dureza
de Alba, Enrique entiende que no debe insistir.
-
Ni siquiera me fío de mí misma. ¿Cómo voy a confiar en
ti?, ni siquiera te conozco. – Todo esto está comenzando a afectar a Enrique.
-
Tienes razón, no me conoces. Y yo a ti tampoco. Si no
te importa, tengo cosas que hacer. – Los
dos se giran en la misma dirección: hacia la casa que tienen frente a ambos.
Los dos se preguntan qué hace el otro allí, pero ninguno de ellos se dirige la
palabra hasta que sus manos se dirigen hacia el picaporte de la misma puerta.
-
¿Dónde vas?- Pregunta Alba enfadada.
-
A casa de mi tía, ¿Te importa? ¿A dónde vas tú?
-
¿Annie?
-
Sí. ¿Qué pasa? ¿A qué vienes tú?
-
A pagarle el alquiler. Es mi casera. No sabía que era tu tía. Mierda de
coincidencias.
Enrique se adelanta. Detrás, muy cerca, le sigue Alba.
Cuando la mano de Enrique se apoya sobre el picaporte, nota que la puerta está
entre abierta. La empuja para terminar de abrirla, pero algo al otro lado se lo
impide. Vuelve a intentarlo, en vano. Alba lo mira esperando saber qué ocurre.
Él se da cuenta.
-
No puedo abrir, algo hace tope al otro lado.
-
A ver, déjame. – Alba asoma su cabeza por el espacio
que la puerta deja entre ella y el marco. Al principio no advierte nada
extraño. Es al mirar al suelo cuando la ve.- Joder, ¡Annie!- Grita mientras
empuja con fuerza pero cuidadosamente para no dañarla.
Annie se encuentra tendida sobre el suelo. El carro de la
compra ha caído a su lado esparciendo a su alrededor diversos tipos de
fruta. Enrique se arrodilla junto a su
tía y con las dos manos le rodea el rostro.
-
¡Tía! ¡Tía!- Enrique grita mientras le mueve la cara
tratando de hacerla volver en sí. - ¿Qué le pasa?
-
No lo sé.- Contesta Alba mientras espera a que atiendan
su llamada al teléfono de emergencias, a la vez que sostiene en el aire las
piernas de Annie.
Enrique se dirige a la cocina. Moja un paño con agua bajo
el grifo y lo posa sobre la frente de Annie, quien poco a poco vuelve al mundo.
Su mirada está perdida. No puede ver con claridad. Los pocos destellos de luz
que entran por la puerta, aún abierta, son suficientes para molestarle.
Parpadea una y otra vez, y con vagos movimientos de los brazos trata de tocar a
esas dos sombras que se encuentran junto a ella.
-
¡Tía! ¿Estás bien?- Pregunta Enrique angustiado sin
soltar de la cara a su tía.
-
Annie, ¡Annie!- Continúa Alba.
Pero Annie no responde a ninguno de los dos, sólo trata de
incorporarse hacia delante. Enrique la ayuda. Annie se lleva las manos a los
ojos y los frota suavemente. Después, se toca el lado derecho de la cabeza.
Está condolido. Debe haberse golpeado al caer. En ese instante su mirada se
hace más clara. Ve a Alba y a Enrique frente a ella, pero su lucidez aún no es
la suficiente como para plantearse el por qué están en casa juntos.
-
Estaba mareada y…- Comienza a hablar débilmente.
-
Shhh…- Enrique la manda callar.- Ya está. Vamos al
sofá. Hemos llamado a un médico.
En el tiempo que Annie se recuesta en el sofá y Alba le
proporciona un vasito con agua, un equipo formado por un médico y dos
enfermeros, un varón y una fémina, llegan al hogar. Auscultan a Annie, miden su
pulso, observan sus pupilas, examinan su tensión. Todo está bien.
-
Todo está en orden. Es posible que haya sido un simple
desvanecimiento por cansancio. No obstante, le recomendaría asistir a su médico
para realizarse un chequeo. Es aconsejable llevar un control. Realícese unos
análisis para asegurar que todo está bien. Ahora descanse.
-
Bien doctor. Gracias.
El equipo médico abandona la casa. Enrique se sienta junto
a su tía. Al otro lado de esta se encuentra Alba. En la habitación reina el
silencio por unos instantes.
-
Bueno, yo sólo venía a pagar el alquiler. Ya me marcho.
¿Te encuentras bien?
-
Sí, querida. Déjalo por ahí encima. Tranquila, estoy
bien.
-
Entonces te dejo que descanses. Mejórate. Vendré a
verte pronto. – Alba besa la mejilla de Annie y se dispone a irse. No se
despide de Enrique. Ni siquiera le ha mirado a los ojos.
-
Acompaña a la señorita a la puerta, Enrique. ¿Qué
modales son esos?
Enrique obedece. En el portal, Alba no sabe exactamente cómo
se siente. Una sensación de incertidumbre la tiene presa. Quizá debería
disculparse por su comportamiento. Quizá no. Puede que no esté equivocada. Sólo
una mirada los despide. Nada más. No se da un gesto, no se articula palabra.
Pero hay miradas que lo dicen todo.