jueves, 22 de noviembre de 2012

Capítulo 22. Primera Parte.



Es una tarde solitaria, una más, en mi habitación, pensando en él. Me molesta. Me molesta no poder controlar todo lo que pasa a mi alrededor y no poder ser capaz de enterrar en lo más profundo de mi ser todos estos sentimientos crecientes para evitar que afloren. Sólo quiero seguir con mi vida como hasta ahora. Porque se me hace raro despertar, y aunque jamás haya estado en ella, sentir su ausencia en mi cama. Y ahora puedo comprender que también se extraña lo que no se ha tenido. Y sé, porque cada noche lo comprendo, que si pudiese dormir con él tras de mí, sintiendo su abrazo, y su respiración en mi nuca, nada podría hacerme daño. Incluso el dolor por la pérdida de mi hermana se haría invisible. Él me daría la felicidad plena, y me estoy negando, una vez más, a ser feliz.

Fuera, en el salón, Ari y Joss ven la televisión. Él no deja de acariciarle la barriga dulcemente, jugueteando con su ombligo. Ella le sonríe, feliz. Joss se acerca más a ella y comienza mordisquear la oreja de Ari. Ella gira su rostro hacia el de él, y le da un suave mordisco en los labios. Joss gira su cuerpo de forma que queda sobre el de ella, y comienza a besarla de una forma cada vez más apasionada. Joss siente un fuerte deseo de poder disfrutar de su cuerpo, recorrer cada milímetro de su piel y hacerla suya.
Ariela comienza a dejarse llevar. Ella también lo desea. Sus entrañas se remueven y el calor y la pasión comienzan a invadirla. La voz de su conciencia está muda, o más bien, amordazada por la voz de sus deseos, hasta que una rápida conexión de su cerebro manda una señal a esa conciencia que, de repente, la mira seriamente y le pregunta “¿Es esto lo que quieres, Ari?”. Ariela duda, abre los ojos que hace un instante cerraba para experimentar todas estas nuevas sensaciones que la hacen sentirse viva, sentirse mujer.
Lentamente, la mano de Ari, como puede, se introduce en el espacio que queda entre su cadera y la de Joss, y con una mínima fuerza hacia arriba, él comprende lo que ocurre.

-          Nada, ¿no?.- Le reprende. - ¿No te apetece?, ¿no estás segura? ¿qué es lo que ocurre?
-          No sé, Joss. – Contesta suavemente la venezolana. – Tengo la sensación de que no te conozco lo suficiente como para mostrarme ante ti de ese modo. Me gustaría esperar un poco más.
-          En resumen… no te fías de mí. –Ariela baja la mirada hacia sus piernas, confirmando con su silencio la pregunta de Joss.- ¿Pero por qué, Ari?. – Joss apoya la palma de su mano en la cara de Ari, quien lo mira a los ojos mientras siente sus caricias.-  Me encantas… y no porque nos acostemos voy a dejarte, quiero seguir conociéndote, y lo poco que conozco de ti me encanta. No te preocupes, todo va a ir bien.
-          Entonces, si te encanto, y quieres conocerme, puedes esperar un poco más.- Sentencia.
-          Está bien. Veamos la tele. – Responde seriamente, produciendo de nuevo en Ari, una mezcla de sensaciones. Esta vez, la tristeza que le supone saber que Joss no está contento, junto con la agradable sensación de la victoria, de haber hecho lo que desea, y de no haber actuado de forma que luego tuviese que arrepentirse. Sonríe, sabiendo que él no puede verla.



A la mañana siguiente, como siempre, oigo cómo Ari desayuna y se prepara para marcharse a la compañía. Pero sólo hoy, se ha asomado a la puerta de mi habitación para comprobar si estaba despierta.
-          Buenos días. ¿Puedo pasar?
-          Claro.- Ariela entra a la habitación y se sienta en mi cama frotándose las manos como signo de nerviosismo.- ¿Pasa algo, Ari?
-          No. Bueno, sí. Bueno… no sé. – Dice dejando de frotarse las manos para pasar a tocarse el cabello.
-          Dispara.- Le digo mientras me incorporo en la cama y me dispongo a escucharla con atención.

Ariela comienza a relatarme la presión que siente al no verse capaz de complacer a Joss. Los ojos se le llenan de agua en algunas ocasiones mientras me cuenta que tiene miedo a perder la oportunidad de conocerle por comportarse como una niña, pero que al mismo tiempo el no conocerle demasiado es lo que le hace dudar.

