miércoles, 7 de noviembre de 2012

Capítulo 21 Primera parte.


Hemos pasado abrazados toda la noche. Apenas hemos dormido. Supongo que le ocurre lo que a mí, no queremos desperdiciar ni un segundo del momento que estamos viviendo. Los rayos de sol me acarician las mejillas. Amanece. Enrique está de espaldas a mí. Le observo por un segundo.

-          Enrique… ¿Estás dormido?- Susurro. No hay respuesta.- Enrique…- Repito mientras le toco la espalda. Silencio.-¡Enrique!- Digo algo más fuerte.

De repente, Enrique se gira gritando y se abalanza sobre mí para comerme a besos. Yo grito, en principio por el susto y después entre carcajadas.

-          ¡Déjame! – grito entre risas.- ¡Me vas a matar! ¡Que pares!

Se detiene de repente. Mira al frente. Lo miro fijamente sin saber qué va a ocurrir.

-          Aguafiestas. – Dice serio.

Se levanta bruscamente y se marcha, dejándome allí. Cierra la puerta tras de sí.

-          ¿Enrique? – Silencio. – ¡Enrique! – Más silencio.

Sin entender nada,  miro al frente y sitúo cada mano a un lado del suelo para tratar de levantarme. Imposible. No puedo doblar la pierna. Es increíble que me haya dejado aquí. ¿Qué voy a hacer si no puedo levantarme? No lo puedo creer. ¿Pero por qué se ha ido? En ese instante, oigo la puerta abrirse y cerrarse tras de mí. Apenas me da tiempo a girarme, oigo unos pasos veloces y para cuando he mirado, Enrique me levanta de golpe y me sitúa sobre su hombro derecho, dejando mis piernas y mi cabeza colgando hacia abajo, las primeras hacia delante y quedando mi cabeza justo tras su trasero.

-          Ya es hora de que te dé la luz del sol. Vamos a dar un paseo. ¡Es domingo! – Dice gritando mientras baja las escaleras.
-          ¿Pero qué dices?- Contesto yo con la voz aún más elevada.- Yo no voy a salir a ningún sitio.

Ante la persistencia de Enrique, que sigue bajando por las escaleras del edificio sin detenerse, comienzo a golpearle las piernas gritando que se detenga. Ante su ignorancia, como último recurso, le muerdo en el culo.

-          ¡¡¡ Ay!!! – grita mientras se detiene en seco. – Joder, te has pasado. – Dice mientras se frota el lugar donde le he mordido.
-          Lo siento… - Susurro mientras trato de contener la risa.- ¡Que no quiero salir a ningún sitio con esta pinta! - Exclamo.
-          Eso tiene solución. – Enrique sigue bajando escalones, pero entra en casa. Me deja cuidadosamente sobre mi cama y se detiene frente al armario. Lo abre. – Veamos… ¿qué te quieres poner?- Dice mientras se lleva la mano a la barbilla haciéndole tener  aspecto de pensador. No puedo contener la risa, se le ve tan faliz, tan joven… tan él.
-          No sé… Hace buen día, shorts y otra camiseta.

Así lo hace. Saca un pantalón vaquero cortito y una camiseta rosa de manga corta. Se va al baño y vuelve con un cepillo para el pelo, y varios productos de cosmética entre los que ha traído, por equivocación, algunos de Ari. Sonrío. Se sale de la habitación y entorna la puerta tras de sí para esperar a que me cambie.

Con algunas dificultades, consigo sacarme el pantalón que llevo puesto, y gracias a mi flexibilidad, consigo comenzar a ponerme el otro. Sin embargo, una vez que ha llegado a la altura de las rodillas, no puedo hacer la fuerza suficiente con una pierna como para levantar el resto del cuerpo y poder subirlo hasta las caderas. Lo intento varias veces pero es imposible.

-          ¡Enrique!  ¿Está Ari en casa?
-          No.- Responde.- ¿Por?
-          Necesito ayuda. ¿Puedes venir?
-          Claro. – Se dirige a la habitación. Puedo ver como comienza a abrir la puerta.
-          ¡Espera!- Grito. Se detiene.- Antes de entrar, tienes que prometerme que no te reirás, que no vas a mirar más de lo necesario, y que después olvidarás este momento.
-          ¡Buf! Demasiadas cosas, no te prometo nada.- Contesta mientras entra en la habitación decidido.

Al verme, se detiene de nuevo. No puede evitar recorrer con su mirada la piel que queda entre el pantalón y las braguitas, de color azul marino con puntitos blancos. Le miro, aunque no le digo nada. Tímidamente intento subir el pantalón, con lo que reacciona. Se acerca a mí, me ayuda a ponerme en pie, y suavemente coge el pantalón por la cinturilla y tira hacia arriba, rozando con sus manos el exterior mis muslos y la parte inferior de mis nalgas. Termina de colocarlo en su sitio aunque ya no fuese necesario. Después, sonríe, y comienza a levantarme la camiseta.

-          Creo que esto ya puedo hacerlo yo. – Le interrumpo dulcemente a la vez que sonrío.
-          Por si acaso. – Me dice mientras me dedica una de sus mejores sonrisas.

No puedo resistirme. Levanto los brazos y lo miro fijamente. Sus ojos me responden, hasta que mi camiseta se interpone entre su mirada y la mía. Cuando volvemos a vernos, mi sujetador, del mismo estampado que las braguitas que ha visto unos segundos antes, también está a la vista. Su mano baja rozando mi espalda con varios dedos. Sin decir nada, Enrique se acerca cada vez más a mí, sus labios están de nuevo cada vez más cerca de los míos, pero para cuando parece que va a besarme, y mis ojos ya esperan, cerrados, se desvía y alcanza la camiseta. Vuelve a mirarme, subo de nuevo los brazos, y me viste. Finalmente, hace lo mismo con la sudadera de Pitufina. Sin dejar de mirarnos, me retoco el pelo y vuelvo a hacerme la coleta. Enrique parece extasiado, apenas parpadea. Sus ojos están clavados en los míos de tal forma que parece haber llegado a mis pensamientos. Lo miro. A sus ojos, a su nariz, a sus labios. Y al verlos, recuerdo lo irresistibles que son, por lo que, sin poder remediarlo, le beso. Y aunque siempre dicen que el primer beso es el más especial, cada vez que la boca de Enrique y la mía se encuentran, el beso que surge de ese momento me parece aún mejor que el anterior. 

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