Al borde del naufragio. Tocada, y
prácticamente hundida. Llevo ya muchos días de fisioterapia con Enrique y
dentro de mí, un torbellino de sentimientos pelea por salir a flote. No sé si
estoy obrando bien o mal. Generalmente hago lo que me apetece sin más
dilaciones. Después de actuar, en ocasiones,
pienso. Tampoco lo hago siempre. De todas formas, nunca me arrepiento de nada
de lo que haya hecho. Sin embargo, en esta ocasión es diferente. No me detengo,
y sigo actuando sin pensar demasiado previamente, pero estoy pensando más de lo
normal después de actuar. Además, ya estoy cansada de estar aquí encerrada, y
me deprime más aún pensar que pasará mucho más tiempo hasta que vuelva a salir.
Con ayuda de Ari he podido llegar en silla de ruedas hasta el sofá. He pasado
toda la tarde frente a la televisión y apenas he visto nada. Estoy tendida en
el sofá con varios cojines bajo mi pierna y llevo casi toda la tarde comiendo
directamente de la caja de cereales. Cuando me introduzco la mano a la boca
para comer el último puñado, Ari abre la puerta de casa.
-¡Cielo! Ya estoy aquí. Traje
unas pizzas para cenar. – Se detiene frene a mí con las bolsas en las manos.-
¿Qué pasa?
- ¡Buf! Estoy amargada. Quiero
salir ya de aquí. Parece que se me cae la casa encima.
- ¡Pero si sólo llevas aquí dos
días!- Ariela ríe. – Si sigues así te amargarás de verdad. Además, puede que te
lleves una sorpresa esta noche y venga alguien a cenar.
- ¿Qué?- Pregunto incorporándome
rápidamente. - ¿Viene Enrique?- Grito mientras me llevo las manos al pelo,
recogido todo en una cola de caballo despeinada.
- Eh… sí. – contesta Ari
extrañada. – Aunque no supuse que te afectara tanto…- sonríe.
- Cállate y ayúdame a poner esto
en condiciones. ¡Rápido!
Las dos reímos mientras yo me
arreglo un poco el pelo y Ari corre hacia la habitación para coger algo de
maquillaje en polvo, brillo de labios y máscara de pestañas. Mientras me
maquillo un poco, Ari me mira sonriente.
-
¿Qué miras? – Le digo.
-
Nada. Sólo que… podrás ir muy bonita pero sigues
vistiendo el chándal. – Una carcajada. Esta vez son mis ojos los que casi salen
de sus órbitas.
-
¡Mierda! ¿Qué hago?
-
Nada. No puedes ponerte ningún pantalón con ese aparato
en la pierna. – Me miro pensando que es verdad, ese pedazo de trasto no entra
en ninguno de mis vaqueros.- Además, estás preciosa.
Preciosa. Precisamente es lo que
menos estoy, llevo una camiseta blanca de manga corta y un enorme pantalón ancho
y de tiro bajo azul marino. No podría haber nada menos sexy. Toc, toc. Llaman a
la puerta. ¡Joder! Ariela va corriendo para abrir mientras yo escondo todas las
pinturas y que he utilizado, haciéndole señales a Ari para que espere un poco
antes de abrir. Me retoco el pelo por última vez y me recuesto en el sofá
disimulando y haciendo como que veo la televisión. Ari sonríe y abre la puerta.
-
¡Hola princesa! – Dice Joss con su acento anglosajón.
-
¡Hola mi amor!- Contesta la venezolana mientras se dan
un enorme abrazo.- Voy a poner unas pizzas en el horno para que cenemos los
cuatro.
-
Bueno…- Interrumpe Joss mientras me mira sonriente.-
Haz cena solo para dos.
-
¿Cómo? ¿Enrique no viene?
-
Bueno… más o menos, ahora veréis.
-
¡Eh! ¿Qué pasa?- Protesto.- En todo caso, y aunque
Enrique no venga, yo sigo aquí… Me iría si pudiera, pero no puedo. ¿Hola? Voy
en silla de ruedas, y os guste o no, estaré aquí con vosotros.