-          Verás… no quiero dar ese paso con una persona que no sé realmente si responderá después. ¿Entiendes? Necesito hacerlo con una persona que esté a la altura y que después no me haga arrepentirme de nada.
-          Ari. – Le digo mientras apoyo mi mano sobre las suyas, que en este caso se frotan contra los vaqueros. – No eres ninguna niña por comportarse así. Al contrario. Una niña estaría tan ciega que lo haría sin pensar y probablemente sin desearlo realmente, lo que le llevaría a arrepentirse.
-          ¿Tú crees?- Responde con una diminuta sonrisa y unos ojos inocentes que me hacen recordar que realmente sí es una niña.
-          ¡Claro! – Respondo tranquilizadora. – Estás actuando de una forma muy madura. Eres muy consciente de lo que significaría para ti hacer algo así sin desearlo, y nada ni nadie tiene que presionarte para hacer algo que tú no quieres. ¿Vale? Nadie.
-          Lo sé, pero tengo tanto miedo a estropearlo solo por esto…- Dice mientras agacha la cabeza y la apoya sobre sus manos.
-          Ari, si se estropea por esto, no es tu culpa. Sería la suya.
-          Pero esta sensación es tan desagradable… Quiero complacerlo a él, pero también a mí… Y yo nunca había sentido miedo a perder a alguien.
-          Ari, sentir miedo está bien. – La tranquilizo mientras le toco el pelo.-  El miedo es bueno, te hace estar alerta. Sólo un loco no lo sentiría. Pero piensa en algo: quizá no sólo sientas miedo. Quizá hay algo dentro de ti que te está indicando que él no es la persona correcta. No luches contra lo que sientas, déjate llevar por tus sensaciones, y si el deseo no es mayor que el control de tus impulsos, jamás lo hagas. Además, y lo más importante, aunque sea lo típico que se dice: Si no es capaz de esperar, ese tío no merecería la pena. – Ariela no responde.- ¿Lo tienes claro, Ari? Tienes que hacerlo cuando tú quieras de verdad.
-          Sí. Gracias. – Y después de darme un beso fugaz en la mejilla, se marcha.

Mientras, yo tengo que quedarme en casa. La verdad, Joss nunca me gustó. No me dio buena impresión la primera vez que lo vi, y ya nunca, a pesar de su generosidad y simpatía, ha logrado caerme bien. Espero otra hora tumbada en la cama entre adormecimiento y despertares sucesivos hasta que Enrique llega para la rehabilitación.

Llevamos ya más de un mes con esta situación y sigue tan encantador como siempre, a pesar de mis negativas constantes, y  de que el día después de ese maravilloso paseo por Candem hablara con él para decirle que no estaba preparada para tener una relación. Utilicé todas las excusas que se me ocurrieron: que no quiero sufrir por amor, que no me fío de él, que no quiero enamorarme… Todo falso.

Incluso sin entender mi decisión la ha aceptado y sigue tratándome como  una reina. Me da el mismo cariño que hasta ahora dejando claro que puede conformarse con tenerme cerca al menos como amiga. Cada día me es más difícil verlo y no poder tocarlo, no poder besarlo y decirle cuánto lo deseo. Día tras día bromea diciendo que esta tontería mía se pasará con el tiempo porque tiene claro que conseguirá conquistarme.

Y es que Enrique es una de esas personas que te hace feliz sólo con su presencia. Sólo con su sonrisa es capaz de detener el tiempo de mi reloj y hacer que desee que sus agujas no vuelvan a ponerse en funcionamiento nunca. Sé que sería completamente feliz a su lado, y eso es a lo que me niego: a la felicidad. Si soy feliz, si me enamoro, si me despisto… ya no seré capaz de mantener mi mente fría. No podré concentrarme en lo verdaderamente importante.

-          ¿Cómo está hoy mi princesa? – Dice mientras me besa dulcemente en la frente.
-          Bien… ¿Hoy que toca?
-          Un poco de ejercicio y salimos a pasear. Mi tía te invita a comer.
-          Vale.

Así lo hacemos. Después de flexionar y estirar mi pierna unas cuantas veces, presionar y golpear las manos de Enrique, y no sin antes mantenerme en equilibrio sobre una pelota, riendo cada vez que caigo al suelo, y viendo resplandecer la sonrisa de Enrique cuando logro mis objetivos, me arreglo y damos un paseo en coche hasta llegar a Notting Hill. Enrique estaciona en la puerta de la compañía,  me ayuda amablemente a subir cada escalón, me deja en la puerta de clase, y con un suave beso en la mejilla, se marcha a realizar sus tareas. Me quedo en el pasillo, apoyada en el marco de la puerta, observando la escena de los maravillosos cuerpos de bailarines y bailarinas moviéndose al unísono.


Mi móvil vibra en el bolsillo trasero del pantalón. Es mi madre. Mientras hablo con ella escucho unos gritos en el interior de la clase de ballet. Le digo a mi madre que hablaremos luego y con toda la rapidez que puedo entro al aula.

Ari y María Isabella, quien como castigo se encuentra en clase sin poder bailar, ocupándose de tareas tales como arreglar las zapatillas de baile de los compañeros o poner la música, están discutiendo a voz en grito y dándose empujones continuamente.

Nadie hace nada al respecto, así que, aun cojeando un poco, me sitúo entre ambas:
-          ¡Eh! ¡Vale ya! ¿Qué pasa aquí? – Grito mirando a Ariela.
-          ¡Me tiene harta! Tengo que soportarla todos los días con las miradas, las risas y los comentarios sobre Joss, los insultos y su prepotencia… ¡Déjame que le de un par de guantazos y verás como le quito la tontería!- Dice alterada mientras trata de quitarme de en medio.
-          Ariela. – Le digo mientras trato de contenerla. - Basta, escúchame.- Susurro mientras apoyo mi mano sobre su mejilla. – No merece la pena.

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