El beso acaba lentamente, como si
nuestros labios se resistieran a separarse. Se hace un silencio que esconde
miles de sentimientos. Nuestras bocas, simultáneamente, se tornan en una
sonrisa. El marrón de sus ojos, ahora brillantes de emoción, miran a los míos.
-
¿Estás lista, pitufa?- Dice mientras apoya su mano en
mi cintura.
-
Casí, grandullón.- Respondo antes de darle un fugaz
beso.
Con un poco de crema hidratante y
algo de colorete estoy lista. Mientras, Enrique ha preparado la silla de
ruedas. Ahora es mi turno. Vuelve a tomarme y una vez en la calle me sienta en
la silla.
En seguida comienzo a ver la
aglomeración de gente en las calles, y sobre todas ellas, allí, en lo más alto,
el puente que anuncia la entrada a Camden Lock. A ambos lados de la calle,
puedo ver las increíbles fachadas que decoran las tiendas. Una zapatilla
enorme, unos pantalones, un dragón chino… todo sobresale de la pared llamando
la atención a los transeúntes, anunciándoles lo que el establecimiento
ofrece. Lo fotografío todo.
Recorremos cada parte, cada
rincón del mercadillo, cada puesto, feliz sobre mi silla de ruedas, empujada
por él. Comemos una lasaña, yo sobre mi silla, y él sobre un asiento con forma
de moto frente a una barra. Le saco una
foto. Después, otra foto en la que sale tras de mí un león gigante como los de
Trafalgar Square. Seguimos paseando entre puestos, oímos música en un viejo
tocadiscos, nos transportamos al futuro en Cyberdog,
y volviendo a casa, descansamos frente al riachuelo. Él, tumbado en el suelo.
Yo, frente a él, sigo en mi silla, mirando el río.
Me mira, sonríe, y se levanta. Me
da un suave beso en la frente y se sitúa tras de mí para empujar la silla. Me
dejo guiar por él apoyando mi barbilla sobre la mano, y observando la multitud
de gente que camina por las calles de Camden. Caminamos en silencio, supongo
que él igual que yo, pensando cada uno en sus cosas.
Volvemos a casa, y una vez me ha
dejado en la cama para descansar, se sienta a mi lado y se despide mientras me
acaricia el pelo:
-
Bueno, pitufa, yo me voy, voy a ver el trabajo que
tengo para mañana y a organizarme para venir a empezar la rehabilitación en
serio ¿Vale?
-
Vale. – Se acerca para besarme, pero apoyo mis dedos en
sus labios y lo detengo.- Gracias, Enrique.
-
¿Gracias? ¿Por qué? – Pregunta sorprendido.
-
Por este día tan bonito, por hacerme compañía, por
divertirme…aunque me ha faltado volver a bailar contigo, ha sido un día
perfecto.
-
No te preocupes, cuando vivamos juntos bailaremos todas
las noches.
Suelto una carcajada, especialmente
por lo surrealista que me parece hablar de algo tan serio con alguien a quien
conozco unos días, pero luego pienso durante un segundo, y me doy cuenta de que
nada me gustaría más, así que mirándolo fijamente a los ojos, le pido:
-
Promételo.
-
Lo juro. – Contesta a menos de un centímetro de mi
rostro justo después de situar sus manos alrededor de mi cuello.
Sonrío, y mis ojos se humedecen.
-
En serio, Enrique, Gracias.- Susurro.
-
No digas tonterías, lo hago porque me apetece estar
contigo. Soy yo el que te tiene que dar las gracias.
-
¿A mí? Anda, ¿Y por qué?- Pregunto mientras río
sorprendida.
-
Por aparecer en mi vida.- Susurra junto antes de
besarme y de decirme adiós al marcharse.
Sonrío y me recuesto en la cama,
enamorada. Giro la cabeza hacia un lado fijando la vista en la mesilla. Me
incorporo y abro el cajón de la mesilla en busca de ella… ahí está, la alcanzo
y la uno a mi pecho. Mi hermana…. Y me vuelvo a recostar mientras las lágrimas
inundan mis ojos, pues me prometí no volver a ser feliz sin ella… y no puedo
evitar sentirme culpable por serlo. No
es justo. Esto debe acabar. Jamás seré feliz si ella no está conmigo. Punto.
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