-
Bueno… eso ya lo veremos.- Responde Joss con una pícara
sonrisa.
Para cuando voy a preguntar el
porqué de tanto misterio, suena el timbre. Ari abre, y esta vez, sí es Enrique.
-
Perdón por tardar, estaba haciendo unas cosas.
-
Vamos a ver, entonces, ¿hago cena para dos, tres o
cuatro? ¡Me vais a volver loca!- Grita Ari mientras camina hacia la cocina.
-
Para dos.- Contesta Enrique.- Nosotros nos vamos.- Dice
mientras se acerca a mí con una bolsa en la mano.
-
¿Nosotros?- Contesto alarmada. – Yo no voy a ningún
sitio con estas pintas.
-
Eso tiene solución. Cierra los ojos.
-
¿Qué?
-
Que cierres los ojos.- Le hago caso. – No los abras
hasta que yo te diga.
-
Eso va a ser imposible, espera.- interviene Ari, que va
a mi habitación y vuelve divertida con el antifaz que uso para dormir. Con él,
Enrique cubre mis ojos.
-
Levanta los brazos.- Lo hago. Saca de la bolsa algo con
lo que me viste. Parece una sudadera.- ¿Ves? Te lo dije. Solucionado. Estás
perfecta.
-
En primer lugar, no, no veo. Y en segundo, dudo que
esté perfecta con una sudadera o lo que sea que me has puesto.
-
Eso es porque no sabes a dónde vamos.
-
¿Y dónde vamos si se puede saber?- Contesto con intriga.
-
No, no se puede saber. Aún no.
Noto cómo uno de sus brazos
bordea mi espalda, y el otro pasa bajo mis piernas. Me toma, y noto como va
andando. Noto cada vez que sus pies se levantan y vuelven a pisar con firmeza
el suelo. Parece que recorre el espacio entre los sofás y se dirige a la
puerta. Alguien le abre. Va subiendo escalón a escalón, de forma interminable.
Parece que no vamos a llegar nunca.
-
¿A dónde vamos? – Pregunto inquieta.
-
Ya lo verás.
-
¿Queda mucho?
-
No, estamos llegando. – Se detiene, suspira, cansado, y
sigue subiendo escalones. – Si quedara mucho más no podría llegar, recuerda que
te pesa mucho el culo.
-
Tonto. – Río.
-
Que pasión por insultarme tienes, oye.
Pasados unos segundos, se abre
otra puerta. Noto el frío golpearme en la cara. Aprieto los ojos y los labios
con fuerza. Unos metros más, y Enrique me deja suavemente en el suelo, sobre
algo blandito y agradable. Noto cómo se sienta a mi izquierda, se acerca a mí y
me destapa los ojos. Dios mío, había olvidado lo bonita que es su mirada.
-
Sorpresa. – Me dice invitándome con los brazos a mirar
a mi alrededor.
Es increíble. Sacos de dormir y
cojines por el suelo, dos mantas para
protegernos del frío y comida china para cenar. Además, hay un pequeño ramito
de flores decorando la pequeña mesita sobre la que cenaremos y varias velas.
-
Gracias.- Sonrío, sin poder decir nada más.
-
Espero que digas lo mismo cuando te mires la sudadera,
pitufa.
Así lo hago. Es azul marino y
lleva una imagen de Pitufina con un ramo de flores. Comienzo a reír.
-
¡Me encanta! Muchas gracias, en serio.
-
Me alegro de que te guste, la vi en un puesto al pasar
y no pude resistirme.
-
No, en serio, Enrique. Gracias por todo. Sé que he sido
un poco borde algunas veces, y tú estás siempre aquí… Lo siento.
-
Cállate. – Dice.- Sólo quería que salieras a despejarte
un poco. Nada más. – Me guiña un ojo.- No te pongas romántica.
-
¿Más que tú? No, no lo creo.
