Hemos pasado abrazados toda la
noche. Apenas hemos dormido. Supongo que le ocurre lo que a mí, no queremos
desperdiciar ni un segundo del momento que estamos viviendo. Los rayos de sol
me acarician las mejillas. Amanece. Enrique está de espaldas a mí. Le observo
por un segundo.
-
Enrique… ¿Estás dormido?- Susurro. No hay respuesta.-
Enrique…- Repito mientras le toco la espalda. Silencio.-¡Enrique!- Digo algo
más fuerte.
De repente, Enrique se gira
gritando y se abalanza sobre mí para comerme a besos. Yo grito, en principio
por el susto y después entre carcajadas.
-
¡Déjame! – grito entre risas.- ¡Me vas a matar! ¡Que
pares!
Se detiene de repente. Mira al
frente. Lo miro fijamente sin saber qué va a ocurrir.
-
Aguafiestas. – Dice serio.
Se levanta bruscamente y se
marcha, dejándome allí. Cierra la puerta tras de sí.
-
¿Enrique? – Silencio. – ¡Enrique! – Más silencio.
Sin entender nada, miro al frente y sitúo cada mano a un lado
del suelo para tratar de levantarme. Imposible. No puedo doblar la pierna. Es
increíble que me haya dejado aquí. ¿Qué voy a hacer si no puedo levantarme? No
lo puedo creer. ¿Pero por qué se ha ido? En ese instante, oigo la puerta
abrirse y cerrarse tras de mí. Apenas me da tiempo a girarme, oigo unos pasos
veloces y para cuando he mirado, Enrique me levanta de golpe y me sitúa sobre
su hombro derecho, dejando mis piernas y mi cabeza colgando hacia abajo, las
primeras hacia delante y quedando mi cabeza justo tras su trasero.
-
Ya es hora de que te dé la luz del sol. Vamos a dar un
paseo. ¡Es domingo! – Dice gritando mientras baja las escaleras.
-
¿Pero qué dices?- Contesto yo con la voz aún más
elevada.- Yo no voy a salir a ningún sitio.
Ante la persistencia de Enrique,
que sigue bajando por las escaleras del edificio sin detenerse, comienzo a
golpearle las piernas gritando que se detenga. Ante su ignorancia, como último
recurso, le muerdo en el culo.
-
¡¡¡ Ay!!! – grita mientras se detiene en seco. – Joder,
te has pasado. – Dice mientras se frota el lugar donde le he mordido.
-
Lo siento… - Susurro mientras trato de contener la risa.-
¡Que no quiero salir a ningún sitio con esta pinta! - Exclamo.
-
Eso tiene solución. – Enrique sigue bajando escalones,
pero entra en casa. Me deja cuidadosamente sobre mi cama y se detiene frente al
armario. Lo abre. – Veamos… ¿qué te quieres poner?- Dice mientras se lleva la
mano a la barbilla haciéndole tener aspecto de pensador. No puedo contener la risa,
se le ve tan faliz, tan joven… tan él.
-
No sé… Hace buen día, shorts y otra camiseta.
Así lo hace. Saca un pantalón
vaquero cortito y una camiseta rosa de manga corta. Se va al baño y vuelve con
un cepillo para el pelo, y varios productos de cosmética entre los que ha
traído, por equivocación, algunos de Ari. Sonrío. Se sale de la habitación y
entorna la puerta tras de sí para esperar a que me cambie.
Con algunas dificultades, consigo
sacarme el pantalón que llevo puesto, y gracias a mi flexibilidad, consigo
comenzar a ponerme el otro. Sin embargo, una vez que ha llegado a la altura de
las rodillas, no puedo hacer la fuerza suficiente con una pierna como para
levantar el resto del cuerpo y poder subirlo hasta las caderas. Lo intento
varias veces pero es imposible.
-
¡Enrique! ¿Está
Ari en casa?
-
No.- Responde.- ¿Por?
-
Necesito ayuda. ¿Puedes venir?
-
Claro. – Se dirige a la habitación. Puedo ver como
comienza a abrir la puerta.
-
¡Espera!- Grito. Se detiene.- Antes de entrar, tienes
que prometerme que no te reirás, que no vas a mirar más de lo necesario, y que
después olvidarás este momento.
-
¡Buf! Demasiadas cosas, no te prometo nada.- Contesta
mientras entra en la habitación decidido.
Al verme, se detiene de nuevo. No
puede evitar recorrer con su mirada la piel que queda entre el pantalón y las
braguitas, de color azul marino con puntitos blancos. Le miro, aunque no le
digo nada. Tímidamente intento subir el pantalón, con lo que reacciona. Se
acerca a mí, me ayuda a ponerme en pie, y suavemente coge el pantalón por la
cinturilla y tira hacia arriba, rozando con sus manos el exterior mis muslos y
la parte inferior de mis nalgas. Termina de colocarlo en su sitio aunque ya no
fuese necesario. Después, sonríe, y comienza a levantarme la camiseta.
-
Creo que esto ya puedo hacerlo yo. – Le interrumpo
dulcemente a la vez que sonrío.
-
Por si acaso. – Me dice mientras me dedica una de sus
mejores sonrisas.
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