Usamos los palillos entre risas
para cenar arroz tres delicias, pollo con almendras, rollitos de primavera,
caricias, cariño y mucha ilusión naciente.
A penas siento dolor en la pierna, ni siquiera me acuerdo de ello, y ni
si quera me acuerdo de ella, mi hermana.
La cena pasa casi tan rápida como
lo hace una estrella fugaz, pero a mí me parece estar guardando cada momento,
cada palabra, cada parpadeo de Enrique, en lo más profundo de mi memoria, de
donde nunca puedan escapar. Después de charlar un buen rato tras la cena, nos
tumbamos uno frente al otro y nos miramos durante unos segundos.
-
¿Cómo se te ha ocurrido todo esto?
-
Bueno…- contesta algo tímido.- Sinceramente, no pensé
en ti. Sólo me apetecía estar así contigo, y lo hice.- Sonrío. Él mira hacia
abajo.- Hoy sólo me apetece estar aquí.
Mi mano derecha acaricia su
rostro con cariño. Noto cómo su expresión se entristece.
-
¿Pasa algo?- Pregunto.
-
No. No te preocupes, no es nada.
-
Enrique, sabes que si hay algo que te preocupe, puedes
contármelo. Si hay algo que pueda hacer…
-
Tranquila, - interrumpe.- nadie puede hacer nada.
-
Seguro que sí, va. ¿Qué pasa?
-
Es mi tía. Ya saben qué tiene.- Para hablar levanta la
mirada y enfoca directamente a mis ojos. Los míos, pacientes, esperan su
respuesta.- Es un tumor cerebral. Demasiado avanzado y arraigado tanto como
para tratarlo como para operar. Ni siquiera le van a poner tratamiento.
Creo que la sangre se ha
paralizado dentro de mis venas.
-
¿Cómo que no le van a aponer tratamiento?
-
No. Está demasiado extendido, no tiene solución. Le han
dado unos meses.
-
¿Cómo no va a tener solución?- Comienzo a ponerme
nerviosa.- ¿Pero cómo estáis? ¿Cómo se lo ha tomado ella?
-
Ella no lo sabe, Alba. Y no lo va a saber. No queremos
que pase el tiempo que le queda pensando que va a morir.
-
Lo siento mucho.- Le digo al oído mientras lo abrazo.
-
Tranquila. Aún no me he hecho a la idea. Pero supongo
que de aquí a poco, no tendré más que mirar al cielo para recordarla.
Ambos guardamos silencio y nos
tumbamos boca arriba para mirar el cielo. Está precioso, repleto de luceros que
brillan decorando la manta negra de la noche que cubre la ciudad.
-
Pero cambiemos de tema, te he traído aquí para pasar un
momento alegre.
-
Vale. – Pienso un instante sobre un nuevo tema de
conversación. Lo tengo.- ¿Cuál es tu estrella favorita?
-
Mi estrella… no sé. Nunca lo había pensado. – Me mira
con una dulce sonrisa en los labios.- ¡¿Tú tienes una estrella favorita?!
-
Sí. Es esa. – Señalo una estrella alta, firme, la que
más brilla.- La que se ve desde todos los lugares del mundo, inconfundible.
Elige tú otra.
-
Vale… A ver, ¡ya sé!- Exclama. – Esa. – dice señalando
a la lejanía.
-
¿Cuál? – Contesto entusiasmada.
-
¡Esa! – Dice señalando en la dirección contraria a la
vez anterior.
-
¡Ay! ¿Cuál es?
-
¿No la ves? ¡Esa!- Dice riendo y volviendo a señalar en
otra dirección distinta a las otras.
-
¡Eres tonto!- Le digo fingiendo estar enfadada.
-
Es broma, sí que sé cuál es mi estrella favorita. –
Dice mientras se acerca a mí lentamente.
-
¿Cuál? – Susurro.
-
Tú.- Pronuncian sus labios a medio milímetro de los
míos para un segundo después no dejar distancia alguna y besarme suavemente
hasta hacerme olvidar el frío de la noche.